La doctrina neoliberal no es sólo destructora de derechos, es también productora de cierto tipo de manera de vivir y de relaciones sociales, de cierta forma de comprensión del mundo y de un imaginario social, de un tipo, en definitiva, de subjetividad determinada. Esta remodelación de la subjetividad “obliga” a cada persona a vivir en un universo de competición generalizada, organizando las relaciones sociales según el modelo del mercado y transformando incluso a la propia persona, que en adelante es llamada a concebirse y a conducirse como una empresa, un emprendedor de sí mismo.
La doctrina neoliberal se ha convertido en la “razón instrumental” del capitalismo contemporáneo que estructura y organiza, no sólo la acción de los gobernantes, sino también la conducta y norma general de la vida de los propios gobernados. Los disidentes, los “divergentes”, no dejan de ser minorías periféricas, exaltadas, radicales antisistema, que incluso pueden adornar “folklóricamente” la democracia de la mayoría que es capaz de acoger en su seno la propia contestación, mientras no afecte, por supuesto, a los núcleos centrales del sistema.

Lo sorprendente es que las instituciones sociales, culturales y educativas de las polis siempre se han declarado al margen de toda esta socialización, proclamando una “falsa neutralidad” que hoy día se ha revelado imposible. Las escuelas, los medios de comunicación, la publicidad, la industria cinematográfica, de videoclips o de videojuegos ayudan a construir y homogeneizar el actual imaginario colectivo a lo largo del planeta. Estos medios institucionales e informales son los que contribuyen a ‘civilizar’ nuestra sociedad, inculcando en la población un habitus determinado: el habitus capitalista.
Esta subjetividad neoliberal potencia el egoísmo individual, frente a la solidaridad colectiva. Se pasa a considerar la “competencia” como el modo de conducta universal de toda persona, que debe buscar superar a los demás en el descubrimiento de nuevas oportunidades de ganancia y adelantarse a ellos. La cultura de empresa y el espíritu de empresa pueden aprenderse desde la escuela, al igual que los valores del capitalismo. No hay nada más importante que la batalla ideológica. Las grandes organizaciones internacionales e intergubernamentales (FMI, BM, OMC, OCDE, UE) desempeñan un papel clave en lo que se refiere a estimular dicho modelo, haciendo de la formación en el espíritu emprendedor una prioridad de los sistemas educativos en los países occidentales.
No se trata sólo de la conversión de los espíritus; se necesita la transformación de las conductas. Esta es, en lo esencial, la función de los dispositivos de disciplina, tanto económicos, como culturales y sociales, que orienta a las personas a “gobernarse” bajo la presión de la competición, de acuerdo con los principios del cálculo del máximo interés individual. Esto conlleva un mecanismo de introyección subjetiva, tal como Michael Foucault describió, mediante el cual se interioriza la culpa, viniendo a decir: “si no tengo trabajo es porque no soy suficientemente emprendedor” o “hay mucho desempleo porque faltan emprendedores”, “deja de perder el tiempo enviando currículos para encontrar trabajo, tú mismo puedes ser autónomo”. Y todo un coro de voces se encargan de proclamarlo: falta, en efecto, espíritu emprendedor. En esta nueva tecnología del yo, el problema social de la falta de empleo se interioriza y se asume como un problema personal de incapacidad. Paradójicamente, el explotado se convierte en explotador de sí mismo. Quien fracasa es doblemente fracasado porque se intenta convencerle que es culpable de su fracaso.
De esta forma cada persona se ha visto compelida a concebirse a sí misma y a comportarse, en todas las dimensiones de su existencia, como portador de un talento-capital individual que debe saber revalorizar constantemente. Ha sido preciso pensar e instalar, «mediante una estrategia sin estrategias», los tipos de educación del espíritu, de control del cuerpo, de organización del trabajo, de reposo y de ocio, basados en un nuevo ideal del ser humano, al mismo tiempo individuo calculador y trabajador productivo.
El paso inaugural consistió en inventar el “ser humano del cálculo” individualista que busca el máximo interés individual, en un marco de relaciones interesadas y competitivas entre individuos. La finalidad del ser humano se convierte en la voluntad de realizarse uno mismo frente a los demás. El efecto buscado en este nuevo sujeto es conseguir que cada persona considere que autorrealizarse es intensificar su esfuerzo por ser lo más eficaz posible, como si ese afán fuera ordenado desde el interior por el mandamiento imperioso de su propio deseo. Son las nuevas técnicas de fabricación de «la empresa de si».
La empresa se convierte así, no sólo en un modelo general a imitar, sino que define una nueva ética, cierto ethos, que es preciso encarnar mediante un trabajo de vigilancia que se ejerce sobre uno mismo y que los procedimientos de evaluación se encargan de reforzar y verificar. El primer mandamiento de la ética del emprendedor es «ayúdate a ti mismo». La gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisamente, en vincular directamente la manera en que una persona «es gobernada» con la manera en que «se gobierna» a sí misma. Y esto les impondrá, de acuerdo con la lógica de ese proceso autorrealizador, adaptarse cada vez más a las condiciones, cada vez más duras, que ellos mismos habrán producido. De este modo se ordena al sujeto que se someta interiormente, que vele constantemente sobre sí mismo, mediante un aprendizaje continuo, para aceptar la mayor flexibilidad requerida por los cambios incesantes que imponen los mercados. La economía del capitalismo se convierte en una disciplina personal.
Persigue, sobre todo, trabajar sobre sí mismo con el fin de transformarse permanentemente, de conseguir una mejora de sí, de volverse cada vez más eficaz en conseguir resultados y rendimientos. Los nuevos paradigmas, la “formación a lo largo de toda la vida” (longlife training) y la “empleabilidad”, son sus modalidades estratégicas más significativas. El individuo, como empresa de sí, debe superar la condición pasiva de “trabajador” o “trabajadora”, de asalariado. Debe pasar a considerarse a sí mismo como una “empresa” que vende un servicio en un país de “autónomos”.
Más sobre este tema en el libro: La Polis Secuestrada (Editorial Trea, 2019).