El último de los imprescindibles

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Rosa María Luque García y Antonio Casilla Aranda, del PCE en Francia traen a «Historias para un Centenario» la vida de Ramón Santamaría, un “clandestino entre los clandestinos” que formó parte del equipo de falsificadores que trabajó para el Partido para eludir a la policía franquista en la clandestinidad.

Hablar de «los imprescindibles» del PCE es remontarse al exilio, a la lucha clandestina y, por consiguiente, a las actividades que la hicieron posible, entre las que se cuenta una que hoy nos puede parecer incluso novelesca: la falsificación de documentos. El primer nombre que viene a la memoria cuando se habla de esta tarea es el de Domingo Malagón. Pero hoy, desde PCE Francia, queremos hacer un pequeño homenaje a nuestro camarada Ramón Santamaría, que también fue, junto a Domingo, uno de esos «clandestinos entre los clandestinos», además de todo un símbolo de lucha y trabajo. Muchos de los que hoy formamos PCE Francia tenemos claro que si hoy militamos en el PCE Exterior es gracias a los muchos que como él forman este Partido.

Ramón nació en Bilbao, hace 94 años y fue un «niño de la guerra». El 22 de mayo de 1937, con 9 años, junto a sus 2 hermanos y otros 4000 niños, salió del país en el barco Habana en dirección Southampton, donde permaneció en unas colonias hasta terminada la II Guerra Mundial. Pasó pues su niñez y parte de su juventud en Inglaterra, donde estudió Bellas Artes.

El 3 de abril de 1950 viajó desde Londres a Paris donde la Juventud Socialista Unificada organizaba un acto en un teatro para celebrar el aniversario de su creación, que había tenido lugar en España el 1 de abril de 1936. El motivo de su viaje era para ayudar al pintor Rufino Ruiz Ceballos, miembro del PCE, a la decoración de la escena central. Ya en París estuvo alojado con un camarada cuyo apellido era Rojo que disponía de una habitación en un inmueble en la que compartían la misma cama. En este tiempo trabajó algunos meses en la JSU haciendo dibujos para sus publicaciones. Pero un día llamaron a la puerta de su habitación y la policía francesa se lo llevó detenido a la comisaría porque no tenía documentación. Era cierto que había efectuado el viaje de Londres a París con un pasaporte Nansen de la Unesco que era válido para todos los países excepto para España. Por lo tanto, se consideraba un apátrida. A esto se le añadía que tenía edad para hacer el servicio militar en España y no se había personado en el consulado de Londres y estaba considerado como prófugo. Tras obtener un “récépissé” (permiso de residencia temporal) fue expulsado de París y de los departamentos de su periferia además de los departamentos fronterizos, así que se fue a residir a Orleans, que era lo más cercano a París. El Partido le encontró trabajo en una carpintería, cuyo patrón era miembro del PCF. En Orleans, la policía le interrogó y declaró haber pasado clandestinamente la frontera para poder quedarse en Francia. Allí residió siete años donde aprendió a trabajar la madera y pudo pintar carteles y retratos de dirigentes para el PCF. Pasado este tiempo la dirección del PCE le pidió que se presentara de nuevo en París donde fue alojado en casa de un camarada apellidado Márquez. Fue entonces cuando le propusieron trabajar dentro del equipo de Domingo Malagón.

Pasados un años fue a vivir a casa de una camarada española, María Cisneros, que se había exiliado, junto con su familia, durante la Guerra Civil. Adela, una de las hijas de esta camarada, había trabajado también para la resistencia francesa. Ramón estuvo viviendo durante algunos años en aquella casa, lo que propició que él y Adela acabasen enamorándose y casándose. Cuenta que, en aquellos años, pasaron por casa de su suegra personas ilustres del Partido como Dolores Ibárruri quien iba de paso en su a viaje a la URSS.

El equipo —del que Malagón era el secretario político— se dedicaba, como se supo años después, a la falsificación de documentos de diversa índole. El secretismo que lo rodeaba era tal que ni siquiera los propios familiares de los integrantes conocían su existencia. La clandestinidad a la que estaban obligados llegaba incluso al hecho de que no constaban en ningún censo del Partido, ni participaban en sus reuniones o en sus actos. Como cuenta Ramón, «nosotros éramos los clandestinos de los clandestinos». Su cuota, por ejemplo, se descontaba del salario que percibían para no dejar ningún rastro.

El grupo de trabajo estaba compuesto por Jesús Beguiristáin, apodado Andrés, responsable técnico y un verdadero genio, en palabras de Ramón; José Larreta Garde, apodado Paul, responsable de logística, que posteriormente se casó con documentación falsa bajo el nombre de Luis Bueno Montoya, y nuestro camarada de PCE Francia, Ramón Santamaría, apodado Josetxu (sobrenombre que tomó de su hermano). Cuando Beguiristáin falleció, por desgracia a temprana edad, Ramón lo sustituyó como responsable técnico.

Con anterioridad, Ramón pasó una vez la frontera a pie atravesando los Pirineos junto a José Gros para llevar documentación de todo tipo (ejemplares de Mundo Obrero o de Nuestra Bandera, pasquines, etc.), material que no se podía imprimir en España debido a la censura. Estos viajes los hacían una vez al mes (había varios grupos para realizar este trabajo). Aquellas mochilas llegaban a pesar hasta cuarenta kilos. Y a la vuelta, que también hacían a pie, volvían con documentación y actas del Partido a fin de llevarlas a un lugar seguro y no poner más aún en riesgo a los camaradas que seguían en España.

El mencionado José Gros, era un campesino catalán muy digno de destacar, que paso de luchar en la Guerra Civil a encabezar en la URSS una agrupación guerrillera que combatió a los nazis. Ya en el exilio francés, atravesó en multitud de ocasiones la frontera pirenaica y se convirtió en un gran conocedor de los itinerarios, algo muy valioso, ya que los camaradas que desarrollaron estas tareas solían atravesar de noche las montañas cargados con las publicaciones, los pasaportes y demás documentación tan necesaria para mantener viva la resistencia y la lucha por la libertad en aquellos años.

Volviendo a su trabajo como falsificador, que permitió liberar a tantos camaradas en aquellos primeros años de resistencia antifranquista, Ramón cuenta como anécdota el día en que hubo de preparar un documento de identidad para un camarada ciego de Madrid al cual buscaban. La policía franquista estaba al tanto de su ceguera, lo cual entrañaba una mayor dificultad. Para evitar sospechas, era pues necesario sacarlo de España como si fuese una persona vidente. El camarada en cuestión tenía las orbitas de los ojos completamente blancas, por lo que Ramón tuvo que pintarle las dos pupilas en la fotografía del pasaporte con tinta china, darles el brillo correspondiente y después secarlas. Otros camaradas se encargarían a continuación de sacarlo del país en la parte trasera de un coche con una gafas de sol oscuras.

Otra anécdota que nos relató Ramón tiene que ver con un camarada que tuvo que pasar la frontera con una máquina de escribir (no recuerda la causa). El funcionario de la aduana le preguntó si la máquina sería repatriada, ya que si era el caso tenía que ponerle un cuño en el pasaporte. La máquina volvería, pero el camarada, obviamente, no, así que, por miedo a que lo detuvieran posteriormente, rompió la hoja donde aparecía su foto con el cuño. Hay que saber que, por falta de medios, no se podía hacer un pasaporte falso para cada persona, sino que los pasaportes se reutilizaban siempre que era posible, dado también el trabajo que conllevaba hacerlos (buscar portada y contraportada, realizar las hojas interiores, etc. para que no se notase que era una falsificación). Ramón siempre cuenta que ellos «no tenían derecho» a modificar o corregir nada de los documentos originales que se falsificaban, aunque tuviesen erratas o añadidos. Así que, en el caso de aquel camarada que había arrancado una hoja hubo que reconstruir el pasaporte para poder reutilizarlo copiando el cuño y las firmas tal y como estaban en la hoja rasgada. Años después, ese pasaporte, ya restaurado, fue reutilizado por otro camarada que debía atravesar por el mismo paso fronterizo. El funcionario de la aduna reconoció el cuño que había puesto junto a su firma en aquella ocasión, y le dijo al camarada: «Usted y yo nos conocemos, esta es mi firma». El camarada, impresionado, comentó a su vuelta: «con estos papeles, voy con los ojos cerrados».Ramón siempre cuenta con orgullo que nunca tuvieron conocimiento de que capturasen a ningún camarada en los pasos fronterizos debido a que la policía hubiera notado alguna irregularidad en los pasaportes o en la documentación que preparaban. El 10 de abril de 1977, un día después de la legalización del PCE, todo el material tan minuciosamente realizado desapareció, junto con el equipo, sin dejar rastro.

Tras la legalización del Partido, Ramón fue junto con Domingo Malagón a Madrid a trabajar en el Archivo Histórico del PCE durante cuatro años. Después de esta etapa retornó a París, asumiendo diferentes cargos en la estructura de la Federación de Francia del Partido, hoy integrada en el PCE Exterior, donde se engloban las antiguas Federaciones que aún existen por distintas partes del mundo. Ramón estuvo activo como responsable en Francia hasta 2019, año en que renunció a sus cargos, a los 92 años de edad. Hoy, dos años después, sigue activo como militante en la región parisina, siendo uno de los más dinámicos, y con una lucidez envidiable.

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