Los conejos y el lobo

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Érase una vez unos conejos que vivían en una madriguera, en lo profundo del bosque.

Apenas se aventuraban unos metros más allá de la salida de la madriguera, porque un lobo los devoraba. Como necesitaban salir al bosque con frecuencia, para buscar alimento, el lobo se procuraba a diario buenos festines.

Un pequeño grupo de los conejos, con mejores recursos, había convencido al resto de que debían ser los demás quienes salieran a diario a buscar lo que necesitaban, mientras ellos permanecían a salvo. Los desventurados que salían cada jornada se hallaban en una angustia permanente. En cierta ocasión, uno de ellos, que era un conejo muy curioso y siempre andaba pensando, convenció a sus compañeros de que aquello era injusto. Al día siguiente se plantaron ante los que nunca salían y les exigieron una explicación.

Tras largas discusiones, decidieron votar entre todos a un líder, y para ello se presentó un conejo que era muy popular, pues tenía la virtud de convencer con su carisma y su encanto. Éste fue votado por mayoría.

El conejo encantador prometió hacer cosas para todos. Se armó de valor y, ante el pasmo general, marchó a reunirse en persona con el mismísimo lobo. Para admiración de toda la madriguera, unas horas después el encantador volvió sano y salvo, y les dijo:

– Amigos, he conseguido un acuerdo. El lobo ha prometido bajo palabra que se comerá a alguno de los que siempre salen, sólo una vez al mes. El resto del tiempo se compromete a conformarse con arrancar una pata de quien agarre. Sé que no es lo mejor, pero es un cambio.

A todos les pareció aceptable, pues cada uno pensó que con suerte podían pasar meses sin ser el que fuese devorado o mutilado. A todos menos al conejo curioso, quien muy enfadado salió corriendo en dirección a la oscuridad del bosque frondoso.

Pasaron varios días y no regresó. Sin duda, imaginaron, había acabado en la tripa de algún lobo. Pero un día, sorprendentemente, el conejo curioso regresó a casa. La comunidad entera aguardaba boquiabierta deseosa de saber lo que había visto en el exterior:

– Compañeros, no os podéis imaginar lo que vi. Si corréis durante un día entero hacia poniente, encontraréis que el bosque se abre en un claro, sobre el claro hay una colina, y en la colina se alza una ciudad construida por conejos. Sí, como nosotros, de carne y hueso, pero que saben defenderse unidos y no tienen miedo de los lobos. Viven al aire libre y como iguales.

Con los ojos como platos, escucharon maravillados y en seguida fueron a consultar al conejo carismático.

– Por favor, seamos sensatos -clamó el encantador-. Es cierto que esto que hemos logrado no es lo mejor. Pero es lo menos malo que podemos. Los lobos son mucho más poderosos que nosotros, ni esa supuesta ciudad tiene la menor posibilidad frente a ellos. ¿No valoráis lo que he hecho y preferís las fantasías de éste que nunca llegó a nada? Lo que yo he hecho nadie lo había conseguido. En la vida eres lo que consigues. Tened esperanza.

Y así los conejos permanecieron en la madriguera por generaciones, bajo el mismo orden social, y vivieron los años que el azar les permitió, sin saber nunca más del mundo exterior.

Fin.

Les parece infantil, ¿verdad? Confieso que lo es, aunque lo hago a propósito y me sirve para proponer al lector un pequeño experimento: ¿cuántas explicaciones de la política actual, en plena era de la información, pueden encontrar que recurran a argumentarse en mecanismos lógicos de la simpleza de una fábula de Esopo, de un cuento con moraleja o de un proverbio del refranero popular?

Les animo encarecidamente a comprobarlo. Encontrarán que el discurso político actual está minado de esos mecanismos. No me refiero al discurso de la derecha española, que directamente desestimo por ridículo y mezquino. Me refiero al discurso de la izquierda parlamentaria y de los medios progresistas en general. ¿Por qué han decidido que deben dirigirse a nosotros como si lo hicieran a niños? ¿Por qué recurren cada vez más a llamar la atención que a la reflexión?

En la entrada anterior de esta columna hablé sobre la importancia de la lógica dialéctica para el avance de la izquierda. La arena parlamentaria, que tiende al discurso en forma de mitin, gusta de esa laxitud del razonamiento. Ocurre no sólo en el mensaje de los representantes en las cámaras, quienes en cierto modo están obligados a explicarse con sencillez, sino también en el análisis de los medios. La misma economía política, que asesora sobre cuestiones de las que dependemos todos, recurre esas parábolas lógicas, hasta en los sesudos análisis de los expertos.

La justicia de la oferta y la demanda, los prefijos «bio» o «eco» para dar un barniz ético, el crecimiento sostenible, la superioridad de la economía de mercado debido a la competencia, por poner unos ejemplos, son ideas que no creo que ningún economista razonable crea realmente, si se ajusta a la certeza material. Pero la nebulosidad de esos conceptos es precisamente lo que permite que precipiten y queden como un poso en las cabezas de su público, incuestionables y permanentes. Rosa Luxemburgo en sus lecciones a los cuadros lo expresó con agudeza: “el lenguaje confuso de los economistas políticos no es un accidente, sino que en él se expresan la falta de claridad de los señores y su aversión tendenciosa a la verdadera explicación del problema” (1).

En el ejemplo que me he inventado para atraer su atención, los personajes son intencionadamente planos, las referencias a la actualidad son tendenciosas y el conjunto es de una ingenuidad cándida. Obvio que la realidad nunca es tan simple, bastaría darle la vuelta a la historia como un calcetín para presentar al conejo curioso como un alocado que lleva a su comunidad a perder de golpe la estabilidad que el conejito prudente había logrado. Tendríamos así una versión del cuento de la lechera que haría las delicias del público que coloca etiquetas de izquierdismo infantil a quienes critican al Gobierno.

Como digo, los ejemplos abundan y animo al lector a dejar su comentario en la ventana inferior para respuestas si conoce alguno o discrepa de ello.

Galgos o podencos, recuerdo que nos decían (literalmente) cuando hace años se propuso la unión (disolución) de los comunistas en Podemos. Venían a decir: no es momento de pararse a mirar credenciales, o a las liebres nos come la derecha. Hasta la fecha actual, no ha parecido preocupar de qué pelaje son el PSOE o la Unión Europea, o el Papa o la CEOE. Por contra, en lo que se refiere a liebres cubanas o venezolanas, suele espulgarse hasta el último pelo. Dónde llegará a descender el listón es algo que comprobaremos en esta huida hacia delante.

La cigarra y la hormiga también desfilan en nuestro panorama político. Mientras unos trabajan otros sólo hablan desde la comodidad del salón y cuando llega el invierno se ven sin nada y piden ayuda al gobierno que criticaron. A nivel europeo hay una versión que me fascina: los países frugales. La UE nos explica que los países nórdicos están en mejor situación económica porque no despilfarran, laboran con paciencia de hormiguita, al contrario que los sureños PIGS, que con ese carácter propio de la despreocupación meridional (ya saben, el buen clima) lo gastan todo. La acumulación de capital es un tema demasiado complejo de explicar, al parecer.

Más vale pan duro que ninguno, es a fin de cuentas el resumen de los analistas de la reciente contrarreforma laboral, por poner un ejemplo de la actualidad. Los cambios se reconocen pequeños pero son un cambio, cuestión que en sí misma es ventajosa. Y además, conseguir alguna modificación en las relaciones laborales mediante el diálogo es algo no hecho antes, es histórico, y supone un cambio de paradigma.

Porque buenos modales juntan caudales y abren puertas principales, ese nuevo paradigma está en la nueva manera de negociar, sin conflicto, confiando en la capacidad de nuestros representantes, que ponen el corazón en el centro y nos procuran empleo decente a las personas trabajadoras.

¿Quién es capaz de rebatir mensajes de una lógica tan aplastante como que el diálogo siempre es bueno? Hablando se entiende la gente, conversar es la base del entendimiento. Lo que no se menciona es que en ese diálogo social, tan elogiado en estas fechas, las posiciones no son iguales entre empresarios y trabajadores.

Y si hacen falta resultados, sepan que la economía no miente, como afirmaba el libro del economista liberal Guy Sorman para exponer (como nuestros carismáticos líderes) que no se puede cambiar el capitalismo, que es lo que hay. Los resultados del nuevo paradigma laboral los veremos en las estadísticas, con las que recubrirán de un halo científico el sesgo ideológico de estas medidas aparentemente neutrales. Las matemáticas son exactas, dicen, aunque a esto replicó brillantemente en su momento Mark Twain: «las cifras no mienten, pero los mentirosos sí» (2).

Este debate no es ninguna cosa moderna, de hecho es tan viejo como la historia del propio comunismo. Cualquier lector de Marx, Lenin o Luxemburgo conocerá las agrias disputas que sostenían contra los que vendían soluciones basadas en la voluntad, la esperanza, la buena fe o en cualquier idea que no tuviese su arraigo en la realidad material. Me viene a la cabeza una genial metáfora de unos jóvenes Marx y Engels:

«Un hombre listo se dio a pensar que las personas se hundían en el agua y se ahogaban porque se dejaban llevar por la idea de la gravedad; tan pronto como se quitasen esa idea de la cabeza, como una superstición, quedarían libres del peligro. Ese hombre se pasó la vida luchando contra la gravedad, de cuyas nocivas consecuencias le aportaban abundantes pruebas todas las estadísticas» (3).

La batalla de las ideas es imprescindible para que el momento que vivimos no sea un final del trayecto ideológico, que no parezca que ya no se puede seguir más allá del «hacer cosas para la gente», una resignación desclasada que parece advertirnos: sálvese el que pueda, y así al menos se salvará alguno.

1- R.Luxemburgo, Introducción a la economía política, discurso 1.

2- obtenido de Atlas de economía crítica, colección de Le Monde Diplomatique, pág. 18.

3- La ideología alemana, Marx-Engels, prólogo.

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