Leninismo contra la guerra. Paz, pan y tierra

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Tal día como hoy, un 22 de abril pero de 1870, nacía Lenin. Lo recordamos hoy además en un aniversario de cifra redonda, pues este año se cumple el centenario de su partida.

En el especial que realizamos desde este medio en enero, publicamos una entrada en la que nos preguntábamos cómo sería en la actualidad un equivalente de aquel famoso folleto que Lenin escribió sobre las fuentes del marxismo, es decir, una suerte de Tres fuentes y tres partes integrantes del Leninismo.

Si Lenin advirtió que la filosofía comunista iniciada por Marx, que planteaba una visión materialista, era heredera de todos los avances sociales, políticos, filosóficos y económicos de su tiempo anterior, podríamos hacer un ejercicio análogo con el propio leninismo. Pese a haber transcurrido todo un siglo, la aportación de Lenin es imprescindible para entender la sociedad actual. Pensemos simplemente en su aportación a la comprensión del imperialismo, en un momento en el que el imperialismo existente hoy, el de la OTAN, pretende arrastrarnos a una guerra de dimensiones impredecibles.

En ese ejercicio de imaginación que se propuso en aquel artículo, utilizando el mismo método materialista que Lenin aplicó a Marx, y siguiendo las tres fuentes (filosófica, económica y política), llegamos a la conclusión de que, en síntesis, las aportaciones de Lenin son, en cuanto al aspecto filosófico, el desarrollo del pensamiento dialéctico, el materialismo dialéctico. Sobre la fuente económica, los avances científicos desarrollados por Marx en El Capital, son a su vez evolucionados por Lenin en el estudio del imperialismo, y cuyas consecuencias como decimos vivimos hoy en la alarmante escalada bélica y sus implicaciones con los aspectos económicos (baste recordar el atentado de los gasoductos NordStream, por poner un ejemplo entre cientos de la actualidad).

Esas serían las fuentes filosófica y económica, nos quedaría entonces el equivalente a la fuente política, lo que en Marx y Engels fue la aportación del socialismo científico. De la experiencia de las revoluciones anteriores, como la Comuna de París o las experiencias rusas de 1905 y en los primeros meses de 1917, Lenin desarrolla el análisis político hacia el análisis concreto del momento concreto. La estrategia aplicada a los intereses de la clase obrera. Ese análisis lleva nada más y nada menos que al mayor hito que haya logrado la humanidad, al menos desde el punto de vista social, que fue la gran Revolución Soviética de Octubre.

Siguiendo el razonamiento que se hizo Grigory Lukaks, si el comunismo es la teoría de la revolución proletaria,  puede decirse que la grandeza de un pensador proletario es la profundidad de su visión de los problemas politicos. Es decir, su valor se mide por el acierto con que es capaz de percibir correctamente, detrás de los fenómenos de la sociedad burguesa, esas tendencias de la revolución proletaria que conducen a la conciencia clara. Según estos criterios, nos dice Lukacks, Lenin fue el pensador más grande que haya producido el movimiento obrero revolucionario después de Marx.

La pregunta está servida. ¿Cuál sería el resultado del análisis concreto del momento concreto actual?

Si recordamos alguno de los momentos de la Revolución Soviética, los bolcheviques resumían las exigencias de su programa en cuestiones que -aparentemente- eran tan escuetas y simples como el lema «Paz, pan y tierra».

Paz, para terminar una guerra en estaba diezmando a la población rusa; pan para detener el deterioro de una sociedad cada vez más empobrecida; tierra, como reclamo de las profundas reformas sociales que exigía la desaparición del régimen zarista y el control obrero.

¿Les parecería anacrónico un eslogan así hoy para los pueblos europeos? En mi opinión es perfectamente actual. Paz: fin del brutal genocidio del pueblo palestino, salida diplomática al conflicto de Ucrania, guerras que la mayoría de los pueblos no desean. Pan: dedicar el obsceno gasto militar a paliar las carencias de los servicios públicos, sanidad, educación pensiones, a dar trabajo.

Y habrá quien piense, pero ¿tierra? Pues sí, tierra. El mismo valor tiene la tierra ahora que entonces, su posesión y control permite administrar los medios de producción, entonces como ahora.

Pensemos por ejemplo en las reivindicaciones de los agricultores. ¿Quién estará más interesado en que se perpetúe el sistema que, por ejemplo en España, permite la posesión de enormes latifundios y la dependencia absoluta de las ayudas de los fondos europeos? Pensemos en los países, como el nuestro, dedicados al turismo como fuente principal de ingresos. ¿Quiénes son los más interesados en que se mantenga un sistema productivo que depende de la conversión de propiedades en explotaciones turísticas? Pensemos en el problema acuciante de la vivienda. ¿Quiénes son los más interesados en que perdure todo un entramado de rentistas que viven perfectamente sin doblar el lomo simplemente del beneficio que les producen sus posesiones inmobiliarias?

Aquí la tierra simboliza el verdadero motivo, el motivo oculto, de las guerras: los grandes intereses económicos. Volvemos, por tanto, al análisis que Lenin hizo, a su vez derivado del de Marx. Las circunstancias sociales tienen, principalmente, una motivación economica, y los sucesos sociales -en especial los trascendentales como las guerras- tienen su explicación en el conocimiento de los intereses económicos que se ocultan tras ellas.

¡Feliz cumpleaños, Vladimir! Estás más vivo que nunca.

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