Prender fuego: cuando la opresión y la discriminación se juntan

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No es la primera vez que escribo que no fue hasta que fui madre que tomé consciencia de toda la misoginia y machismo que sufríamos las mujeres. Fue en el parto donde sufrí el mayor descrédito que pude sufrir como mujer y madre que tuvo consecuencias fatales para mi hija. Avisando a la matrona de que algo le pasaba a mi hija, que se había quedado dormida de repente, y que no lloraba, me dijo que “los bebés nacían cansados” y que “para qué quería que llorara, que así estábamos más tranquilas”. No respondió a mis llamadas pese a que estaba rellenando papeles. Mi hija estaba sufriendo una anoxia que yo no podía ni supe identificar, dejándole graves secuelas.

Este episodio es una muestra de cómo mi palabra, mi criterio, mis observaciones, fueron cuestionadas y descreídas. La matrona en ningún momento de la conversación, que duró varios minutos, tuvo en consideración lo que yo decía. Esta sensación, sentirme desacreditada, no es algo personal ni un caso aislado que yo cuento desde mi experiencia. El abandono a las parturientas es una forma de violencia obstétrica. Pero este abandono ocurre frecuentemente a las mujeres en todos los ámbitos. Mujeres y madres que también son ignoradas por los médicos cuando llevan a sus criaturas porque “les pasa algo”, o las que son cuestionadas por querer apartar a su hijo o hija de un padre maltratador, no solo físico, sino psicológico y narcisista, que de esos conocemos bastantes.

Después de que mi hija fuera ingresada en UCI, su diagnóstico era de encefalopatía hipóxico-isquémica y me convertí en su cuidadora principal sin darme cuenta. Había llegado a la maternidad a mis treinta y dos años con un trabajo precario por aquel entonces y el más fácil de sacrificar. Aunque pude acogerme a alguna prestación, me vi empujada a renunciar (menos mal que no lo hice) a mi carrera profesional. Sé que muchas madres que me leen sí han tenido que renunciar, no han tenido los apoyos sociales suficientes ni el entorno familiar les ha ayudado. Quiero destacar que, según datos de la Sociedad Española de Gerontología y Geriatría, nueve de cada diez personas cuidadoras son mujeres.

Es así cómo funciona la opresión. Mi trabajo gratuito y el de millones de mujeres cuidadoras a jornada completa y de guardia veinticuatro horas los 365 días del año genera una plusvalía a la sociedad, en el informe El valor y coste de los cuidados familiares a personas dependientes afirman que estas horas gratuitas ascienden a 4193 millones al año, y tienen un valor de entre 23.000 y 50.000 millones de euros.  El sistema es implacable: te educamos para que te hagas cargo de los cuidados ajenos, te hacemos creer que el trabajo de cuidados no vale nada, promovemos que las mujeres accedan a trabajos precarios, empujamos a que sean estos empleos los que se sacrifiquen si hay que cuidar a menores, dependientes y tercera edad, frenamos tu desarrollo personal porque estás ocupada cuidando, tampoco tienes tiempo para protestar, ni para ser visible, no cotizas, no cobras pensión y mueres pobre; pero muy útil a la sociedad.

¿Alguna vez has pensado en lo que vale el trabajo de las mujeres cuidadoras en el mundo? Pues el valor del trabajo de cuidados informales de las mujeres mayores de quince años en todo el mundo asciende a 10.8 billones de dólares al año. Triplica la industria tecnológica mundial, según datos de Intermon Oxfan en su informe Tiempo para el cuidado.

Pero ser madre de una niña con discapacidad no termina sólo en quedarte enterrada bajo un manto de opresión machista. No solo significa que pierdes la oportunidad de tener una vida pública como ciudadana de pleno derecho, también implica tener que luchar contra la discriminación que va a sufrir tu criatura. La discriminación ocurre porque las personas con discapacidad no son útiles a la sociedad. La idea central de la lucha por los derechos de las personas con discapacidad es hacer entender que tienen derechos por ser personas, por existir.

Las madres de menores con discapacidad tenemos la combinación perdedora: oprimidas por ser mujeres y a cargo de personas discriminadas. El panorama es desolador porque la sensación es de estar en la trinchera todo el día. Las injusticias a las que vas a tener que enfrentarte se pueden tomar la forma de un dragón de mil cabezas. ¿Y cómo se lucha contra la discriminación desde una posición de opresión? ¿Cómo una madre que tiene que cuidar de varias criaturas y una de ellas con discapacidad, sin trabajo, sin tiempo porque está cuidando, va a ponerse a estudiar cómo poner reclamaciones, o cómo poner una demanda sin tener que arañar horas de sueño y autocuidado? ¿Cómo una mujer cuidadora que tiene más probabilidad de sufrir síntomas depresivos va a tener la fuerza y energía de luchar?

Si pretendes salir de esa opresión y luchar contra la discriminación va a suponer un esfuerzo extraordinario que pondrá en juego tu salud física y mental si no tienes los apoyos suficientes, y a veces, sin esos apoyos, las mujeres se rinden. Según un reciente estudio, seis de cada diez personas cuidadoras pueden tener síntomas depresivos.

El patriarcado es un sistema social organizado por varones y para varones. Es este sistema el que oprime organizando la vida de las mujeres a través de normas implícitas y explícitas. A su vez, las administraciones a las que tenemos que acudir para pedir recursos para las personas a las que cuidamos y para nosotras mismas se manifiestan como perfectos maltratadores: te niegan derechos, te niegan recursos, te niegan una comunicación fluida, te ignoran, tardan en responder y a veces quedan impunes.

Por esto yo apelo a la sociedad para que nos ayude a cambiar esto. A que valore nuestro trabajo, a que faciliten los recursos económicos suficientes y dignos a las mujeres, a que haya programas gratuitos de respiros familiares en cada localidad, a que haya apoyo psicológico gratuito y continuado, a que haya formas de comunicación directa con la administración, a que aligeren los procedimientos burocráticos, a que respeten a las mujeres cuidadoras.

Por lo que a mí respecta, a veces he tenido ganas de prender fuego ante el inmovilismo de la administración cuando se hacen las cosas tan mal y afectan a la vida diaria de las mujeres y las personas con discapacidad a su cargo. A veces me quedo sorprendida de la paciencia infinita que tenemos, desde luego, porque nos han educado así para frenar nuestra ira. No la frenemos, démosle rienda suelta a través de la palabra, que no nos dé miedo a actuar. Parafraseando a la señora Zamudio, ¡si hay que gritar, se grita, y si hay que quemar se quema!

1 COMENTARIO

  1. Un aplauso, señora mía. Me ha dejado usted impresionada.
    Un artículo emocionante, y mire que leo artículos, pero éste me parece verdad verdadera.
    Muchas gracias.

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