De ladrones de cuerpos, seres mutantes y el verbo acuerpar

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Por Mara Ricoy Olariaga

No sé a vosotras pero quizá, por ser emigrante, cada vez me suenan peor algunos neologismos que este “Nuevo Orden” nos intenta imponer. He escuchado casi como un derrape auditivo, a la señora Irene Montero, decir repetidamente “acuerpar”. Lo que me ha llevado con cierto desasosiego a la R.A.E.  La cuestión es que acuerpar según la academia significa “apoyar”, pero no es por ahí por donde va la cosa. Según varias referencias, es algo así como indignarse por otros cuerpos y proveerse entre sí de energía política para resistir y actuar contra las múltiples opresiones patriarcales, colonialistas, racistas y capitalistas.

No sé. A mí esto me suena a película de serie B donde un ente se carga de energía colectiva en plan mega parásito. Y no creáis que me falta indignación o empatía. Aunque si hay algo que me sobra, y aunque esté mal visto, es inclusión.  He trabajado más de doce años dando clases de preparación al parto en Londres y también como activista en cuestiones de derechos reproductivos, y he observado lo que la inclusión ha significado en ese ámbito. Hasta los años 70, si bien el cuidado del parto ya se había masculinizado al introducir allá por 1700 a ginecólogos para suplantar poco a poco a las matronas, aún era un proceso que seguía, sin embargo, vetado a los demás hombres. Ellos, según estereotipos de película, fumaban y repartían puros a la espera de tener noticias. Con el movimiento hippie, el feminismo de los sesenta y varios intentos de reapropiarnos de nuestros procesos reproductivos, se incluyó en el parto a los hombres que iban a ser padres. 

Era una forma, o eso pensamos, de combatir el machismo con el que se encaraba la paternidad. Las parejas modernas iban juntas a clases en las que se abrazaban y respiraban al unísono. 

Vaya por delante que mi pareja estuvo en mis partos y que he conocido a muchos hombres que han entendido perfectamente su papel en esa situación. Pero, en general, lo que ha ocurrido al incluir a los hombres, es que cada vez más son ellos quienes han tomado una vez más el rol protagonista en un asunto en el que simplemente no pueden serlo. 

He tenido a muchos preguntándome en plural «¿qué hacer si tenemos contracciones?» O hablar de sus parejas como si no estuvieran presentes, o utilizar aplicaciones de lactancia en el teléfono móvil  para decirle a la madre que debería parar de dar el pecho. Muchos hombres, y han sido muchos, se me han quejado porque la matrona se dirigía a su mujer en todo momento, me decían sentirse invisibles, a lo que yo les respondía que les entendía y que como mujer a mí me pasaba lo mismo en las ferreterías, los bancos y las reuniones escolares. 

Ese cuerpo del que tan alegremente me hablaban, silenciándolo, para contarme náuseas que ellos no sentían, decisiones sobre procedimientos invasivos que no iban a sufrir, e incluso el incremento de micción durante la noche de una vejiga que no les pertenecía, ese cuerpo sobre el que se desesperaban por no poder decidir, es decir, el cuerpo de su novia o pareja, es el cuerpo que seguimos a día de hoy teniendo que defender a capa y espada de todo tipo de ataques. Es el cuerpo de las mujeres, es el cuerpo que no les pertenece a los hombres pese a que socialmente se inculque lo contrario.

 La frase que más veces tuve que repetir y aún así parecían no entender es: “la mujer es legalmente quien decide durante el parto”. Pues no había manera. Que si “el médico tendrá la última palabra”, que si “yo también soy el padre», que si “ella estará medio inconsciente con las contracciones”. 

Y por si me quedaran dudas, en mis viajes a España fui comprobando que los que más sabían sobre parir y ser madres eran ellos. Pediatras, nutricionistas, enfermeros, ginecólogos hablaban y vendían libros sin pudor alguno sobre ser madre, el parto o la lactancia. 

Estos buenos hombres a los que nosotras incluimos en un intento de igualdad me dejaron bastante claras dos cosas. Una, que no hay porqué incluir a todos en todo. Y dos, que el poder controlar y decidir sobre nuestra capacidad de gestar y parir es la última cruzada patriarcal, no en balde el patriarcado supone la aniquilación de la madre. 

Por ello y habiendo sobrevivido a un montón de películas ochenteras y pósters varios en los que las nuevas masculinidades venían musculosas pero con bebés en brazos, sé que esa cruzada no ha parado en ningún momento, pasamos del transgresor “Voy a ser mamá” de McNamara y Almodovar en La movida, a Miguel Bosé en los noventa “embarazado” en una portada, y de ahí a la explotación reproductiva. 

Lo que muchas no vimos es que íbamos a pasar de la transgresión andrógina al “quiero ser como tú” al distópico “soy más tú que tú”.

Pensé que el futuro, el mío al menos, sería moderno y no rancio. Pero lo que nunca pensé es que en un giro Orwelliano, ser rancio fuese declarado moderno y mi necesidad de transgresión vista como desfasada.

Esos que se han ido acuerpando (en el sentido más literal posible), como si de una mala película zombie se tratara, del cuerpo de las mujeres, en realidad lo que han parasitado ha sido la identidad, por supuesto, y con ella la capacidad de decisión. Y ahí sí que es donde más de una ya empezamos a ver la película de terror. 

Donde yo vivo (Reino Unido) todo el material para futuros padres y madres incluidas las páginas de la sanidad pública (NHS) ya hablan para hombres que paren y amamantan, te explican como hacer “chestfeeding” lactancia pectoral y está extendido el término “birthing people” (gente que pare).

Y aunque muchas sepamos que es una mentira ideológica y que sólo un cuerpo de mujer puede parir, ya nos han colado al hombre como parte de la identidad que decide en el embarazo, parto y maternidad.

Pero mientras tanto, en el mundo de las mujeres sin pronombres añadidos, que existe de fondo como un decorado que se han olvidado de quitar en su teatro del absurdo, España es condenado por tercera vez por violencia obstétrica ante la ONU, las mujeres siguen muriendo por exceso de medicalización y por falta de ella en sus partos, las mujeres negras tienen hasta 5 veces más posibilidades de morir durante el nacimiento de sus hijos (en Reino Unido), hay niñas de 11 años muriendo embarazadas en países como El Congo, y la explotación reproductiva crece en países vulnerables ya sea por pobreza o guerra o ambas cosas. 

El cuerpo de las mujeres sigue siendo violado, explotado y mercantilizado, y hay quién en una parte del mundo lo tiene cada vez más fácil para poder adueñarse de él ¿coincidencia o parte del guión?

Por eso cuando hay quien habla de acuerparse en lo colectivo y abstracto, de que seamos un todo y que quepan todes (todes menos las críticas que nos vienen a desbaratar la fantasía con la realidad tangible), un todo con muchos pronombres en el que nos acuerpemos hasta que ya todo sea identidad sentida, en el que por dolernos todo ya no nos duela nada. Yo me niego, porque a mi me duele mi cuerpo, los pendientes que me impusieron al nacer, el acoso vivido toda una vida, la violación a la que fui sometida. Ese cuerpo en el que viví mis partos y un aborto, lactancias y depresión. A través de esas experiencias me uno en sororidad con lo que sienten mis compañeras, pero es precisamente desde mi identidad como mujer desde la que me niego a desdibujarme o compartirme para que alguien decida por mi.

@Matriactivista

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