Una gran mujer

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Diana Vivó Cordón, nieta del general Antonio Cordón, escribe este homenaje a su abuela, Rosa Vilas Rodríguez, que aunque no salga en los libros de Historia como sí lo hace su marido, aportó igualmente toda su vida a la lucha por la libertad.

Nuestra protagonista es Rosa Vilas Rodríguez.

Mujer inquieta, inconformista para su época, no deja que nadie le diga lo que puede hacer.

Una mañana, desayunando, se fija en que el periódico de un desconocido anuncia unas oposiciones para el Cuerpo Superior de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado.

– Disculpe caballero -le dice Rosa a un hombre que está leyendo el periódico- me permite
un segundo que lea una cosa.

El hombre, que está absorto leyendo las noticias, levanta la vista. Y, tras observarla atentamente, le entrega el periódico con una sonrisa.

– ¿Está pensando en presentarse a la oposición? -Le pregunta el hombre.

– Pues la verdad es que me gustaría, aunque no sé si podré…

– ¿Por qué no iba usted a poder? Aquí pone que los requisitos son ser mayor de edad y de nacionalidad española. ¿Acaso no cumple usted alguno de ellos?

– Sí que los cumplo, sí. Y ahora que lo dice, tiene usted razón. No veo ningún impedimento para presentarme -Le dice Rosa con una sonrisa, mientras se le iluminan los ojos.

– ¿Le puedo preguntar su nombre, señor?

– Faltaría más, me llamo Antonio Cordón.

Los nuevos conocidos se sentaron juntos y hablaron durante un rato sobre los cambios que esperaban que trajese su anhelada República. Rosa se encaminó al Ministerio para presentar su solicitud a la oposición. Al llegar al ministerio, cogió la hoja de solicitud y la rellenó con sus datos. Una vez rellenados se dirigió a unos de los componentes del tribunal y le entregó el documento. El hombre tras el mostrador, le cogió la solicitud, y tras leerla dijo en voz alta.

– Pero, ¿cómo? ¿Una mujer? ¿Se va a presentar una mujer a la oposición?

Rosa, que no podía creer lo que estaba pasando, con toda la calma que pudo contestó que no veía ningún problema, ya que ella cumplía los requisitos demandados. Tenía claro que nadie la iba a pisotear ni a hacer de menos y que ese hombre iba a tramitar su solicitud, aunque tuviese que metérsela por la boca.

Antes de que el hombre pudiese contestarle nada, el presidente del tribunal le dijo a su
compañero:

– Déjala que se presente, total no aprobará ni la primera prueba.

Rosa, les dio las gracias, giró sobre sus talones y salió del ministerio con la idea firme de
cerrarles la boca a esos trogloditas.

Al día siguiente quedó a comer con Antonio. Él le contó que uno de sus alumnos le había
hablado sobre la obra de Lenin Materialismo y empiriocriticismo, que al leerla le había causado mucha impresión.

Antonio le contó un día que un compañero de armas llamado Juan Gayoso Cussi había regresado de Alemania y estaba muy alarmado, ya que había visto con asombro cómo el fascismo estaba tomando cada vez más fuerza.

Rosa no sólo aprobó la oposición, sino que fue la cuarta de su promoción, y ganó su plaza ni más ni menos que el 14 abril de 1931. Así es como Rosa empezó su trabajo como Técnica Comercial del Estado, puesto que mantendría hasta estallar la guerra, tras lo cual, al perder la contienda, sería depurada.

Tras años de exilio, tras la muerte de su pareja Antonio, volvería a su puesto en el cual trabajaría hasta su jubilación, siendo la única mujer hasta el año 1975. Cuando le dijeron que tenía que jurar fidelidad al Régimen franquista, ella contestó que ni muerta haría tal cosa. Nunca juró dicha fidelidad incorporándose igualmente a su puesto. Rosa sólo juraba fidelidad a sus ideales de igualdad, libertad y lucha obrera.

En julio de 1936 tuvo lugar el golpe militar contra la República que Rosa en varias conversaciones con camaradas tanto temía. Antonio, su pareja, solicitó y obtuvo su reingreso en el ejército, alcanzando sucesivamente los grados de comandante, teniente coronel, coronel y finalmente general.

– Si crees que voy a dejar que vayas sólo a luchar contra esta lacra es que no me conoces -dijo Rosa, mientras hacía una pequeña maleta con enseres básicos.

– No me pienso separar de tu lado. Me voy de enfermera contigo.

Y así fue como Rosa emprendió su nueva vida al lado de su camarada y compañero de vida. Participó junto a Antonio, en ese momento teniente coronel, en el asedio y toma del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, que tuvo lugar entre el 18 de agosto de 1936 y el 1º de mayo de 1937. Uno de los cometidos de Rosa era el de realizar la propaganda. Una de las frases que repetía por el altavoz a lo largo de los días era la de “Capitán Cortés rinda la posición”.

Durante la guerra también tejió guantes para los soldados y cantaba canciones españolas a través de Radio Moscú con el fin de aliviar y llevar algo de alegría a los valerosos soldados que ponían en riesgo a diario su vida para luchar por la libertad. También trabajó en la prensa clandestina de Mujeres Antifascistas Españolas (Unión de mujeres antifascistas UMA).

– Rosa, tenemos que irnos, Casado ha rendido Madrid.

Esas fueron las palabras que le dijo Antonio y que marcaron el inicio del exilio de nuestra
protagonista.

– Madrid hubiese resistido, estoy segura, lo suficiente para entrar en la guerra que se avecina y recibir más apoyo de los nuestros -Le repetía Rosa a Antonio con desasosiego.

Mientras se subía al avión en Monóvar que los llevaría al exilio junto a muchos amigos
queridos como Rafael Alberti, María Teresa León, Dolores Ibarruri o Negrín, Rosa pensó en si volvería a ver y pisar esa España que tanto quería. El último pedazo de tierra española que vio fue la Sierra Aitana, y es por ello, que una de sus nietas lleva ese nombre.

Primero, vivió en Moscú donde tuvieron a Teresa, la hija de Antonio y Rosa. Tras eso, se mudaron y vivieron varios años en Praga, dónde Antonio daba clases de literatura española en la universidad y Rosa hacia traducciones. Decidieron mudarse a Roma, ya que Antonio estaba gravemente enfermo debido a un enfisema pulmonar.

En todos los años de exilio, Rosa nunca perdió su carácter luchador y sus ideales.

Antonio y Rosa se amaron y permanecieron juntos hasta la muerte de éste en Roma el 23 de enero de 1969. Fue enterrado con honores en el cementerio de Roma.

Rosa y su hija no pararon hasta conseguir con el cambio político que sus restos fueran trasladados a España y que le reconociesen el rango de general.

Rosa y Teresa se mudaron a Madrid. Vivieron el golpe de Estado del 23 de febrero con bastante angustia, si bien Rosa no dudó en decirle a su hija que mandase a su nieta Aitana al colegio, ya que unos fascistas no iban a decirle lo que tenía que hacer.

Murió en Madrid en 1989, yo tenía 5 años, recuerdo que, como si ella misma supiese que
había llegado su momento, se levantó del sofá, nos dio un beso y se acostó en su cama.

Hasta en el momento de su muerte decidió como iba a hacerlo y dónde. Ni la propia muerte le iba a poner condiciones. Tengo pocos recuerdos de mi abuela ya que soy la pequeña, pero su recuerdo permanece vivo en mí gracias a todo lo que me cuentan mi madre y mi hermana de ella.

Es gracias a mujeres como mi abuela, luchadoras, trabajadoras incansables que las mujeres de hoy en día tenemos derechos, y por desgracia a veces son olvidadas. Mujeres que han luchado por su libertad antes, durante y después de la guerra, mujeres feministas a veces sin saberlo. Es nuestro deber, como herederas de sus luchas, que no permitamos que se las olvide. Permitidme que tome prestada una frase pronunciada por Dolores para referirme a esas mujeres: “Sois la leyenda, ejemplo de solidaridad y heroínas de la democracia.”

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