“Robadnos y llamadlo economía nacional. Quitadnos nuestras casas y llamadlo planificación regional. Humilladnos y llamadlo asistencia social. Envenenadnos y llamadlo conservación del medio ambiente. Adormecednos y llamadlo ideología de consumo. Lanzadnos al paro y llamadlo reconversión. Confundidnos y llamadlo publicidad. Cosificadnos y llamadlo nivel de vida. Mentidnos y llamadlo libertad de expresión. Tiranizadnos y llamadlo democracia”.
(Claes Andersson, 1998. Lo que se hizo palabra en mí).
Supuestamente la marea ascendente del libre comercio y la globalización, insistía una y otra vez la doctrina neoliberal, “elevaría todas las embarcaciones” y acabaría así con la pobreza. Era la teoría del goteo. La riqueza que se acumulara mediante el capitalismo emergente iría destilando “gota a gota” bienestar y auténticas posibilidades a los sectores más empobrecidos.
Pero en el más de medio siglo transcurrido desde el comienzo de esta embestida, hay en el mundo más pobreza que nunca y la situación continúa empeorando. Las ganancias no están siendo repartidas. La ONG Oxfam Intermón en su informe “Gobernar para las élites: Secuestro democrático y desigualdad económica” muestra que solo 85 personas, las 85 más ricas del mundo según la lista Forbes, tienen una riqueza igual a la que comparte la mitad de la población mundial, es decir, a la de 3.600 millones de personas. Que la mitad de la renta mundial está en manos del 1% más rico de la población. La globalización económica genera riqueza, pero sólo para la élite que se beneficia de la oleada de consolidaciones, fusiones, tecnología a gran escala y actividades financieras. La globalización exacerba esta tendencia, enfrentando entre sí a los trabajadores y las trabajadoras de todo el mundo por conseguir las migajas que caen de los manteles bien servidos de las grandes fortunas. Poco queda de la marea que elevaría todas las embarcaciones; las únicas que suben de nivel son los yates de “primera clase”.
De hecho, los estudios de la ONU indican que, en casi todos los países que liberalizaron su economía siguiendo la doctrina neoliberal, aumentaron las desigualdades salariales y se ha producido un deterioro en la distribución de los ingresos. Rusia, que acometió una liberalización acelerada de su economía, una “terapia de choque” recomendada por el FMI, se encontró en unos años en una situación caótica que aprovecharon cuanto pudieron las “mafias” cercanas al poder. Su PNB se redujo en unos años en un 50%; en poco más de diez años desde la caída del muro de Berlín, alrededor de un 35% de su población vivía en la pobreza más absoluta, mientras que la esperanza de vida de las personas adultas disminuía en cinco años. Hoy en día, ciertas avenidas de Moscú rebosan de comercios de lujo y el número de coches de lujo ha aumentado exageradamente, mientras que la gran mayoría de la población tiene que contentarse con un salario de miseria.
Los “progresos” de la doctrina neoliberal en China han provocado igualmente grandes desigualdades sociales entre el campo y las ciudades, entre las regiones costeras y las regiones del interior, entre las nuevas fortunas y la inmensa población que se va empobreciendo progresivamente, y dan como resultado inmensos movimientos de población y un paro cada vez mayor. En la India se asiste a un fenómeno similar. La apertura de su mercado alentó las inversiones de las empresas transnacionales, lo que ha originado quiebras, innumerables pérdidas de empleo, reducciones de salario, una disminución general de la actividad económica, un crecimiento del sector informal y una agravación de las desigualdades sociales. Los países cuyas élites han endeudado, al abrir sus mercados para conseguir refinanciar la deuda, no han logrado resolver los problemas del desequilibrio comercial ni el de la balanza de pagos, sino lo que se conoce ya como el “gobierno por la deuda”, donde los planes de ajuste y recortes sociales son dictados por las élites financieras externas y los organismos internacionales que les han prestado.
La doctrina neoliberal no ha resuelto ni una sola de las grandes cuestiones sociales que planteaba la situación del mundo antes de la hegemonía del neoliberalismo, es más, la mayoría de las cuestiones sustanciales han empeorado de una forma alarmante y dramática.
Sin embargo, se nos imponen, una y otra vez, con una fe dogmática rayana en el fanatismo más absoluto lo que Ricardo Petrella, profesor de la Universidad de Lovaina, denominaba las “Nuevas Tablas de la ley” o los “Nuevos Mandamientos”:
Primer mandamiento: no resistirse a la doctrina neoliberal, que es presentada como inevitable.
Segundo mandamiento: no retrasarse en la carrera de la innovación tecnológica orientada por el beneficio, no por el interés general. No se orienta ese desarrollo tecnológico, por ejemplo, para conseguir que haya agua potable, alimentación y salud para todo el mundo o a conseguir una reducción pura y simple del tiempo de trabajo.
Tercer mandamiento: liberalizar totalmente todos los mercados. Dicho de otro modo, no hay que mantener ninguna protección sobre la economía de cada país, no debe de prevalecer el interés de la sociedad ni la soberanía de la voluntad democrática sobre la de los mercados y grupos financieros internacionales.
Cuarto mandamiento: proceder a la privatización de todo lo que es privatizable, es decir, lo único que queda ya, los bienes comunes, los servicios públicos y los recursos colectivos como el agua.
Quinto mandamiento: hay que triunfar, ganar, hay que ser competitivos. Y quienes establecen el nivel de competitividad son los trabajadores y las trabajadoras que venden su fuerza de trabajo más barato, que trabajan doce horas, que trabajan sábados y domingos, o quienes trabajan en las maquilas de Guatemala en condiciones de semiesclavitud, pues lo que se trata es de reducir “costos laborales”.
Estas “tablas de la ley” se aplican, como condensa el profesor Pedro Marset, de una forma didáctica, en las tres des. La primera d, la reducción del déficit público: minimizando o reduciendo la participación del Estado en toda la actividad económica, sobre todo con el recorte de las prestaciones públicas, sociales, sanitarias y educativas, la privatización de las empresas públicas, y, sobre todo, el recorte de las pensiones públicas, reorientándolas hacia las pensiones privadas, los fondos de pensiones voluntarias, unidas a los seguros voluntarios de salud. La segunda d, la desregulación laboral: persigue una reducción drástica de los salarios, a base de potenciar el trabajo eventual, el trabajo precario, el trabajo sumergido, el debilitamiento sindical, el enfrentamiento de los trabajadores y las trabajadoras entre sí por un empleo escaso, utilizando también los flujos migratorios sin documentación. La tercera d hace referencia a la deslocalización del capital hacia los países donde pueden encontrar más perspectivas de beneficios, porque hay mano de obra aún más barata y por la exención de impuestos a esas empresas. Esto impide la soberanía del Estado respecto al control e imposición sobre los beneficios obtenidos en la actividad económica.
La “clase política”, representantes elegidos del pueblo, dicen que su prioridad es el empleo, pero la Bolsa responde con “vivas” y subidas espectaculares cada vez que se anuncian despidos masivos y se hunde cuando parece que se van a dar aumentos salariales. Las cotizaciones en bolsa y los beneficios de los consorcios ascienden en porcentajes de dos dígitos, mientras los salarios y jornales descienden. Al mismo tiempo crece el paro, los “contratos basura”, la precariedad laboral, los salarios miserables, la siniestralidad laboral y la inseguridad social. Vemos como se borran, con pactos o “decretazos”, derechos sociales conquistados con grandes esfuerzos, y escuchamos con indignación las informaciones impúdicas de los bancos y las grandes compañías del incremento “récord” de sus beneficios, cuando, a su vez, más de la mitad de las personas desempleadas no tienen prestaciones económicas, o las pensiones mínimas siguen siendo ridículas. Esos beneficios empresariales récord se envían a los países donde la tasa de impuestos es realmente baja o a los paraísos fiscales. En todo el mundo desciende el porcentaje con que los propietarios de capital y patrimonio contribuyen a la financiación de los gastos del Estado, mientras las grandes corporaciones amenazan con fugas de capital y arrancan así drásticas reducciones de impuestos y subvenciones multimillonarias o infraestructura gratuita.
En definitiva, parece que la doctrina neoliberal supone organizar la economía mundial al servicio del beneficio de las grandes corporaciones multinacionales y no de la justicia social. En este modelo neoliberal el capital se ha apropiado de todos los beneficios de la producción mundial, eliminando cualquier atisbo de la idea de participación en los beneficios por parte del trabajo o de la sociedad, como si este proceder fuera algo normal y no un atentado contra la justicia distributiva aplicada a los bienes del mundo y un acto de cínico y absoluto desprecio de la vida y los derechos de miles de millones de personas que sufren carencias básicas. Apropiación ésta que, para mayor vergüenza social, va acompañada por la ostentación del éxito de los cada vez más abultados ‘resultados’ (beneficios) empresariales anuales y de la “generosa caridad” (interesada, pues desgrava y da “buena imagen”) de sus ‘fundaciones’. No tenemos más que ver los ejemplos de las empresas energéticas (que fueron públicas antes) o del modelo de negocio-«caridad» de Amancio Ortega.
Todo ello es un claro ejemplo de que los beneficios de la doctrina neoliberal, que sus defensores reivindican, no han sido para los pueblos y las víctimas del mundo, sino para quienes se han apropiado de los recursos del planeta y quienes lo permiten con sus políticas o su complacencia. Y ahora estamos viendo cómo el precio pagado por las víctimas ha sido y está siendo sangrante.