En las democracias actuales, cada vez son más las personas que se sienten atrapadas en una especie de doctrina difusa que, insensiblemente, inhibe cualquier razonamiento rebelde, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Esta doctrina, es el pensamiento único, el único autorizado por una invisible y omnipresente policía de la opinión. La arrogancia, la altanería y la insolencia de este “nuevo evangelio” se extienden con tal intensidad que se está convirtiendo en una especie de dogmatismo fanático moderno.
Sentido común de un naciente consenso mundial
Esta ideología prácticamente ha dejado de necesitar justificación. Se ha convertido en el sentido común de un naciente consenso mundial. La doctrina neoliberal ha adquirido una especie de aura sagrada, acabando por reinar en la realidad y en las conciencias de la mayoría de las gentes y se invoca para justificar cualquier cosa, desde bajar los impuestos de las grandes fortunas y dejar de lado las normas ambientales para obtener más rendimientos, hasta desmantelar la enseñanza pública y los programas de prestaciones sociales o debatir si regular un mínimo los inmensos beneficios de las multinacionales eléctricas durante las subidas de precios en plena ola de frío. Pero es “impensable” siquiera plantear otras posibilidades más allá del debate que nos marca ese pensamiento único.
Naturaliza su poder y naturaliza la opresión que provoca, el mal social que sufren quienes soportan ese poder, convirtiéndolo en un “problema suyo”. Se convierte así en habitual hablar de “países pobres” donde hay “países empobrecidos” por los poderosos; atribuir la pobreza y la miseria a la pereza y la incapacidad de las poblaciones, cuando no al subdesarrollo o a la inferioridad cultural de las mismas. Considera natural una tasa relativamente alta de desempleados en los países enriquecidos e inmensa en los países empobrecidos, convirtiendo en “mito” el pleno empleo que ya se descarta y se convierte en algo “utópico”, en el falso sentido de “no posible”.
Este discurso anónimo es retomado y reproducido por los principales órganos de información económica, y particularmente por las “Biblias” de los inversores y accionistas de bolsa –The Wall Street Journal, Financial Times, The Economist, etc.-, propiedad, con frecuencia, de grandes grupos industriales o financieros. Un poco más tarde, las Facultades de Ciencias Económicas, periodistas, ensayistas, personalidades de la política…, retoman las principales consignas de estas nuevas tablas de la ley y, a través de su reflejo en los grandes medios de comunicación de masas, las repiten hasta la saciedad. Sabiendo con certeza que, en nuestras sociedades mediáticas, repetición equivale a demostración. La repetición constante en todos los medios de comunicación y en todas las redes sociales de este catecismo por casi todos los políticos y políticas, tanto de derecha como de izquierda socialdemócrata o ya socioliberal, le confiere una carga tal de intimidación que ahoga toda tentativa de reflexión autónoma de la agenda establecida, y convierte en extremadamente difícil la resistencia contra este nuevo oscurantismo.
Al final, como conversos que son a la nueva fe, no ofrecen ni pueden ofrecer una defensa empírica del mundo que están construyendo. Por el contrario, ofrecen, o más bien exigen, una fe religiosa en la infalibilidad de la doctrina. Es una defensa emocional, donde no cabe análisis racional, sino posicionamiento visceral: o conmigo o contra mí, en un interminable debate de tertulianos en los medios de comunicación que reproducen la agenda mediática de la derecha neoliberal enfrentada con la extrema derecha. Es lo que Chomsky ha denominado la “manufactura del consentimiento”. Donde los medios de comunicación social se han convertido en generadores de los temas de debate, las noticias y las agendas públicas que ya no requieren de la censura del poder, pues ésta es asumida voluntariamente por los medios.
Otro mundo no es posible
La baza definitiva de quienes defienden la doctrina neoliberal consiste, no obstante, en decirnos una y otra vez que no hay ninguna alternativa digna de consideración, que “otro mundo no es posible”, que éste es el mejor (o el único) de los mundos posibles. Puede que sea imperfecto, dicen, pero es el único sistema viable en un mundo gobernado por los mercados globales y una intensa competición. Bajo el disfraz de la “realidad objetiva” presentan las premisas y el marco ideológico del paradigma reinante en nuestra época: la visión neoliberal del mundo.
Desde los centros de poder político y económico se difunde la idea de que ya no hay más que una realidad, una única forma viable de organizar la vida económica, social y política; se impone la idea de la ausencia de alternativas racionales y viables. Este dogmatismo paraliza el entendimiento y la ausencia de alternativas paraliza la acción. En la conciencia colectiva se instala la tesis de la futilidad e impotencia del empeño humano individual o colectivo, pues nada se puede cambiar.
Por eso la lucha de los grupos y personas desfavorecidas está siendo por la inclusión en el modelo, por ser parte del sistema, ya no para cambiar el status quo. Es el nuevo orden hegemónico, constituido por un solo “bloque político” que, a través de los medios de comunicación, ayuda a caminar hacia la “aldea global”, “imponiendo el pensamiento único” y silenciando cualquier disidencia acusándola de practicar o alentar el “terrorismo”. Lo cual ha supuesto la criminalización de todo movimiento de oposición, con leyes como la Ley Mordaza en España o la policía del pensamiento que detiene a todo sospechoso de “islamizarse” mentalmente.
Nuestra “comunión” con las ideas dominantes hace inútil la conspiración
La eficiencia de este sistema reposa fundamentalmente en el proceso de interiorización colectiva que asume ampliamente la lógica del sistema, que se adhiere “libremente” a lo que se le induce a creer. Terminamos actuando de común acuerdo sin tener necesidad de ponernos de acuerdo. Nuestra “comunión” con las ideas dominantes hace inútil la conspiración.
Como dice Howard Zinn (2004) la desobediencia civil no es nuestro problema. Nuestro problema es la obediencia civil. Nuestro problema es que multitud de personas en todo el mundo ha obedecido los dictados de los líderes de sus gobiernos y han ido a la guerra, donde millones han muerto por causa de esa obediencia… Nuestro problema es que en todo el mundo la gente es obediente ante la pobreza y el hambre, ante la estupidez, la guerra y la crueldad. Nuestro problema es que la gente es obediente mientras las cárceles están llenas de ladronzuelos y los grandes ladrones rigen el país. Éste es nuestro problema.
Más sobre este tema en el libro: La Polis Secuestrada (Editorial Trea, 2019).