El postmodernismo, una ideología reaccionaria

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El postmodernismo, esa corriente intelectual que se autodenomina como el fin de las grandes narrativas y la muerte de la Historia, ha sido duramente criticado por el marxismo. Y no es ninguna sorpresa ya que, a pesar de su supuesta postura crítica, el postmodernismo esconde una concepción conservadora y reaccionaria que, lejos de ser una revolución intelectual, es la expresión ideológica de los intereses de la clase dominante.

Para entender el postmodernismo, es necesario comprender sus raíces filosóficas. Esta corriente de pensamiento se basa en gran medida en la obra de dos grandes filósofos: Nietzsche y Heidegger. Estos pensadores teutones, que se presentan como críticos de la modernidad, en realidad son defensores del statu quo y sus intereses. Para ellos, el sujeto es libre de crear su propia realidad, sin importar las estructuras sociales, económicas o políticas que lo condicionan. De esta manera, se borra cualquier noción de lucha de clases y se justifica el mantenimiento del status quo. No es casualidad que ambos fuesen una influencia confesada públicamente por Alfred Baeumler, José Pemartín, Otto Friedrich Bollnow, Giovanni Gentile, Richard Oehler, Pedro Laín Entralgo…

La influencia de estos pensadores en el postmodernismo ha llevado a una visión de la realidad altamente subjetiva y relativista en la que la verdad se considera una construcción social y cultural. La realidad es vista por ellos como una construcción lingüística y el lenguaje como una herramienta de poder que se utiliza para imponer una versión particular de la misma realidad. De ahí la insistencia por parte de los activistas postmodernos que, situándose en las antípodas de los militantes marxistas, reducen la lucha ideológica a la forma del discurso (“lo que no se nombra no existe”, repiten como papagayos sin entender a qué se refieren ni lo que quieren decir), sin entrar al fondo real y concreto de las cuestiones en debate (que es siempre, de una u otra forma, un reflejo de la lucha de clases). Porque, a despecho de sus sandeces, la política debe basarse en la lucha contra la explotación capitalista, y no en la identidad cultural o en la subjetividad individual.

Los pensadores postmodernos también han promovido la idea de que todos los discursos son igualmente válidos, concluyendo que todas las ideologías son igualmente aceptables y que no hay ninguna distinción entre la verdad y la mentira. Por eso, el mundo del siglo XXI, construido a imagen y semejanza de esta filosofía, es un mundo de fake news y bulos porque esta socava la capacidad de la sociedad para distinguir la realidad, lo que lleva a la propagación de la desinformación y la manipulación.

El postmodernismo, siguiendo la estela de Nietzsche y Heidegger, ha eliminado la dimensión política del arte y la cultura, convirtiéndolas en meras expresiones subjetivas y despolitizadas. En lugar de considerar la función social del arte y la cultura, el postmodernismo ha creado una cultura del espectáculo, que refuerza el individualismo y la apatía política. No es, por tanto, casual que tipejos como Mario Vaquerizo triunfen en la cultura del espectáculo actual.

En contraposición, el marxismo-leninismo defiende que la cultura y el arte son expresiones de las relaciones sociales de producción, que tienen una función política y social. El arte no es un producto individual y subjetivo, sino que es el resultado de una lucha colectiva, que refleja los intereses de la clase dominante o de la clase oprimida.

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