En el centenario del PCE

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Hoy 14 de noviembre, centenario del nacimiento del Partido Comunista de España, nuestro director, Alejandro Sánchez Moreno, escribe un homenaje colectivo a la militancia de base del PCE, un partido con pasado y al que sólo le quedará presente si sabe confirmar el que es su mayor patrimonio: Su cultura militante.

Hace frío. No es un frío intenso, pero sí lo suficientemente penetrante para estar incómodo en una madrugada de septiembre. Además, estamos en Sevilla, y aquí en las noches como esta, la humedad se te introduce hasta los huesos de una manera traicionera y sin remisión. Nos han obligado a pegarnos a la pared. Frente a nosotros, un niñato, posiblemente recién salido de la academia, se adelanta a sus compañeros y nos pide de malas formas la documentación. Sus ojos, inyectados de odio, nos recuerdan a qué amo responde ese perro, a la vez que nos dejan claro que cualquiera conato de resistencia podría acabar con nuestro orgullo en comisaría, quién sabe si acusados de un falso delito de atentado a la autoridad. Porque aunque podamos sentir el frío, la noche ha estado muy caliente. Y en Madrid ya nos han dicho que la policía ha entrado en la sede de la UGT, y aquí, en el campo, ya ha habido enfrentamientos con la Guardia Civil mucho antes de amanecer. La cosa no es como para bromear desde luego, porque el Gobierno socialista está dispuesto a sacar adelante sus planes contra viento y marea, y como aviso a todos, está mirando hacia otro lado -quién sabe si en realidad promoviendo-, que la policía se permita perseguir a sindicalistas acusándolos de delitos sin prueba alguna, amparándose en una presunción de veracidad que los hace impunes.

Estoy preocupado, para qué negarlo, pues temo poder ser víctima de un nuevo montaje policial. Pero miro a mi lado y ahí están mis camaradas, así que no atiendo a las amenazas de los policías. Son más que nosotros y nos tienen rodeados, sí. Pero nosotros tenemos la razón de nuestra parte. Aunque todo apunta a que eso al final va a dar igual, pues parece que quieren pagar con nosotros la mala noche que tienen por perseguir a piquetes invisibles por toda la ciudad. Nos gritan y empujan llenos de ira a las puertas de lo que décadas antes fue la sede del sindicato vertical y en ese momento es la central de las Comisiones Obreras de Andalucía. No hemos hecho nada, pero eso no importa, porque nos quieren dejar claro quién manda y quién ha mandado siempre aquí. Estamos a su merced. Y ellos lo saben y nosotros también. Ya me veo esa noche durmiendo en comisaría y agarro inconscientemente el papel que llevo en el bolsillo con el número de la abogada del Partido que está de guardia esa noche por si pasa algo.

De repente, algo no previsto ocurre. Al principio es casi un murmullo lo que escuchamos, pero pronto se distingue un coro de voces cantando al unísono un himno conocido. La piel se nos eriza y los policías se apartan como si un viejo conjuro les obligase a ello. Es la Internacional. Desde el fondo de la calle Trajano se aproxima el resto del piquete del Partido Comunista de España, con alrededor de un centenar de compañeros que vienen de otras labores a reencontrarse en la sede del sindicato. Ya no somos menos que ellos y la propia policía abandona el lugar con la cabeza encogida mientras que el piquete les insulta. No se han metido con cinco tipos, sino contra unas personas conscientes de que su realidad no acaba en ellos mismos porque pertenecen a una organización en la que lo colectivo prima sobre lo individual. Se han metido con el PCE.

La anécdota que les acabo de contar, aun con las pequeñas licencias literarias que me haya podido tomar, es completamente cierta. Al lector pudiera sorprenderle que para este proyecto sobre luchas y culturas militantes, y justamente en el día en que se celebra el nacimiento del Partido Comunista de España, no haya elegido otro hecho con más fortaleza narrativa, y que hubiera tratado sobre heroísmo, represión o luchas clandestinas, más habiendo tanto de eso en las vidas de los comunistas españoles. Pero no lo he hecho. Tal vez, alguien podría pensar que incluso peco de arrogancia al ponerme a mí de protagonista en una de las historias de este centenario, algo atrevido, cuanto menos, en una organización con tantos caídos por la libertad. Si piensa usted así se equivoca desde luego, porque el protagonista aquí no he sido yo sino el Partido, así con mayúsculas, porque lo que intento poner en valor son los que eran y siguen siendo mis camaradas, aunque ya la mayoría hayamos abandonado las siglas del PCE pese a seguir siendo comunistas.

Y no quería hablarles hoy precisamente de un pasado glorioso y lejano de sobra ya conocido. Y por una vez no he querido sacar a Franco, los sindicatos verticales, los fusilamientos a las tapias del cementerio o las reuniones secretas en las que te jugabas la vida. Pero no porque no sea importante esto, por supuesto, sino porque pienso que tocaba por una vez, hablar de todo lo que pasó después y que difícilmente conoceremos si no hemos estado dentro. Y es que el PCE, aunque la mayoría de la gente lo ignore, siguió vivo después de la Transición, por mucho que los resultados electorales o la promoción de una Izquierda Unida que todo lo eclipsó, acabasen condenando a los comunistas a una segunda clandestinidad autoimpuesta.

Porque los comunistas españoles, ya fuera desde dentro o fuera del PCE, siguieron trabajando en sus frentes, e influyendo -y en algunos casos hasta determinando- incluso la política a nivel estatal, aunque los medios rara vez se hiciesen eco de ello. Pero, aunque no se nos viese seguíamos allí, y mientras las sucesivas direcciones tomaban al partido como un instrumento de poder dentro de Izquierda Unida, o limitaban sacar las banderas a la Fiesta del PCE, las entregas de carnés o alguna fiesta de pueblo o barrio, la militancia comunista seguía demostrando día a día por qué era y seguía siendo el mayor patrimonio que haya podido dar jamás ninguna organización a la política española.

Porque siempre estábamos ahí, detrás de cada movilización social o conflicto laboral, organizando las grandes manifestaciones contra la OTAN, montando piquetes en los tajos de las empresas en huelga, tomando las universidades contra las reformas educativas o denunciando agresiones imperialistas como las de Irak, Libia o Yugoslavia. Y además estábamos en nuestras asociaciones de vecinos, en las AMPAs, las asociaciones de consumidores y los sindicatos. Siempre movilizando, agitando, organizando y extendiendo conciencia, aunque nadie pareciese darse cuenta de que no éramos individuos independientes, sino que todos formábamos parte de lo mismo, de un partido histórico que seguía vivo, aunque casi nadie supiera que seguía existiendo. Y pese a que en lo electoral no nos hubiera ido nunca especialmente bien, eso no era determinante, porque todos sabíamos que nuestra influencia iba mucho más allá de aquello y que la política no se ha hecho nunca sólo en los parlamentos. Y por eso mismo éramos capaces de parar, junto a los sindicatos mayoritarios, reformas laborales estando en la oposición, justo como ahora no lo somos estando en el Gobierno.

Y es que el patrimonio del Partido no han sido nunca sus votos, sedes o cargos públicos, sino su militancia. Porque en realidad eso era el Partido al final, su gente. Y el Partido era mi amigo José María Gordon, cuando con apenas veinte años se comió un juicio por atentado a la autoridad al participar en una huelga del metal. El Partido era también Carmelo Acuña, que con más de setenta años se presentaba en las huelgas del campo en San José de la Rinconada y la Guardia Civil empezaba a temblar. El Partido era el concejal sevillano, Carlos Vázquez, que tras una campaña de acoso brutal por participar en un piquete siendo cargo público, dio una rueda de prensa declarándose orgulloso de haber estado allí. El Partido era Lola Escabias, que recibía amenazas de la extrema derecha por dirigir las movilizaciones contra la LOU en su facultad. El Partido era Felipe Gómez de Bellavista, cuando lo detuvo la policía la misma noche que introduce este artículo, y se mantiene firme ante las amenazas…. El Partido éramos nosotros, como sucesores de aquellos que, por supuesto, dieron mucho más por la causa en tiempos más difíciles, y encendieron una llama de lucha que nosotros también mantuvimos viva.

El Partido Comunista de España cumple hoy cien años, y corren tiempos muy distintos a los que le vieron nacer, aunque las causas objetivas que hicieron posible su fundación siguen todavía vigentes. Al Partido, que ha escrito con letras de oro su participación en la Historia del Movimiento Obrero español, le quedan todavía unos pocos miles de militantes, y muchos más comunistas fuera que dentro, y que, herederos de esa lucha, están esperando un cambio para volver o han optado definitivamente por otras opciones que para ellos representen el ideal comunista. Son tiempos difíciles para la supervivencia de la organización en un momento histórico en el que el pensamiento dominante se ha hecho fuerte como nunca hasta penetrar en el propio seno del Partido, y por ello no podremos aventurar que ocurrirá en un futuro con el PCE, aunque lo que sí está claro es que sólo sobrevivirá si su militancia lo hace, y ocupa su lugar en la organización frente a las modas organizativas propias de la posmodernida, y que han decidido sustituir a la vieja militancia por individualismos inflados por el ego de influencers y pijos universitarios sin formación ni capacidad de sacrificio, y que están destrozando un legado extraordinario para mayor gloria del capital.

Pase lo que pase, en ningún caso nadie podrá, desde la honradez intelectual, poner en cuestión la aportación de los y las comunistas de este país a la gran causa de la libertad y la justicia social. Una causa por la que el Partido de Pepe, de Dolores y de Marcelino pagó un alto precio de cárceles, torturas y vidas sesgadas antes de tiempo de miles de militantes que dieron su vida, sabiendo que sólo tenían una, por la clasetrabajadora. Una clase trabajadora y explotada que sigue siendo mayoría, y que jamás podrá agradecer lo que han hecho los comunistas españoles por su bienestar.

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