El decrecimiento era esto

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En los últimos años, hemos asistido al auge de una corriente de pensamiento que se autodenomina “decrecentista” y que propone una reducción drástica del consumo, la producción y el crecimiento económico como solución a los problemas ecológicos y sociales del mundo actual. Según sus defensores, el decrecimiento es la única forma de evitar el colapso civilizatorio y de garantizar una vida digna y sostenible para todos los seres humanos.

No obstante, esta teoría se basa en una serie de premisas falsas, utópicas e incluso reaccionarias, que no solo no resuelven los verdaderos desafíos que enfrentamos, sino que los agravan y los trasladan a las espaldas de la clase obrera y de los pueblos oprimidos ya que ignora las causas reales de la crisis ecológica y social, que no son el exceso de consumo o de producción en general, sino el modo de producción capitalista, que explota a los trabajadores y a la naturaleza para obtener beneficios privados. El capitalismo es un sistema basado en la competencia, la acumulación y la expansión constante, que genera desigualdades, guerras, hambre y contaminación y la teoría del decrecimiento no lo cuestiona sino que lo asume como inevitable y busca adaptarse a él mediante una renuncia colectiva al progreso material y cultural.

Para el marxismo, el decrecimiento es una utopía irrealizable, pues supone que el capitalismo puede funcionar sin crecer o incluso decreciendo, lo que es una contradicción en sus propios términos pues el sistema burgués de acumulación necesita crecer para reproducirse y para satisfacer las necesidades de una población mundial en aumento. Si el crecimiento se detiene o se invierte, el resultado no es una armonía ecológica y social, sino una crisis económica y política de enormes proporciones, que afectaría sobre todo a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Es por ello que podemos afirmar que la teoría del decrecimiento es una reacción conservadora que implica un retroceso histórico en las conquistas sociales y culturales de la humanidad.

Pero hay otra razón más para oponerse a esta teoría: el decrecimiento ya está aquí. No como un proyecto voluntario y consciente de la sociedad, sino como una realidad impuesta por la crisis del capitalismo.

En efecto, estamos viviendo un proceso de decrecimiento forzado que se manifiesta en la caída del PIB, el aumento del paro, la precarización del trabajo, el recorte de los servicios públicos, la subida de los precios y la pérdida de poder adquisitivo. Este proceso se ha acelerado con la pandemia del Covid-19 y con la entrada de Rusia en la guerra de Ucrania, que han golpeado duramente a la economía mundial y han evidenciado las debilidades estructurales del sistema capitalista.

Vivimos, pues, un empobrecimiento generalizado de la clase obrera y de las capas populares, que ven cómo se deterioran sus condiciones de vida y cómo se reducen sus derechos y libertades, descubriendo el verdadero rostro del decrecimiento: un rostro de miseria y desesperación.

Frente a esta situación, no podemos aceptar el discurso fatalista y resignado del decrecimiento. No podemos renunciar a nuestras aspiraciones de una vida mejor para nosotros y para las generaciones futuras y  dejar que nos roben el futuro.

La única alternativa al decrecimiento capitalista es el socialismo ya que, al estar basado en la propiedad social de los medios de producción y en la planificación democrática de la economía, es un sistema que pone al servicio de las necesidades humadas
y de la preservación de la naturaleza las fuerzas productivas creadas por el trabajo humano eliminando las desigualdades, las injusticias y las contradicciones del capitalismo y permitiendo el desarrollo armónico y sostenible de la humanidad.

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