La mujer afgana: instrumento político

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Hace apenas dos semanas saltaba una noticia de alcance mundial: Talibán, el grupo islamista que regresa al poder en Afganistán. Los medios informativos se apresuraban en hacer llegar la última hora, millones de personas pusieron a trabajar sus smartphones para situar al país medioriental en el mapa, el horror se extendía a medida que las imágenes invadieron las pantallas al más puro estilo otanista y de repente, como si de un misil se tratara, quedamos atrapados en una noticia que apenas copa ya minutos en las televisiones ni páginas en los diarios. Afganistán desaparece de la parrilla informativa justo en el momento en el que expiró el plazo para la retirada de las tropas estadounidenses y de los países satélite. «La retirada de las tropas de Afganistán pone fin a la guerra más larga de Estados Unidos» (El País). ¿Cómo se justifica la guerra más larga de Estados Unidos? ¿Qué pasa con la población afgana tras veinte años de invasión y de conflicto armado? ¿Qué justifica un gasto armamentístico de más de 693.000 millones de euros según el Departamento de Defensa de Estados Unidos? ¿Quiénes son los talibán y cómo surgen? ¿Qué función cumplen en el tablero geopolítico actual? ¿De qué manera un grupo minoritario, sin interés expansionista, logra hacerse con el poder ante las grandes potencias de la OTAN? ¿Quién los ha financiado e instruido? En definitiva, ¿quién los ha creado?

Todas estas preguntas tienen respuestas, pero no son las que nos ofrecen los medios de comunicación masivos occidentales, que no han dudado en blanquear sistemáticamente la cuestión talibán so pretexto de no caer en un discurso de naturaleza fóbica. Lo llaman islamofobia por no decir «intereses económicos y estratégico-militares»; por no llamarlo Imperialismo. Dicho blanqueamiento no ha podido escapar de las garras del neolenguaje; donde los talibán son tildados por los propios afganos como asesinos, terroristas y mercenarios, en Occidente son considerados «combatientes rebeldes» cuyo objetivo es la creación de un «Estado islámico» llegando a especularse con la posibilidad de la creación de un Gobierno talibán de carácter inclusivo y renovado que aspira a la modernización. El jefe del Estado Mayor de la Defensa británica propuso «dar espacio a los talibanes para ver cómo van a gobernar […] Tal vez quieran tener un gobierno inclusivo y un país inclusivo», sostuvo. Se trata de la construcción de un nuevo relato creado (y financiado) para sustituir y transformar mediante la ocultación y la mentira la verdad de Afganistán. Algún relativista estará teorizando ahora mismo con la idea de verdad, demasiado compleja para conocerla. Demasiado ambigua para descifrarla. Demasiado sencilla de enmascarar.

El 27 de febrero de 1984, seis años después de iniciarse la Revolución de Saur dirigida por el Partido Democrático Popular de Afganistán, sale a la luz mediante una rueda de prensa ofrecida en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Afganistán, dos cartas enviadas desde la sede de «Jamiat-e Islami» donde se detalla la dotación de armas y municiones aportadas para apoyar a los grupos contrarrevolucionarios. A saber: Veinte misiles anticarro, veintidós fusiles automáticos, cinco mil balas para los fusiles automáticos, dieciocho minas antipersonas, veintidós minas anticarro, cuarenta proyectiles para mortero. La misiva de vuelta agradece la operación: «Por la gracia de Alá, hemos recibido íntegramente y en buen estado todo el cargamento de armas y municiones enviado por ustedes al Mando Principal de la propia de Kabul […] Estamos convencidos de que la lucha contra el enemigo (los comunistas) pueden usarse todos los medios […] Nos ha gustado mucho lo que preparan nuestros amigos (los norteamericanos)» (La verdad sobre Afganistán, 1986). Imaginen el material acumulado hasta la fecha.

Algunos medios se empeñan en separar a los muyahidines originarios de los talibán actuales, pero un grupo no pudo darse sin el otro. Los talibán son, en definitiva, su extensión.  Las primeras acciones armadas de estos grupos tuvieron lugar entre 1973 y 1978, ha quedado probado el apoyo de los servicios secretos de Estados Unidos y Reino Unido a través de la estructura estatal de Pakistán. Los entrenamientos tuvieron lugar en la Provincia de la Frontera del Noroeste, unos años antes (y precisamente por ello) de que se produjera el triunfo de la Revolución de abril de 1978. Los talibán son el resultado de las acciones imperialistas norteamericanas y el producto de las potencias anticomunistas. Los talibán no están devorando a su padre, lo están vomitando.

En cuanto a la creación de un Estado Islámico, basta con remitirse al contexto sirio o iraquí y a las declaraciones realizadas por Hillary Clinton en 2014: «Financiamos mal a rebeldes sirios y surgió el Estado Islámico». Una afirmación que subrayó con contundencia Robert Freeman, historiador estadounidense: «Lo más importante que hay que entender sobre el Estado Islámico es que fue creado por USA».

A raíz de la toma de poder de los talibán en la ciudad de Kabul surgió de inmediato, pese a todos estos veinte años de guerra, la preocupación por las mujeres afganas: el velo se convirtió en un fetiche de la cultura de masas. Su instrumentalización fue instantánea, tanto por parte de los sectores fundamentalistas religiosos, como por parte de los movimientos sociales y algunos partidos políticos fuertemente ligados al feminismo institucional. La utilización de la cuestión de la mujer afgana debía ser mediatizada aprovechando la influencia institucional, social y mediática del movimiento de mujeres en su versión más liberal incapaz de situarse por desconocimiento o pese a él, en el contexto islámico. Nos encontramos de repente con un escenario contradictorio; por un lado, la defensa del Islam a través de la reivindicación multicultural, étnica y de las minorías, características del pensamiento posmoderno e instrumento económico e ideológico del neoliberalismo. Por otro lado la denuncia de la ley de la sharía, cuerpo de derecho islámico cuya aplicación tiene consecuencias inhumanas y aberrantes, especialmente para las mujeres. Una de las caras más reconocidas tras la toma de poder por parte de los talibán, fue la de la capitana del equipo de baloncesto en silla de ruedas de Afganistán, Nilofar Bayat, tras contactar con la Federación Española de Baloncesto para solicitar ayuda. En pocos días su pareja y ella pisaban suelo español. Aparecía sin velo, símbolo de liberación y un mensaje claro contra el dominio talibán. Pero el dominio talibán ha estado siempre presente en los últimos veinte años; más allá de Kabul, una gran parte del territorio afgano ha estado dominado por las guerrillas contrarrevolucionarias, podemos ver imágenes de la jugadora velada que se remontan a 2019 siendo promocionada por la embajada estadounidense de Kabul. Ningún medio (ni ella misma) informó jamás sobre la situación del resto de jugadoras del equipo.

La reportera de CNN y Al Jazeera, Clarissa Ward, también tuvo su minuto de gloria, por una imagen de la periodista velada tras la llegada de los talibán a Kabul, «Me apartan porque soy una mujer», explicaba la corresponsal durante el reportaje que viralizó su imagen. Sin embargo, pudimos verla posar con una sonrisa y actitud relajada delante de tres talibán armados dispuestos amablemente para la foto. Lo mismo ocurrió en menor grado con Charlotte Bellis, corresponsal de Al Jazeera en Kabul. Lo cierto es que más de 2.000 periodistas afganos (hombres y mujeres) solicitaron la evacuación inmediata del país, según La Federación Internacional de Periodistas (FIP).

Fawzia Koofi (Badajshán, 1975), activista por los derechos de las mujeres y política afgana, manifestaba que «sin mujeres, la estructura del futuro gobierno no estará completa». ¿Qué sentido tiene formar parte de un gobierno que atenta por sistema a las mujeres afganas? ¿Qué cambios sustanciales puede provocar la participación política de mujeres bajo el Emirato islámico? «Queremos que no se ignore el papel de las mujeres en el Emirato Islámico si el gobierno va a ser inclusivo y quiere sobrevivir», sostenía Yasra, activista social. Huelga cualquier comentario que pueda hacer al respecto. Fawzia Koofi , fue seleccionada en 2009 como Joven Líder Global por el Foro Económico Mundial y laureada con la distinción de 100 mujeres para la BBC en 2013. Todas tienen algo en común: la defensa de dos décadas de intervención militar estadounidense, aquella que ha armado hasta los dientes a los grupos talibán, la misma que ha permitido durante veinte años que la ley de la sharía se siguiera aplicando pese a un supuesto compromiso de llevar la democracia a tierras afganas, esa invasión que ha supuesto miles de vidas de civiles y niños.

En un análisis clasificado de la CIA de 2010, se describen posibles estrategias que incentiven el apoyo público en Alemania y Francia para una guerra continua en Afganistán. En dicho informe se recogen una serie de pautas que contribuyen a la manipulación selectiva en la opinión pública, entre ellas, la instrumentalización del feminismo con el fin de reducir la oposición occidental a la ocupación militar en el país asiático. No es de extrañar que tanto los talibán como las potencias europeas y el Estado norteamericano, hayan decidido que las mujeres sean las protagonistas en la estrategia mediática de cara a los intereses geopolíticos. Ninguna persona en su sano juicio aprobaría de manera directa una violación tan flagrante de derechos básicos. Otra cosa es de manera indirecta bajo la complicidad aceptada que proporciona el aparato propagandístico. Una investigación de Global Rights, realizada trece años después de la invasión estadounidense y de las tropas aliadas, estimó que casi nueve de cada diez mujeres afganas se enfrentan a violencia física, sexual o psicológica, o eran obligadas a contraer matrimonio. Determinaron que las mujeres afganas continuaban sufriendo abusos y opresión llegando a concluir que no son los talibanes los que representan la mayor amenaza para las mujeres, sino sus propias familias. «Pero 13 años después de la caída de los talibanes, y a pesar de la afluencia de miles de millones de dólares en ayuda para el desarrollo, muchas mujeres afganas siguen viviendo aterrorizadas». No crean que siete años después cambió algo. Entonces, ¿de qué sirve la llegada a España de una afgana para ser fotografiada sin el velo islámico si luego no se señala la situación real de las mujeres durante las dos últimas décadas?

¿Qué nos quiere decir una reportera que se presta a hacerse un selfie con miembros del grupo talibán armado y con la cabeza velada? ¿Y una ex diputada reclamando cuota femenina en el gobierno talibán? ¿Acaso no es blanqueamiento, ocultación y colaboracionismo? ¿Acaso no es mentir y manipular la opinión pública instrumentalizando la situación de la mujer afgana y de todas aquellas que viven en entornos donde prevalece el patriarcado islámico? En 2012 se registraron 240 casos de asesinatos por motivos de honor en Afganistán, el número se sabe que es muy superior a los denunciados. En 2012 no gobernaban los talibán.

En España hubo hasta recogida de firmas solicitando amparo y refugio para las afganas, como si no llevaran veinte años siendo lapidadas, asesinadas, violadas, vendidas y casadas forzosamente. Exactamente igual que las mujeres en Yemen, en Siria, en el Sáhara Occidental o las mujeres palestinas sufriendo los incesantes bombarderos por parte del Estado sionista de Israel en la Franja de Gaza. Hoy nadie se acuerda de ellas porque no es algo que lo decida ninguna agenda política o social independiente, sino los medios de comunicación al servicio del imperialismo y la potencia económica cuya influencia marque el pensamiento dominante.

En una reciente entrevista realizada a Irene Montero, ministra de igualdad del Gobierno español, le preguntaron por el conflicto afgano y la situación de la mujer en la zona. «Eso pasa en Afganistán, en relación al acceso a la educación, la salud y el trabajo; pero pasa también en España, con unas tasas intolerables de violencias machistas». Unas declaraciones completamente inadmisibles en las que no sólo traza un paralelismo erróneo y descontextualizado, también borra de un plumazo toda idiosincrasia que permita desmenuzar la realidad de la mujer afgana. No se puede hablar de la situación de las mujeres en Afganistán sin hablar de imperialismo, sin una crítica despiadada de las religiones y más concretamente del Islam, sin trazar un análisis geopolítico, sin mencionar los recursos de las tierras raras y sin mencionar la orografía y los límites fronterizos que determinan el modus vivendi de la población afgana. No puede compararse el desarrollo socioeconómico de dos países antagónicos, ni pasar de largo sin mencionar las intenciones de generar una situación caótica en Oriente Medio para desestabilizar el avance de Rusia y China, cuestión nuclear. No hay rastro de lo que supuso la revolución comunista en un terreno en el que el 97% de las mujeres afganas eran analfabetas. No hay rastro del proceso de alfabetización ni del objetivo de sacar al país de un atraso secular para conducirlo al progreso. «Al desarrollar la economía, la dirección afgana presta gran atención a los problemas sociales. Los trabajadores crean su sindicatos, organizaciones femeninas y juveniles, que participaban cada vez más en la nación. Aumenta el papel de la clase obrera. Por conducto de los sindicatos, los obreros conciertan contratos colectivos con la administración de las empresas, lo cual permite mejorar las condiciones de vida y de trabajo». (La verdad sobre Afganistán, 1986). Como ven, la instrumentalización de la cuestión de la mujer tiene un objetivo, y hay que desentrañarlo más allá de la imagen o el trasiego informativo si realmente hay una intención de avanzar en la denuncia.

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