El amor en tiempos del genocidio

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Sucede que cuando uno participa mucho tiempo en los partidos y sindicatos mayoritarios, se suele nublar la capacidad de análisis y tiende a verlo todo en clave electoralista. Será que la fascinación por el fetiche de los votos acaba aturdiendo.

Quizás por eso las primeras valoraciones sobre la sorprendente carta del presidente fueron acerca de su astucia y tremenda animalidad política. Otros se escandalizan por lo que estiman un ejemplo de lawfare. Bueno, todo es posible. Pero desde que se inventó eso del análisis materialista, hace ya como siglo y medio, la experiencia ha demostrado que tras los movimientos políticos suele haber intereses velados.

Pedro Sánchez tendrá sin duda cualidades extraordinarias y maravillosas. Pero que sea brillante, o un gran estratega, da igual en este caso. Y lo del lawfare es bastante discutible.

Recordemos que su partido fue hace poco el elegido por los poderes económicos. Su partido y satélites, esos que se autoperciben como izquierda, ganaron en el pasado julio el concurso de gestor de los intereses de la OTAN en España. Incluso superaron el obstáculo de los independentistas catalanes. Sánchez simplemente encarna a la perfección los valores requeridos para ser protagonista político en este difícil periodo.

Más bien, en una sociedad normal, tanto él como sus ministros deberían pasar por la investigación de un tribunal, por traidores a su pueblo.

Desde su inicio, el Gobierno más progresista que ha habido tuvo los elementos en su contra y les sobrevino una pandemia. Se apresuraron a entregarnos cuanto antes a la nueva normalidad, prometiendo que nos protegía un «escudo social». Ni por asomo se planteó la posibilidad de las vacunas orientales, sólo las que exigía la UE, aunque sus contratos fuesen opacos y los aprovechados hiciesen su agosto. Luego vino otro jinete apocalíptico, la guerra, en la que nos quieren meter a toda costa y ya dedican cantidades de dinero obscenas, mientras los servicios públicos se desmoronan. Y para redondear, nos alineamos con el entorno del genocidio del pueblo palestino.

Pero ahora Sánchez se va a dar un fin de semana para pensárselo, porque «es un hombre profundamente enamorado de su mujer». Y como la ultraderecha lo sabe le ataca por ahí, donde le duele, meneando la «máquina del fango».

A no ser que ustedes hayan decidido quedarse estancados en el pasado, de hace siglo y medio, y prefieran el análisis basado en las especulaciones y decisiones de grandes personajes de Estado, en lugar de en las evidencias materiales, estarán de acuerdo conmigo en que esa ultraderecha se diferencia más bien poco de lo que llaman izquierda o progresismo. O quizás si hay alguna diferencia la apreciarán los pequeño burgueses. La mayoría, los trabajadores, lo que vemos es que todo va a peor y encima nos quieren convertir en carne de cañón para una guerra.

Así que rasgarse las vestiduras por lawfare tiene aquí poco sentido. A no ser que (como ha hecho el capitalismo con tantas y tantas legítimas luchas antes) queramos tergiversar y caricaturizar el verdadero lawfare para domesticarlo al gusto que nos conviene ahora.

Si fuese una quiniela, yo pondría la apuesta en que antes o después Sánchez iba a acabar de primera espada en la OTAN (que para eso se lo ha currado, pocos países habrá habido tan servidores y lacayos) y los abogados ultras les han servido la salida en bandeja, que de otro modo se hubiera visto regular.

No descartemos poner un 1X en que detrás de los datos que posean los abogados ultras haya cuestiones más sensibles de lo que pensamos. Quizás con Marruecos, lo que explicaría la peculiar predisposición de Sánchez con la dictadura vecina.

O pongan un 2 en que se trata de otros escándalos que implicarían a su mujer. Recordemos que, en el discreto y encantador mundo burgués, se dimite por robar cremas o sacarse un dinerillo extra con las mascarillas, pero no por dejar a los pies de los jinetes del apocalipsis a tu propio pueblo.

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