Estoy viendo molinos

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«La cifra anual de suicidios, en cierto sentido normal y periódica entre nosotros, no es sino un síntoma de la organización defectuosa de la sociedad moderna, ya que en tiempos de hambrunas, de inviernos rigurosos, el síntoma siempre es más manifesto, de manera que toma carácter epidémico en momentos de desempleo industrial y cuando sobreviven las bancarrotas en serie. En esos casos, la prostitución y el robo se acrecienta en la misma proporción» (Acerca del suicidio, Karl Marx).

A medida que los discursos relacionados con la salud mental van en aumento, mayor es el riesgo de no comprenderlos. No es de extrañar teniendo en cuenta la importancia que se le ha dado al desempeño de algo llamado «visibilidad». Según la RAE, podemos decir que algo es visible cuando se puede ver. Tan cierto y evidente que no admite dudas; pero no podemos constatar que el hecho de hacer algo «visible» vaya a dotar de credibilidad el objeto evidenciado. En septiembre de 2021 un joven madrileño de 20 años de edad, denunció una agresión homófoba tras declarar que había sido atacado por ocho individuos con capuchas blancas en el portal de su casa; allí mismo, en el zaguán de su domicilio, rodeado por el grupo de agresores, le grabaron a punta de cuchillo la palabra «maricón» en la nalga. Cuando se dio a conocer tal repulsivo acto homófobo, los principales medios de comunicación no tardaron en dar la noticia generando minutos y minutos de debates televisivos hasta provocar la reacción del Gobierno de España. Fue entonces cuando Pedro Sánchez convocó con carácter urgente una comisión contra los delitos de odio. El joven terminó declarando a las pocas horas que mintió y que la denuncia era falsa. Lo mismo pasó con la oleada en agosto de 2022 de «pinchazos» que inducían a las víctimas a un estado de sumisión química. Fueron cada vez más numerosas las denuncias y el estado de pánico entre las mujeres —especialmente jóvenes— se hacía cada vez más preocupante. Pedían «visibilidad» y que tales actuaciones, aparentemente misóginas, no cayeran en el olvido manteniéndose en la retina del espectador para siempre. Dos meses más tarde, pese a que el Ministerio de Igualdad había iniciado un protocolo de seguridad, el Ministerio del Interior se negaba a clasificar el fenómeno como sumisión química tras la ausencia de sustancias detectadas en los casos investigados. Que ambas noticias sean falsas no quiere decir que la homofobia y el machismo lo sean, pero sí crea un imaginario que lo determina de manera contraproducente. Al inicio de la pandemia del COVID-19 Fernando Simón, coordinador de emergencias de alertas sanitarias, manifestó que «España tendría, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado» y que se esperaba que «no hubiera transmisión local y en ese caso sería muy limitada y muy controlada», relato que se viralizó a través de los medios de comunicación y la sociedad en general lo dio por bueno. Semanas más tarde se decretó el estado de alarma llegando a morir una media de 600 personas diarias sumado a una incidencia particularmente elevada. La «visibilidad» del relato oficial gubernamental impedía claramente acceder a la verdad. Y podemos seguir poniendo ejemplos hasta rellenar miles de páginas, lo que demuestra que la «visibilidad» no sólo no es sinónimo de verdad, sino que puede ser todo lo contrario y resultar una burda manipulación de la misma. Rara vez podemos ver en los informativos noticias reales. Según el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el número de desahucios practicados en 2021 ascendió a 41.359, cifra un 40,6% superior a la de 2020. Los desahucios no encabezan los informativos y en el caso de hacerlo, de manera muy superficial. En datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión social aumentó hasta un 27,8% en 2021, 0,8 puntos más que el año anterior siendo los menores de 16 años los que experimentaron un mayor incremento del riesgo de pobreza y exclusión social en España, con una tasa del 33,2%, 1,4 puntos más que en 2020. De acuerdo con los datos de la Oficina Estadística de la UE (Eurostat) España se convirtió en el país de la Unión Europea con mayor exceso de mortalidad durante el pasado mes de julio, con un 36,9% más fallecimientos de los esperados. Apuntaba la agencia Eurostat, que parte de ese incremento podría deberse a las intensas y largas olas de calor producidas en el país, pero ninguna encuesta resalta que esas olas de calor no se pudieron afrontar como consecuencia del aumento del precio energético y la aplicación de políticas neoliberales contrarias a la vida. En agosto de este mismo año, las estimaciones realizadas por el Instituto de Salud Carlos III apuntaban que en sólo diez días —entre el 8 y el 17 de julio— fallecieron 692 personas por «causas atribuibles a las altas temperaturas» de las cuales, 659 serían mayores de 65 años —el 95% del total—. Esta circunstancia llevó a que sindicatos y familiares denunciaran las insoportables condiciones de algunas residencias de mayores en las que se mantenían temperaturas por encima de los 40°C. La situación de los trabajadores no es más cómoda, a través de epdata conocemos las cifras del número de accidentes laborales en España que se sitúa en un total de 475 trabajadores fallecidos en accidente laboral en los siete primeros meses de este año, lo que supone un aumento del 17% respecto al año anterior, cifra que certifica peores condiciones para los trabajadores y merma de los derechos laborales. El desempleo, la falta de oportunidades, la pauperización progresiva, el aumento de la inflación y la pérdida de nivel adquisitivo, terminan siendo el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de patologías psicológicas y enfermedades mentales. Hace tiempo que el grupo parlamentario Más Madrid desea abanderar la agenda de la salud mental debido al aumento de conductas autolesivas e intentos de suicidio entre niños y adolescentes. Para ello presentó en enero de este mismo año una Proposición No de Ley registrada en la Asamblea de Madrid que incluía iniciativas dirigidas a reforzar la salud mental infanto-juvenil en la educación. Para apoyar la presentación de esta iniciativa, el partido de Íñigo Errejón ampara su postura en los efectos psicológicos post pandémicos de la población más joven dejando en un segundo plano la situación material de los hijos de clase trabajadora, la población más afectada debido a los datos proporcionados anteriormente. Si acaso se nombra a los hijos de los obreros es como instrumento político y nada más. En mayo de 2021 durante la celebración del llamado «Orgullo loco», pudimos ver a Mónica García posando al lado de una pancarta que rezaba: «la enfermedad mental es un constructo social». No puede leerse toda esta parafernalia sin situar el contexto en el que se originan estos movimientos.

Uno de los movimientos originados en Estados Unidos en la década de los 70’s fue el llamado «movimiento antipsiquiatría» que podemos definir como un movimiento de «deconstrucción» del concepto «enfermedad mental». En el marco de los «dispositivos disciplinarios», nos encontramos con el origen del internamiento psiquiátrico que construye la historia de la locura y entreteje las relaciones entre el Derecho, la Psiquiatría y la farmacología (Vásquez Rocca, Adolfo). Al igual que la doctrina queer, existe un cuestionamiento del «discurso científico» considerado como un espacio de representación colectiva. Como influencia del pensamiento del francés Paul-Michel Foucault, que trata los mecanismos administrativos de castigo en los que descansa la justicia, el cuerpo, desde la óptica antipsiquiatría, queda prendido en un sistema de coacción y de privación, de obligaciones y prohibiciones que modelan al individuo ligado a intervenciones de características punitivas. Por resumir: es doctrina queer aplicada al terreno de las enfermedades mentales haciendo una lectura oportunista de los textos de Foucault, el cual analiza desde la perspectiva criminalística y del Derecho los comportamientos sociales a través del poder que ejercen las instituciones disciplinarias sobre el cuerpo. De esta corriente nace lo que conocemos como «Orgullo loco» que surge en los 90’s, movimiento que pretende denunciar la violencia institucional y la naturalización de las formas normativas del discurso médico, apropiándose del lenguaje que años atrás los había estigmatizado por ser un insulto, como autodenominarse puta, loco, queer o bollera. Se pretende crear una identidad y que ello sea constitutivo en sí mismo de derecho: el derecho a estar loco. Podrán comprobar que a medida que nos adentramos en el farragoso lenguaje de estas doctrinas, más nos alejamos del discurso de clase. Y precisamente en eso consiste. El poder ya no lo ejerce una clase sobre otra, sino las instituciones de manera abstracta, que generan discursos de normalización de conductas hasta llegar a la noción de opresión como reflejo exclusivamente individual. Los motivos de la locura y las patologías mentales quedan relegados a un segundo plano en aras de la interpretación. La locura también se convierte en un acto performativo de la mente. Existen ramas sociales que estudian la locura desde posiciones decoloniales, despatologizantes, transfronterizas, interseccionales y transfeministas. Me cruzo con Bárbara Guerrero alias «Pachita», más conocida como «cirujana mágica o psíquica». Nacida en Parral, Chihuahua que según dicen fue poseída por el espíritu de Cuauhtémoc. Conocida por sus grandes dones para analizar la mente de las personas que acudían a ella, y por realizar «cirugías» que practicaba en estado de trance con un cuchillo sin aplicar anestesia más el uso de hierbas y órganos. «[…] Pachita tomaba un trozo de intestino, lo colocaba sobre el “operado” y en ese mismo instante desaparecía en su interior. La vi abrir una cabeza y meter las manos. Podía sentir el olor de los huesos chamuscados, oía ruido de líquido… La operación no estaba exenta de violencia y constituía un espectáculo bastante crudo, a la mexicana, pero, al mismo tiempo, Pachita mostraba una dulzura extraordinaria» (La danza de la realidad: psicomagia y psicochamanismo, Alejandro Jodorowsky). Se podría decir que ni Pachita ni sus pacientes estaban locos, sino que fueron disidentes del discurso médico normalizador cuyas prácticas no estaban sujetas a las instituciones disciplinarias. Tenemos también la práctica del nahualismo, extendida entre los grupos indígenas que consiste en la capacidad de las personas por transformarse en animales, elementos de la naturaleza o realizar actos de brujería (Calendario y religión entre los zapotecos. Alcina Franch, José,1993). Lo que hoy se consideran transespecies y un ejemplo de modificación estética performativa corporal.

Los primeros movimientos antipsiquiatría plantean la destrucción de manicomios y centros psiquiátricos, unido a la abolición de la psiquiatría y los tratamientos patologizantes como pueden observarse en enfermedades mentales como la esquizofrenia. Un ejemplo lo encontramos en el movimiento «Escuchando voces», presidido actualmente por el psiquiatra Dirk Corstens y liderado por el también psiquiatra y docente universitario de psiquiatría social Marius Romme. Se trata de una convergencia de personas usuarias, ex-usuarias y supervivientes de los servicios de atención a la salud mental, grupos de apoyo mutuo, activistas del «Orgullo Loco» y profesionales del sector social y sanitario cuya propuesta es reivindicar «que el fenómeno de la escucha de voces, junto a otras percepciones inusuales, son algo mucho más común y natural de lo que se piensa». Cuando el sistema sanitario se debilita, junto al desprestigio de la ciencia y la falta de recursos, constituye el abono necesario para que proliferen creencias y negocios alrededor de un drama. Cuando Mónica García posó al lado de una pancarta que hacía referencia a la salud mental como construcción social, no se refería a los factores socioeconómicos que producen un incremento de patologías relacionadas con la psique, sino a una lectura más ligada a las expresiones ideológicas características del posmodernismo como que la «verdad» es relativa y dependerá de distintos puntos de vistas no duales (desaparición ficticia de los principales antagonismos) y que el lenguaje junto a la imagen pasará a considerarse la herramienta que determina esas realidades que, por su naturaleza, quedan al arbitrio de percepciones subjetivas que acabarán representadas en forma de nicho de mercado. La desaparición de instituciones psiquiátricas ha supuesto una carga silenciosa e invisible que afecta a los núcleos familiares —especialmente a las mujeres— al quedar reducido a una mera identidad donde la despatologización no es una opción para muchos pacientes. Pero aquí no se acaba la cosa, como la familia es otra institución —también disciplinaria— el capitalismo desbocado la conducirá a la destrucción para que el individualismo más salvaje haga ebullición en su estado más bárbaro. La única alternativa será el suicidio; en su mayor parte debido a las condiciones materiales y en parte también por la influencia de estos movimientos bajo un sistema económico extremo incompatible con la salud y otras causas de origen multifactorial. El resto de instituciones, como las penitenciarias, educativas o sanitarias correrán la misma suerte. No se trata solo de un refuerzo en el aumento del número de psicólogos y orientadores —como propone Más Madrid—, que al final no deja de ser una respuesta individual, sino de un problema estructural que no puede resolverse con reformas, buenas intenciones o con visibilidad. El 8 de marzo de 2019 se presentó la Proposición de Ley de derechos en el ámbito de la salud mental presentada por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea; en dicha proposición se exponía que el Plan consistía en fomentar que las personas afectadas por ellos puedan ejercer la totalidad de sus derechos humanos». La instrumentalización de la denominación «derecho humano», habría que abordarla en otro espacio destinado en exclusiva al estudio del fenómeno.

Según esta Proposición de Ley, «en el ejercicio de sus derechos de libertad, intimidad y autonomía personal, todas las personas tienen derecho a adoptar libremente decisiones que afectan a su salud mental sin más límites que los derivados del respeto a los derechos de las demás personas y al orden público garantizado por la Constitución y las Leyes». Aquí lo tienen, la salud mental queda reducida a los deseos «sin límite» del paciente, independientemente de la capacidad del mismo y las consecuencias que puedan acarrear en sus núcleos más cercanos. Si los derechos quedan reducidos a deseos o a una noción liberal acerca de la «libertad», entonces habrá que explicar que las políticas que se ejecutan contribuirán a problematizar la situación y no supondrán mejora alguna. A su vez, habrá que explicar que, mientras por un lado se aprueban leyes de autodeterminación de género, se produce la incongruencia de que las relacionadas con la salud mental reconocen «los roles e identidades de género como parte del proceso de salud y de la génesis de los malestares y problemáticas de salud mental».

El Sindicato de Estudiantes ha convocado una huelga para hoy, jueves 27 de octubre, por la salud mental de los alumnos y «contra la destrucción de la educación pública» advirtiendo sobre la existencia de «millones de jóvenes que sufren una «epidemia de enfermedades mentales sin precedentes», como los trastornos de ansiedad y de conducta alimentaria, las depresiones, una tasa de suicidios «insoportable» o un «elevadísimo» consumo de psicofármacos, que suponen una agresión contra la juventud inaceptable». Los jóvenes se encuentran bajo un dilema importante: por un lado políticas que provocan el aumento de patologías mentales relacionadas con trastornos de la alimentación o depresivos que pueden desencadenar en comportamientos suicidas y, por otro, la necesidad de denunciarlo. Un callejón sin salida. A todo ello hay que sumarle la banalización de la problemática dejando en manos de tan severo abordaje a mediocres performistas, políticos insensatos que ridiculizan la enfermedad y la instrumentalización que se hace de ella. El «borrado» de la clase trabajadora y la desaparición de la Izquierda, impide que los estudiantes, muy metidos ya en los estudios de género, puedan analizar la cuestión de la salud mental desde una perspectiva de clase; a distinta clase, distintos problemas y en consecuencia, diferentes respuestas y soluciones.

Cuando Laika se convirtió en el primer ser vivo en orbitar la Tierra, la propaganda estadounidense en plena Guerra Fría puso en funcionamiento todo el aparato mediático con el fin de que el logro espacial soviético quedara en un segundo plano. Afirmaba Che Guevara a través de un texto lo siguiente:

«Las sociedades protectoras de animales hicieron desfilar frente al edificio de la ONU seis perros con carteles pidiendo clemencia para su congénere siberiano Laika, que vuela los espacios siderales. El alma se nos llena de compasión pensando en el pobre animal que morirá gloriosamente en aras de una causa que no comprende […] ¿Será que, en el marco de las conveniencias políticas vale más una perra siberiana que mil guajiros cubanos?».

Durante las Olimpiadas de Tokio 2020, la gimnasta estadounidense Simone Biles abandonó la final femenina por equipos declarando lo siguiente: «Debo enfocarme en mi salud mental. La salud mental es más importante en el deporte actual (…) Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos y no salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos». La realidad fue que se retiró tras la superioridad deportiva del equipo femenino ruso cuya medalla de oro quedó eclipsada por la retirada de la estadounidense. Los medios dieron como ganadora moral a la perdedora llegando a afirmar que «Estados Unidos cedía su título a Rusia». ¿Será entonces que, en el marco de las conveniencias políticas vale más una perra siberiana que mil guajiros cubanos?

En definitiva, podemos hablar del uso de movimientos sociales como trampantojo de la realidad, aunque estos se revistan de una causa justa y se disfracen de revueltas de todos los colores.

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