El problema que sí tiene nombre

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Este es uno de los muchos artículos acerca de la ley trans que podrán leer hoy en el diario El Común. Dado que varias de mis compañeras tienen conocimientos jurídicos y sabrán exponer brillantemente sus argumentos en contra, he decidido someter el borrador a un análisis menos popular pero que, a mi juicio, puede aportar una visión igualmente necesaria.

Antes de meterme en faena y a modo de introducción, es necesario preguntarse las razones que han motivado que hoy nos enfrentemos a una de las leyes más arlequinescas de la historia. La nominación queer nace como respuesta a la fuerte mercadotecnia insuflada gracias a los movimientos de liberación homosexual, que posteriormente pasarían a llamarse movimiento de liberación gay debido a la carga patológica del primero alejándose, así, del discurso médico. Lo queer nace, en origen, como cuestionamiento de la edificación de las llamadas identidades gay; sin embargo, sobre ellas y quizá debido a ello, estos movimientos contestatarios terminarán reproduciendo las mismas inercias que denunciaban. De la marca gay a la contramarca queer. De la sexualidad a la identidad. De la identidad al mercado: al producto queer.

Sigo insistiendo en que el feminismo tiene una deuda pendiente con el análisis en profundidad de la cultura de masas, eslabón superestructural que ha condicionado, en cierta medida, la situación de deslegitimación que lleva asumiendo el movimiento desde hace décadas, sobre todo en los últimos años con una clara tendencia al personalismo fomentado, a su vez, por la creación de espacios cibernéticos y virtuales que se han convertido en bienes de consumo como factor disfuncional. Alega Jean Baudrillard a propósito que «los factores que degradan la calidad de vida y los correctivos sociales y técnicos de esos factores es una tendencia general a un funcionamiento interno tentacular del sistema: los consumos «disfuncionales», individuales o colectivos que aumentan más rápidamente que los consumos «funcionales». En el fondo, el sistema es su propio parásito» (La sociedad de consum, 1970). No hace falta decir que la sociedad de consumo ha abrazado acríticamente la ley del deseo. Lo queer consumiéndose a sí mismo; el subproducto siendo devorado por el producto original como si de una pintura negra goyesca se tratase.

No es anecdótico ni circunstancial que la denominada ley trans haya saltado a la esfera pública tras una filtración. Igual que no es casual que a dicha filtración haya tenido acceso en primer término elDiario.es, medio de comunicación de masas afín a la ideología dominante y afín a Unidas Podemos. Diario que, por otra parte y en palabras de su director en referencia a un artículo crítico con la teoría queer publicado en 2019 por esta servidora, «no correspondía a la línea editorial del medio». Si hablamos de cuentas pendientes en el ámbito de la cultura de masas y sus consecuencias, no conviene marginar el papel de los medios de comunicación masivos y la interrelación de estos con la «sociedad de la información». Tampoco conviene obviar el decisivo rol de la empresa privada como medio de difusión colectiva con la autoridad suficiente como para censurar al que se suponía el hombre más poderoso del mundo, Donald Trump. Estamos pues, ante la era del totalitarismo de la falsa información y de la censura.

Me he permitido subrayar algunos aspectos de la ley que seguramente pasen más desapercibidos. Aquellos que difícilmente serán cuestionados debido a su legitimada naturaleza dentro del cuerpo social. Dicho borrador abre con una exposición de motivos que serán fundamento de justificación inviolable pese al carácter farragoso que envuelven estas leyes. Dice así:

«La relación entre el Estado y las personas trans viene tradicionalmente marcada por exigencias que parten de una conceptualización patologizante de las realidades trans».

El Estado, en este punto, es concebido como un aparato de conciliación trans, como si el Estado hubiera mantenido una disputa histórica con una correlación de fuerzas en la que las personas trans fueran el único sujeto sometido a tradiciones y a conceptualizaciones patologizantes con exigencias distintas al resto de colectivos e individuos explotados y discriminados que viven bajo el mismo Estado. Esta observación elimina de un plumazo la cuestión irreconciliable de clase que queda subsumida a favor de las identidades individuales.

¿Qué es una «realidad trans»? 

Trans originalmente es una preposición latina con acusativo, trans-, tra-, que funciona en nuestra lengua como prefijo (trans-) y que esencialmente significa ‘que atraviesa’, ‘sobrepasar’, ‘de un lado a otro’, ‘del otro lado’, ‘más allá’. No se trata más que de una abstracción lingüística que no puede formular realidades corpóreas por sí misma. En su acepción política podemos decir que las realidades trans son realidades figurativas en el campo semiótico de la imagen, el lenguaje y la técnica, por lo que es una realidad impostada, arbitraria y relativa que imposibilita el acceso a la verdad. Es, para ser concretos, una interpretación acientífica de la realidad trans.

En la introducción de exposición de motivos podemos leer la siguiente reivindicación a modo de arenga activista: «Ha llegado el momento de considerar a las personas trans como sujetos activos en la formulación de políticas y disposiciones normativas que no patologicen sus cuerpos ni sus identidades a través de requerimientos e intervenciones médicas, de que sean reconocidas socialmente las múltiples identidades sexo-genéricas y de que se implementen medidas para lograr la auténtica igualdad social de las personas trans».

Las personas trans no han sido, sin embargo, sujetos inactivos en la formulación de políticas en tanto que hace falta estar vivo —activo— para ser requerido para una intervención quirúrgica que esta misma ley fomenta en el artículo 27. «El Sistema Nacional de Salud incluirá la asistencia sanitaria necesaria para el tratamiento hormonal, terapia de voz, cirugías genitales, mamoplastias, mastectomías y material protésico en la cartera de servicios comunes en las condiciones que se establezcan».

¿Cómo puede enfermar —patologizarse— la identidad? De acuerdo con la Academia entendemos por patología la «parte de la medicina que estudia las enfermedades y conjunto de síntomas de una enfermedad ». La identidad no puede ser una enfermedad, por tanto no puede patologizarse. En todo caso, situaciones como el estrés, sucesos traumáticos, experiencias sometidas a distintas formas de violencia etc., pueden causar patologías y dichas patologías no pueden estigmatizarse por considerarse patologizantes. El género como génesis de la patología. Una mujer que sufre un trastorno de identidad derivado de una situación de violencia machista no es, en ningún caso, una enferma, sino una persona que ha desarrollado un trastorno por motivos determinados, raíz de posibles patologías posteriores y que son esenciales descubrir para poder poner los medios necesarios de cara a la prevención y erradicación de dicha violencia. Detrás de estos giros dialécticos se esconde otra corriente proveniente de la misma ideología; los movimientos abolicionistas de psiquiatría: los antipsiquiatría. La doctora Bonnie Burstow, impulsora de la primera beca antipsiquiatría del mundo, considera entre otras posturas, la mejor eficacia de las terapias basadas en la conversaciones en lugar de la medicación incluso en situaciones de esquizofrenia afirmando que «la salud mental es un mito».

Las identidades sexo-genéricas son construcciones sociopolíticas sobre una base material: el sexo. A partir de ahí, tantas identidades como personas queramos, lo que nos llevaría a legislar de manera individual y personalizada desde un marco subjetivo. En el artículo 5 se expresa el «derecho a la identidad de género libremente manifestada».

Es, por decirlo de una manera sencilla, imposible; además de profundamente neoliberal. En primer lugar porque el género no puede elegirse libremente como el que decide tomar una u otra pieza de fruta; es una herramienta de opresión que se ejerce de manera múltiple y estructural asentada en la economía y en el ejercicio del poder conectado a su vez a las celdas que atraviesan la política sexual. La ley valida de plano la libre elección. ¿Cómo es posible decidir libremente la realización de una mastectomía o una histerectomía, la amputación y extirpación de un miembro y un órgano del cuerpo? ¿Cómo es posible llegar a la libre elección de someter al organismo a una condena vital a través del tratamiento hormonal incluso desde la pubertad? ¿A qué tipo de libertad puede apelarse cuando el cuerpo es esclavizado mediante la tiranía de la hormona, las garras de las multinacionales y el negocio de las farmacéuticas? ¿Qué tipo de libertad puede alentarse ante el bombardeo propagandístico de las plataformas de consumo cultural masivo? ¿Cómo es posible decidir libremente si, tal y como manifiestan los creadores y defensores de esta ley, se hace bajo la influencia del sufrimiento, del pensamiento autolítico, la alienación y la enajenación? ¿Cuándo se ha establecido que un menor es libre para someterse a una terapia de bloqueo hormonal? ¿Es esta la puerta, la de la libre elección, la que de paso a la regularización de la prostitución y a los vientres de alquiler? ¿Quién podría poner en cuestión la libre elección sexual de la prostituta tras leer en este borrador que la identidad de género puede ser libremente manifestada y ejercida?

En La mística de la feminidad (1963) Betty Friedan se enfrenta al problema que no tiene nombre y que afectaba mayoritariamente a las mujeres estadounidenses de las clases medias-altas abocadas al consumo de ansiolíticos y antidepresivos para combatir el hastío y la monotonía: «Esa imagen creada por las revistas femeninas, los anuncios, la televisión, las películas, las novelas y los libros escritos por expertos en temas matrimoniales y familiares, en psicología infantil, en problemas sexuales y los divulgadores de la psicología y el psicoanálisis informa hoy la vida de las mujeres y refleja sus aspiraciones. Puede ser un indicio del problema que no tiene nombre […]. En el cerebro, la llamada censura inconsciente funciona como un contador Geiger cuando la imagen presenta un contraste demasiado en desacuerdo con la realidad». Ahora son las revistas, los anuncios, la televisión, las películas, las novelas, las series y los libros escritos los que nos marcan el camino de la nueva feminidad. Hoy son las leyes las que blindan el derecho opresivo a la feminidad y a la masculinidad. El problema que no tiene nombre ahora se llama trans.

4 COMENTARIOS

  1. De acuerdo en todo menos en que esta ley abre la puerta a la regulación de los vientres de alquiler y de la prostitución.
    Se le pueden poner muchas pegas, pero no esas.
    Imagino que lo dices por eso de legislar deseos, pero es que creo que confundes «elección» con «manifestación» Copio y pego lo un fragmento que has puesto de la ley: «derecho a la identidad de género libremente manifestada».
    ¿Ves? Manifiestan su situación, no la eligen.

    En lugar de denostar esta ley, lo que hay que hacer es trabajarla entre todas (de Podemos, PSOE, Partido Feminista, colectivos feministas, y mujeres feministas independientes que sean referentes).
    Buscar mecanismos para mejorar la vida de personas que han nacido en cuerpos equivocados sin obligarles a pasar por tratamientos hormonales o quirúrgicos, ni por baterías de preguntas que atenten contra su dignidad. Habrá que certificar de alguna manera que esa persona «es» y no que «quiere ser», pero desde luego no de la forma cuanto menos denigrante en la que se está haciendo hasta ahora. Porque estamos de acuerdo en que es así ¿no?
    Esta ley es de máximos, pero con determinación y trabajo, se puede sacar lo mejor de esta ley — en el término medio está la virtud –, y de paso dejamos de pisarnos unas a otras y salvamos lo que queda del feminismo.; qué falta hace.
    ¡Diálogo!

    • Hola. Muchas gracias por el comentario.
      En cuanto al tema de la prostitución, estos movimiento son pro regulacionistas, consideran el cuerpo — y sus sustancias — un tipo de » plusvalía sexual», así que apuestan por el intercambio monetario de cualquier relación sexual y, por su puesto, apelan a la libertad de elección de la prostituta. Así que no lo veo muy diferente en el sentido de que si se acepta la libre elección del sexo, ¿ por qué no de la autodeterminación sexual? En cuanto a los vientres de alquiler es un nicho de mercado compatible con esta ideología y diría además, necesario para que sobreviva. En el artículo 29 de esta ley ya se vislumbra:
      «Las personas trans con capacidad de gestar podrán ser receptoras o usuarias de las técnicas de reproducción humana asistida en los términos previstos en la Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida». Desaparece la palabra mujer como puedes comprobar y se introduce » reproducción humana asistida «.

      No comparto la idea de llegar a acuerdos con esta ley. Ni con esta ni con la » ley Zerolo» ni la que ya se aprobara con anterioridad. Las posiciones son antagónicas , por tanto no considero que el feminismo deba ceder. No hablamos de parar una ley, hablamos de frenar una deriva anti-izquierda y antimaterialista.

      • Yo no gastaria energia con esta «feminista podemita» Alicia, es un troll. Su táctica es elogiar los artículos y luego dejar caer su ideologia «Trans» y seudofeminista. Lo viene haciendo en varios comentarios, de al menos tres de los articulos que he leido en EL COMÚN..

  2. EX militante de Podemos

    No hay que confundir el ser y el creer ser. Se es una mujer porque se tiene un sexo femenino, el creer ser es ireal, es un delirio.
    Lo digo con todo respeto a todas ‘as creencias.

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