Si en la primera parte del análisis sobre las consecuencias sociales de la doctrina neoliberal explicaba cómo opera esta doctrina a nivel internacional y en la segunda ponía ejemplos claros, centrados sobre todo en África, en esta tercera parte, explico cuáles son las consecuencias en otras partes del mundo y la responsabilidad que tienen los países neocoloniales en el genocidio silencioso que impone esta doctrina del capitalismo.
Dentro de los países empobrecidos, los sectores y las poblaciones más indefensas han sido, a su vez, las mayores víctimas o sufridoras de esta globalización. El pueblo mapuche de la Araucanía (Chile) lleva luchando 500 años por la defensa de las tierras que siempre habitaron y por la defensa de su dignidad. Sus tierras han interesado a las multinacionales y sus riquezas han sido vendidas sin contar con los derechos de los que siempre las habitaron. En ellas entró la multinacional española de electricidad Endesa para construir presas hidroeléctricas, modificando los cauces naturales de las aguas, con el consiguiente impacto ecológico, que alteró el sistema de vida. Consiguió que el Gobierno expulsara a los indígenas de sus tierras sin contemplaciones. En amplios espacios de sus bosques con interés maderero, entraron poderosas compañías forestales como la Mininco, y de nuevo los mapuches fueron privados de su espacio. En los años 90 se descubrió petróleo en territorios mapuches y comenzó la invasión de las compañías petroleras. La argentina YPF, que quedó en manos de Repsol cuando fue privatizada, o la multinacional Pionner Natural Resources perforaron pozos y tejieron una red de oleoductos, gaseoductos y plantas de manera indiscriminada sin responder a las mínimas normas de seguridad y de impactos medioambientales. De hecho, algunas casas de mapuches volaron por explosiones del gas, se contaminaron las aguas potables y la de los pastos para el ganado, zonas enteras quedaron secas donde antes había agua y pozos, de modo que las tierras de producción agrícola quedaron yermas. Se llegó al extremo de que las emanaciones de gas liberadas, provocaron numerosos casos de cáncer. Todo ello se hizo violando las legislaciones vigentes como el Convenio de la OIT (169 y Ley 24071). Las denuncias llovieron, pero ninguna autoridad judicial o policial intervino para investigar los atropellos.
Los sectores más débiles son quienes más sufren esta doctrina neoliberal. Desde los niños y niñas de Huachipa (Perú) que fabrican adobes durante las doce horas que dura su jornada laboral porque necesitan llegar al millar de ladrillos al finalizar el día para que les paguen 20 soles (unos 5 euros), cantidad necesaria para ayudar en la alimentación y las necesidades de sus familias, hasta China, donde 70 millones de mujeres, con menos de 25 años (de lo contrario sólo pueden trabajar si traen a su hijo para que lo haga gratis) trabajan 14 horas diarias, en algunos casos hasta 18, para las multinacionales occidentales (Nike, Wall-Mart, etc.), comen en quince minutos, duermen cuatro horas hacinadas en la propia fábrica y ganan menos de dos dólares al día: son las dagongmei. No son las únicas víctimas: Más de 250 millones de niños y niñas en todo el mundo viven como esclavos, es decir, lo son. En América Latina trabaja 1 de cada 5 niños y niñas con edades comprendidas entre los 5 y los 14 años, en África 1 de cada 3, en Asia 1 de cada 2. Las formas de esclavitud clásica (que persisten en Sudán, Mauritania o África Occidental, donde comprar la vida de una persona no cuesta más de 80 dólares) se han visto superadas por las nuevas formas de explotación laboral. El índice de suicidios en Corea y en Tailandia ha aumentado increíblemente. Se suicidan y matan a sus familias: en estos países, donde los trabajadores y las trabajadoras ya no tienen ningún tipo de esperanza, se denomina a estas muertes ‘suicidios FMI’. En Rusia, la esperanza de vida para los hombres y las mujeres ha experimentado una caída de siete años en menos de una década, un hecho insólito en los dos últimos siglos. África y su población prácticamente han desaparecido del mapa.
Y cuando los golpes de estado no se alinean con los intereses occidentales y los de sus multinacionales extractivas, ya no son «primaveras africanas» sino «terrorismo islámico» que hay que combatir por todos los medios, como estamos viendo en Níger.