El sueño de una noche de septiembre

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El lunes 4 de septiembre murió un sanitario. Cinco compañeros suyos resultaron heridos. No conocíamos al difunto, pero pasamos varias semanas aplaudiéndolo todas las tardes a las 20:00. Se llamaba Manuel Montoya y había grabado reportajes en el canal de televisión TVR. Era un héroe del COVID. Como técnico de emergencias había atendido al paciente 0 de la pandemia en La Rioja. Sin embargo, murió de una forma truculenta: un energúmeno entró en su centro de salud atropellando de manera intencionada a cuantas personas pudo mientras gritaba consignas contra el gobierno. Digámoslo claro: Manuel Montoya no murió, fue asesinado y sus compañeros atacados y heridos por un desequilibrado que gritaba consignas de odio. Después de los aplausos que le habíamos tributado y de aparecer como héroe en la tele, su pago final por sus servicios fue éste.

Me fui a la cama aquel día pensando en ello y tras una cena un poco pesada. De madrugada me levanté para ir al baño y, mientras intentaba volver a conciliar el sueño, Manuel Montoya apareció. No sé por qué mecanismo, pero, en mi estado de duermevela, Manuel Montoya vino desde el otro lado para hablarme. No creo que ninguno de ustedes haya recibido nunca la visita de un alma atormentada. En contra de la imagen que suele tener la gente de las apariciones, no estaba suspendido en el aire. Y no era translúcido. Entró por la puerta de la habitación normalmente y vi cómo para hablarme se sentaba en la silla que en mi cuarto tengo junto a mi mesa de trabajo. Sí era cierto que transmitía una sensación de ingravidez, como de falta de peso. Me acojoné, tenía tal miedo que no podía ni gritar. Pero Montoya se me dirigió, con la misma voz que había oído de él en sus reportajes, aunque con un matiz más monótono, lúgubre y fantasmal, de este modo:

—Nada temas, mortal. ¿Eres tú Yago Pérez Varela, el que firma como Un Villano de Madrid?

—¿Cómo sabes todo eso? —respondí sobresaltado y sudoroso.

—He pasado a otro plano superior a vuestro mundo. Ahora conozco todo. Incluso secretos que ningún humano puede saber mientras aún esté sobre La Tierra. La cuestión es que eres una persona que ha seguido mi caso y que ha escrito varias veces sobre temas que rodearon mi muerte. Por eso te he elegido a ti. Tengo que comentarte varias cosas. La primera es que nadie ha tratado mi caso como un acto de terrorismo a pesar de que aquel zumbado repetía consignas políticas y parecía tener un objetivo claro.

—Eso ya lo sé. ¿Has venido desde la Gloria Eterna para decirme eso?

—No estoy en la Gloria Eterna. No puedo descansar en paz sin transmitir una serie de cosas a los mortales. No consigo dejar de sentir perplejidad viendo cómo después de haberme dejado la piel por ellos he muerto en un acto de odio.

—Si lo conocéis todo allí donde estés supongo que habrás visto que al tipo que te mató lo definen como un desequilibrado mental. Dicen que no tenía un móvil terrorista.

—Pero tú has seguido todos estos acontecimientos. Sé que tú no crees eso. Que estás informado de que acaban de imputar como terrorista al autor de un atentado islamista en Algeciras que también presentaba problemas mentales. Decidieron que por haber compartido material yihadista era un terrorista. Y también estás harto de ver que mucha gente en las redes que sigues nos ha puesto a los sanitarios en el punto de mira de muchos descerebrados de extrema derecha. Ahora sé que ni el Espíritu Santo ni ninguna de las entidades que os dan sabiduría a los vivos puede iluminarlos. He visto el motivo, pero no puedo revelároslo. Está en su naturaleza actuar así. Son bestias. La cuestión es que habéis permitido que tenga poder gente que transmite los mensajes que los mueven.

—No puedes responsabilizarme a mí de eso. ¿Por qué vienes a atormentarme a mí? También conoces ya de un tirón todo lo que he escrito de la presidenta de mi Comunidad. Personalmente creo que es un súcubo infernal, un demonio que ha adoptado forma de mujer. Lo es ¿verdad? Tú ahora lo sabes.

—Eso tampoco puedo revelártelo, pero precisamente, ese ser nos acusó a los sanitarios de sabotear ese hospital tan extraño que os creó. No me explico cómo los mortales seguís sosteniéndola.

—¡Yo no lo hice! Yo estoy harto de escribir cómo a la derecha le permiten cosas en los medios y, consecuentemente, en la opinión pública que no se le permiten a nadie más. ¿No recuerdas el artículo que escribí, va a hacer 21 meses ahora, sobre el diferente trato que recibía un chiste de mal gusto en Twitter dependiendo de que lo hiciera un concejal de izquierdas, como Guillermo Zapata, o la mala bestia vicepresidente de Castilla y León por Vox?

—Cierto, pero desde entonces han entrado a posiciones de poder más personajes de ese estilo. La vicepresidenta de las Cortes de Aragón, por ejemplo, tenía un perfil de internet que era un recopilatorio de conspiraciones chorra como las que nos pusieron a mis compañeros y a mí en la diana de tarados como el que yo me encontré.

—Pero bueno, todo esto ya lo revelaba cada día en mis artículos. También es muy interesante ver cómo amenazan en Twitter, ahora X, un montón de descerebrados de extrema derecha aparentemente sin consecuencias. Cualquiera que opine en Twitter sobre ciertos temas lo ha experimentado. Te amenazan con hacerte comer un bordillo, con daños a tu familia… Yo siempre los denuncio ante la red y los bloqueo, pero creo que lo que dicen merecería más castigo y más allá del reglamento de una red social. Pero hasta el partido de la presidenta de la comunidad donde vivo, de la que hablamos más arriba, tiene como presidente de honor a un ministro franquista con las manos manchadas de sangre de ejecuciones políticas. Ya dije en otros artículos que ese canalla jamás se arrepintió de sus asesinatos y que organizó actos de terrorismo de estado.

—Sí, estás hablando de Fraga. Es cierto que nunca se arrepintió. Desde donde estoy he visto como lo atormentan por ello en el infierno. Se lo ganó a pulso durante toda su vida, todavía no hace ni diez años que defendía lo que hizo. Está en una sala especial dedicada a los que encima de haber derramado sangre de justos e inocentes, no sólo escaparon de la justicia humana sin castigo, sino que incluso hay quien los defiende en La Tierra. Un recoveco del infierno ocupado por Winston Churchill, Thatcher, Gorbachov, Hirohito, el Sha de Persia, casi todos los presidentes de Estados Unidos empezando por Reagan… Y la mayoría de los responsables del proceso llamado Transición Española, por cierto. Los inquilinos de esa sala reciben más tormentos que nadie en el averno por la magnitud de sus crímenes y por no haber pagado por ellos en su vida mundana. Fraga está ahí, en esa estancia especial, recibiendo la condenación eterna que se ganó a pulso cada día de su vida sobre La Tierra.

Aquí vi una ocasión de lucimiento y le interrumpí:

—Y Lyndon Jonhson también estará en esa sala del infierno, supongo.

—Por supuesto, ya has metido tu perla histórica, pero nos desviamos. Intento decirte de la manera más clara que sé que en la tierra están protegiendo a unos monstruos que no se detendrán ante nada.

—Vale, pero, una vez más, todo esto ya lo sabía. Si me apuras he hablado hasta de que hacen chistes sobre el terrorismo de extrema derecha que jamás se admitirían a otras ideologías o colectivos. Acabas de decirme que incluso en el infierno hay una sala especial para los que no pagaron por sus actos en la tierra. ¿Por qué has vuelto del otro mundo para hablar de ello?

Aquí Manuel Montoya se puso serio. Me habló con una gravedad fantasmal y sentenció:

—He repasado todos los datos que tienes sobre todo este tema. No sé cómo hacer comprender a los mortales que por propia experiencia sé que nadie está a salvo. He acabado mis días a manos de un energúmeno ciego de odio cuando me dejé la piel atendiéndoos y fui considerado un héroe. Además cinco compañeros míos lo han pasado muy mal. Ahora la misma gentuza que nos puso en la diana a los sanitarios ha puesto en el punto de mira a otras personas que no hacen más que su trabajo, como los meteorólogos. Tú, por tus características, eres de los mortales que mejor pueden transmitir mi mensaje. Espero que después de decírtelo pueda descansar en paz.

—Yo sólo puedo prometerte que haré lo posible por transmitirlo. Siempre lo he hecho. Pero no sé si hasta ahora me han hecho caso ni si podré hacer algo más.

—No se parará con nosotros. Si no detenéis este proceso vais a sufrir mucho, y os aseguro que no os iréis a descansar tranquilos. Yo os he avisado. Ahora sólo me queda volver al otro mundo. Mi misión está cumplida. Ya puedo ir hacia la luz. Pero vosotros no podréis ni conciliar el sueño si no cortáis esta espiral.

Manuel Montoya se esfumó. En contraste con su llegada, muy vulgar, su salida sí que fue claramente sobrenatural, desvaneciéndose fantasmalmente, como succionado hacia lo alto, mientras un relámpago sacudió la casa y mi cuarto. Entonces me desperté del todo. Piensen lo que quieran de este relato. Igual mi visión fue sólo un mal sueño debido a mi cena pesada. Igual el villano de Madrid ha perdido la cabeza. Quizás Montoya se apareció realmente. O tal vez, de hecho es lo más probable, el villano sólo ha usado el recurso de una alegoría tremendamente obvia en forma de historia corta para transmitirles su mensaje y los pensamientos que le sugirió el caso del asesinato de Manuel Montoya, ya que consideró que, tratados de forma convencional, a modo de sumario y enumeración de noticias, iban a resultar demasiado áridos. Lo que es seguro en mi relato es que todos los hechos que comenté con el difunto ocurrieron realmente, que algunos los he tratado en esta columna y que ha muerto un sanitario y varios más han corrido peligro de compartir ese destino después de que algunos hayan señalado en discursos y en redes a este colectivo. Ahora están metiendo en sus locuras a los meteorólogos. No creo que la espiral se detenga allí y si esto continua todos lo vamos a sentir. Quien quiera entender que entienda.

Marta Fernández Martín, nueva presidenta de las cortes de Aragón por Vox, difundiendo teorías antivacunas en las redes.

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