Si en la primera parte de este análisis sobre el proceso de construcción actual del nuevo sujeto neoliberal nos adentramos en el habitus capitalista que genera la doctrina neoliberal, en la segunda parte reflexionamos sobre los mecanismos de servidumbre voluntaria que nos incitan a ser parte del sistema, en la tercera parte nos adentramos en cómo este sistema nos autorresponsabiliza de nuestra suerte transformando a la víctima en culpable de su situación, y en la cuarta parte analizamos la ideología del éxito individual y la deslegitimación del conflicto social como estrategia de dopaje del modelo neoliberal, en esta quinta parte explicamos cómo la razón neoliberal se ha convertido en una auténtica razón-mundo, en el pensamiento único que no necesita ya argumentación ni explicación.
La reestructuración neoliberal de la polis convierte a la ciudadanía en consumidores de servicios que nunca tienen que asumir a otra cosa más que su satisfacción egoísta. Es esto lo que conduce a implicar a las personas enfermas haciéndoles soportar una parte creciente de los gastos médicos, a los estudiantes aumentando el precio de las matrículas en las universidades. El deterioro de toda confianza en las virtudes cívicas tiene, sin lugar a dudas, efectos performativos sobre el modo en que los nuevos ciudadanos-consumidores consideran su contribución fiscal y las cargas colectivas y el “retorno” que obtienen a título individual. Dichos ciudadanos-consumidores ya no son llamados a juzgar las instituciones y las políticas de acuerdo con el punto de vista del interés de la comunidad política, sino en función tan sólo de su interés personal. Lo que así resulta radicalmente transformado es la definición misma del sujeto político de la polis.
La razón neoliberal se convierte en una auténtica razón-mundo (Laval y Dardot, 2013). No hay derechos sin contrapartidas, se dice para obligar a las personas paradas a aceptar un empleo degradado, para hacer que los enfermos paguen o que lo hagan los estudiantes -a cambio de un servicio cuyos beneficios se consideran estrictamente individuales-. El acceso a cierto número de bienes y servicios ya no se considera vinculado a los derechos derivados de la condición de ciudadano o ciudadana, sino como resultado de una transacción entre una prestación y un comportamiento esperado o con costo directo para el usuario. La figura del “ciudadano” deja paso al sujeto emprendedor. La referencia de la acción pública ya no es el sujeto de los derechos, sino un actor auto-emprendedor.
La socialdemocracia se incorporó hace tiempo a este modelo neoliberal, sustituyendo la lucha contra las desigualdades por la lucha contra la pobreza. A partir de entonces, la solidaridad es concebida como una ayuda dirigida a los excluidos de la polis, a las bolsas de pobreza, de acuerdo con una visión “cristiana” y caritativa. Esta ayuda, que tiene como objetivo a poblaciones específicas (“disminuidos”, personas mayores, con baja jubilación, mujeres maltratadas, etc.), para no ser creadora de dependencia debe acompañarse de un esfuerzo personal en un trabajo efectivo. En otros términos, la nueva izquierda socialdemócrata adaptó la matriz ideológica de sus oponentes tradicionales, abandonando el ideal el de la construcción de los derechos sociales para todos y todas. Todo discurso «responsable», «moderno» y «realista», o sea, que participa de esa racionalidad, se caracteriza por la aceptación previa de la economía de mercado, de las virtudes de la competencia, de las ventajas de la mundialización de los mercados. Incluso cuestiona las soluciones de la izquierda “radical” a la que denomina “arcaica”.
Este neoliberalismo se niega a sí mismo como ideología, porque se considera la “razón” misma. La dogmática neoliberal se propone como una pragmática general indiferente a sus orígenes partidarios. La “modernidad” y la “eficacia” no son de derechas ni de izquierdas, de acuerdo con la fórmula de quienes «no hacen política». Esto permite medir la distancia entre el período militante del neoliberalismo político de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y el período de gestión, en el que ya se trata únicamente de «buena gobernanza», de “buenas prácticas” y de “adaptación a la globalización”. En suma, la gran victoria ideológica del neoliberalismo ha consistido en «desideologizar» las políticas que lleva a cabo, hasta tal punto que ya no deben ser ni siquiera objeto de debate.
Por eso podemos afirmar que el gran logro del neoliberalismo ha sido la producción del sujeto neoliberal o neosujeto. Porque, como se sabe, es más fácil evadirse de una prisión que salir de una racionalidad, ya que esto supone liberarse de un sistema de normas instauradas mediante todo un trabajo de interiorización. La única vía práctica consiste en promover desde ahora formas de subjetivación alternativas al modelo de la empresa de sí.
Lo primero es resistirse. Lo cual supone negarse a ser autoenrolado en la carrera del rendimiento, con la condición de establecer con los demás relaciones de cooperación, de puesta en común y de compartir. El rechazo colectivo a trabajar más optando por repartir el trabajo existente, puede ser un buen ejemplo de una actitud que puede abrir la vía a una nueva clase de contra-conductas de cooperación. Las prácticas de compartir el saber y cuestionar la “propiedad intelectual”, de asistencia mutua en el sentido anarquista, de trabajo cooperativo y economía social y solidaria, pueden esbozar otra razón del mundo. Esta razón alternativa no podría dársele mejor nombre que “razón del procomún”.
Más sobre este tema en el libro: La Polis Secuestrada (Editorial Trea, 2019).