Ahora tampoco es el momento

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En los últimos días el país ha estado muy agitado ya que ocupaba todas las cadenas y medios de comunicación el importantísimo asunto de los amores y desamores de una pareja de millonarios enriquecidos gracias a dos ramas del espectáculo como la música y el deporte y una canción de desamor, toda una novedad, algo que jamás de los jamases se había hecho, y claro, algunos asuntos menores se nos han pasado. Por ejemplo, nuevas revelaciones sobre uno de los padres de la constitución y artífices de esa modélica transición por la que tanto nos admirarán por los siglos de los siglos todos los pueblos, razas y naciones de la tierra.

Manuel Fraga encarna como pocos personajes lo que en este espacio hemos solido llamar historia silenciada. Por alguna extraña razón las circunstancias siempre desaconsejan hablar de su trayectoria. Resulta que como fue ministro en la época del boom turístico y el desarrollismo de los 60, y como se le logró encauzar para que llevara al redil de la constitución del 78 a la derecha más cerril, de pronto, todo su pasado como ministro de una dictadura, firmante de penas de muerte a presos políticos y justificador más adelante de los golpistas del 23-F entre otras lindezas, queda olvidado. Hay que rendirle pleitesía como padre de la constitución y disculpar todas sus fechorías, ya que, según el relato oficial, gracias a él los comunistas y la izquierda no van a la cárcel y además es el fundador de uno de los partidos hegemónicos del régimen del 78. ¿Qué importa que fuera partidario de un mero maquillaje de la dictadura, que participara directamente en la represión política o que amparase a criminales?

Pues bien, esta última semana hemos conocido otro retazo de su obra que no ha recibido la atención que merecía. Resulta que un donante anónimo ha hecho llegar al Partido Carlista pruebas irrefutables de que Don Manuel fue uno de los máximos responsables de los sucesos de Montejurra de 1976.

Recuerden: en los últimos años de Franco parte de los carlistas habían dado un giro ideológico que amenazaba con llevar este movimiento a la proximidad del socialismo autogestionario y el marxismo. Por grotesco que pueda parecer, emergía un carlismo de izquierdas que el aparato estatal consideraba que podía convertirse en una fuerza revolucionaria poderosa y que ponía en cuestión la legitimidad del entonces recién proclamado Rey Juan Carlos I. A esto se oponía otro sector más inmovilista que permanecía fiel a sus tradiciones y seguía rindiendo culto a los sublevados de la Guerra Civil. En estas condiciones llegaba al carlismo a la edición de 1976 del viacrucis anual que realizaban en el monte navarro de Montejurra. La sorpresa se produjo cuando al intentar ascender a la cima los sectores izquierdistas, se encontraron con una fuerte movilización de ultras de derechas que se lo impidió, hasta el punto de sacar armas de fuego y provocar dos muertos y varios heridos. Los autores de los disparos fueron identificados, pero en virtud de la Ley de Amnistía ni se los juzgó.

Estos sucesos, según el relato oficial de la «modélica transición», no fueron más que un episodio sin importancia de la violencia y el rencor que con tanta altura de miras y bondad superó el grueso del pueblo español, pero lo cierto es que acabaron con un movimiento izquierdista ―o al menos percibido como tal― emergente que nunca ha vuelto a tener la misma fuerza, y además pronto aparecieron evidencias de que aquellos enfrentamientos no fueron espontáneos. Varios elementos, como la pasividad o intencionada inoperancia de la Guardia Civil presente en el acto, dejaron esa sospecha. Al final el general José Antonio Sáenz de Santamaría, jefe del estado mayor de la Benemérita en el momento de los hechos, reveló que el SECED, los servicios secretos franquistas, organizaron estos incidentes para acabar con la rama díscola del carlismo. Y no escatimaron medios. Llevaron ultras de todo pelaje y procedencia para provocar estos enfrentamientos: Guerrilleros de Cristo Rey, falangistas, Triple A… Incluso mercenarios italianos como Stefano Delle Chiaie, el sangriento terrorista de la Operación Gladio huido de su país y refugiado primero en la España tardofranquista y luego en el Chile pinochetista.

Pues bien, los documentos aparecidos en esta semana prueban que Fraga, Ministro de Gobernación en el momento de los hechos, fue el responsable de llevar y trasladar a 4650 ultras de toda España al acto. Se trata de varias piezas de correspondencia entre Don Manuel y José Luis Ruiz de Gordoa, a la sazón gobernador civil de Navarra, donde comentan sus reuniones con Sixto de Borbón-Parma, jefe de la rama derechista del carlismo, el presupuesto para la operación, y del material que tienen que llevar, además de hacer luego balance de la operación. Aunque en las misivas Fraga califica de «premisa esencial» que la concentración sea «totalmente pacífica», lo cierto es que movilizo 93 autobuses de ultras a los que pagaba una dieta de 750 pesetas por cabeza y los proveía de material como garrotas de campo, brazaletes, etc. En el balance final de la operación Ruiz de Gordoa comenta que «El enfrentamiento no debió pasar de la garrota de campo, considerando un hecho desgraciado el disparo de la Campa. No encuentran justificación alguna los disparos de la cima que acabaron con el Montejurra 1976”

Dado que en 2003 la Audiencia Nacional reconoció a los dos muertos en Montejurra como víctimas del terrorismo, las revelaciones de esta semana pueden ser consideradas como que Fraga participó en un acto terrorista. Pero desde 1977 resulta que remover el pasado de Fraga fue injusto mientras estuvo vivo dada su aportación a la Constitución, y cuando murió pasó a ser de mal gusto. Ahora que han aparecido nuevas revelaciones, a ver qué se inventan para que tampoco sea el momento de analizar la trayectoria de este «padre de la modélica transición». El partido que según varias encuestas va primero en dirección de voto fue creado por él y rinde pleitesía a este, en mi opinión, terrorista de estado y ya gobierna una comunidad de la mano de otro partido ultra que tiene a un condenado por actos violentos en el congreso.

Además en los documentos se asegura que Juan Carlos I estaba al corriente de todo. Pero este es otro gran exponente de la historia silenciada de España y tampoco es nunca momento de hablar de él. Debemos suponer que desde su exilio de Abu Dabi es inofensivo y que su hijo, actualmente jefe de estado, era tonto de remate y no sabía nada de lo que hacía.

Remover su pasado ahora sería inoportuno. Lo que agita a España es la cancioncita de desamor de una cantante millonaria ―y defraudadora de hacienda y por tanto de los españoles― a un futbolista.

Parte de los documentos aparecidos la pasada semana sobre Manuel Fraga y los sucesos de Montejurra.
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Yago Pérez Varela
Yago Pérez Varela (Madrid). Aunque en cierta época se fijó en las ciencias, acabó notando que la historia era su pasión y lo que le gustaba. La historia le ha permitido ejercer labores gratificantes en documentación e investigación, pero al ser un villano también ha conocido empleos precarios. Quiere a su villa natal de Madrid, aunque le preocupa ver que a veces paga el precio de ser capital de un país, y como tal, refugio de oligarcas.

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