Apegos feroces

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La maternidad y todo lo relacionado con ella, ha sido siempre motivo de análisis en el seno de la filosofía y la teoría feminista; desde el mito del instinto maternal, ampliamente refutado por diversas autoras, hasta el papel económico y social de la lactancia materna. Élisabeth Badinter, filósofa e historiadora francesa, detalla ampliamente en sus obras la creación del mito del instinto cuestionando en última instancia el amor maternal en sí mismo. Para ello, realiza un extenso recorrido desde el siglo XVII hasta el XX analizando la construcciones sociales, culturales y económicas que se esconden tras el llamado instinto maternal: «Hemos concebido durante tanto tiempo el amor maternal en términos de instinto, que de buena gana creemos que se trata de un comportamiento arraigado en la naturaleza de la mujer cualquiera sea el tiempo y el espacio que la rodean. Creemos que al convertirse en madre la mujer encuentra en ella misma todas las respuestas a su nueva condición, como si se tratara de una actividad preformada, automática y necesaria que sólo espera la oportunidad de ejercerse. Debido a que  la procreación es un proceso natural, nos imaginamos que al fenómeno biológico y fisiológico del embarazo debe corresponder una actitud maternal determinada». Badinter sostiene que hay una relación ambigua entre el concepto de maternidad como estado fisiológico momentáneo que se da en el embarazo y la acción a largo plazo asociada a la maternidad en el que se incluye la crianza y la educación de los hijos. Es en ese espacio ambiguo donde se construye el ideal y donde se asienta el mito convertido con posterioridad en creencia popular.

¿Qué clase de instinto es este que se manifiesta en unas mujeres sí y en otras no? Se pregunta la autora. La contradicción, dice, no puede ser mayor, al sustituir el llamado instinto por amor se consigue abandonar el primero pero seguimos atribuyéndole las mismas características. A través del amor se interpretan y entienden las posibilidades de la naturaleza humana; de esta manera, resulta ser una aberración que una madre no quiera a sus hijos: «Por mucho que reconozcamos que las actitudes maternales no remiten al instinto, siempre pensamos que el amor de la madre por su hijo es tan poderoso y tan generalizado que algo debe haber sacado de la naturaleza. Hemos cambiado de vocabulario, pero no de ilusiones […] en el fondo de nosotros mismos, nos repugna pensar que el amor maternal no sea indefectible». Para el estudio de la evolución de las maternidades y para entender los motivos, la autora advierte que no es suficiente con fijarse en las estadísticas de mortalidad infantil para situar la problemática en la realidad social en la que se establece un aspecto tridimensional, las respectivas funciones de padre, madre e hijo son determinadas por las necesidades y los valores dominantes de una sociedad dada. La mujer será una madre más o menos buena según lo que la sociedad valore o desprecie a la maternidad. El cambiante modelo de las relaciones familiares y materno/paterno-filiales a lo largo de la historia y de la geografía, han dado buena prueba de las construcciones afectivas que han atravesado los distintos modos de maternidad. Durante el proceso de evolución histórica y cultural se ha creado alrededor de la maternidad una serie de discursos que han contribuido, en mayor o menor medida, a establecer una relación determinada dependiendo del papel social que se le ha otorgado a la maternidad o, más concretamente, a la madre; se establece aquí una dialéctica en la que la maternidad no puede entenderse si no se explica el lugar socioeconómico que ocupa la mujer en el proceso del modelo productivo en el que el sistema la coloca. La naturalidad de la maternidad es la asociación biológica que se sustenta en forma de mito social por el papel que desempeña la mujer como reproductora dependiendo de la época, y entraña concreciones multifactoriales que responden al comportamiento social que se le da a la maternidad. Entre los siglos  XVII y XVIII pueden observarse algunos cambios sociales en relación a la protección de los hijos donde el peso de los afectos son volcados en la figura materna. La influencia de la Iglesia siembra en gran medida parte de esa construcción maternal a través de la mirada de las religiones como podemos observar desde las raíces mitológicas. Otros autores como Palomar Verea sostienen que «la glorificación del amor materno se desarrolló  durante todo el  siglo XIX, llegando hasta los años sesenta del siglo XX» tal y como se articula referencialmente en el ensayo La  maternidad  humana y su  evolución sociohistórica.

En el contexto europeo, más específicamente en España, nos remontamos ahora  a marzo de 2019, momento en el que Pablo Casado, líder del Partido Popular, lanzaba una campaña bastante agresiva con el objetivo de luchar contra el «invierno demográfico» debido al descenso de la natalidad en nuestro país abogando por recuperar la ley del aborto del 1985 alegando que la sostenibilidad del sistema de pensiones dependía de las interrupciones voluntarias del embarazo llegando a decir que las mujeres debían saber «lo que llevan dentro» . Según datosmacro, en 2019 nacieron 12.160 niños menos que en 2018, con lo que el número de nacimientos bajó un 3.26%. Por poner una comparativa, en 2019 nacieron 360.617 frente a los 677.456 de 1976. Esta caída de cifras abrumadora no responde únicamente a la entrada de una ley de interrupción voluntaria del embarazo, también descansa sobre la economía. La incorporación de la mujer al mercado laboral supuso un cambio significativo en la economía familiar unido al periodo histórico vivido durante la Transición Española tras la muerte del dictador Francisco Franco en el que se sucedieron profundas transformaciones demográficas unidas al cambio de mentalidad y de costumbres. La tasa de analfabetismo se redujo en una década hasta alcanzar un 7% entre la población femenina, por lo que se vio incrementado también el número de mujeres con formación universitaria y grados medios. Al mismo tiempo, los movimientos de liberación sexual de la década de 1970 y 1980 transformaron el modo en el que las mujeres se relacionaban sexualmente destacando las aportaciones en las que se incluía la crítica de las relaciones heterosexuales, la institución del matrimonio y la reivindicación de los métodos anticonceptivos. Marvin Harris analiza, en uno de sus libros,  todos estos cambios en la población femenina de Estados Unidos al compás del movimiento de liberación de la mujer junto a otros contraculturales como el de los derechos civiles o antirracista. Se acusó por entonces a las feministas de provocar la «crisis de bebés» tras el «baby boom» de la postguerra de la década de 1950 y 1960 pero Harris afirma que la explosión feminista no pudo ser la causa ya que la cota más alta de natalidad se produjo una década antes; más bien lo que provocó la crisis fue la causa de la rebelión feminista.

¿Qué factores subyacían a este persistente descenso de la natalidad en Estados Unidos?: «Los numerosos datos comparativos indican que el desarrollo industrial-urbano hizo descender las tasas de natalidad porque cambió el balance de los  costos beneficios económicos que implica la crianza de hijos. Hablando llanamente, en las ciudades industrializadas los hijos suelen costar más y resultar menos rentables a sus padres que en la granja» (La cultura norteamericana contemporánea. Una visión antropológica, 1981). A nadie se le escapa que en plena crisis capitalista, con elevadas cifras de desempleo —especialmente en la población joven—, la precarización de los salarios, la degradación de los derechos laborales, la incertidumbre económica, la depresiva situación de las mujeres en los empleos feminizados, la imposibilidad de independencia salarial, el retraso en la edad del embarazo y un largo etcétera, son las causas principales de la bajada de la natalidad en España. Es verdad que el movimiento feminista ha creado conciencia y ha ayudado a entender la relación de las mujeres con la maternidad y los motivos por los que el  sistema las penaliza en el ámbito social, familiar y laboral, es lógico que haya cada vez más mujeres reacias a producir hijos; es ahí donde hay que concentrar la crítica, en el tipo de organización social, en el modelo productivo y en el sistema económico, no en las decisiones individuales de cada mujer, especialmente las de las mujeres de la clase trabajadora, gravemente perjudicadas por su relación de explotación con el capital. Los índices de natalidad no son fenómenos cíclicos, sino causas socioeconómicas que la suceden.

Se pregunta Aleksándra Kolontái: «¿Es compatible la maternidad con el trabajo asalariado al servicio del capital?»: «La maternidad y la profesión, es decir, la participación de la mujer en el trabajo productivo, son incompatibles de hecho en el sistema capitalista. La familia del trabajador se desorganiza, los niños se abandonan a sí mismos y el hogar se desatiende». Entonces, si no abordamos esta contradicción que impide a su vez la emancipación de la mujer, difícilmente va a poder resolverse de manera positiva el problema de la maternidad.

Entre las cuestiones que preocupan a muchas mujeres en relación a la maternidad se encuentra el asunto de la lactancia materna, tema delicado que provoca siempre enfrentamientos debido a las división de opiniones y por la relación emocional que envuelve a este debate. A ello se le suma el surgimiento de grupos, asociaciones y empresas privadas relacionadas con la maternidad y la etapa de lactancia. No esperen encontrar respuestas a la pregunta de si la lactancia materna es la mejor opción o, por el contrario, la lactancia artificial ofrece más beneficios a la madre despojada de la esclavitud de la lactancia. Esa dicotomía impide bucear en las raíces de la lactancia materna, que de ser un una fuente principal para la supervivencia del ser humano, ha pasado a convertirse en un negocio y en un infierno para las mujeres trabajadoras y conscientes. Y no solo hablo del negocio de las farmacéuticas con la leche artificial, sino del negocio de la leche materna dándose en muchos casos una relación de explotación fisiológica mediante la mercantilización del producto resultante durante la reproducción. Las bondades de la leche materna pueden encontrarla en cualquier web y estudio relacionado, además de en organismos como el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) o la OMS que señalan que, para que se lleve a cabo la labor que la fomente, los gobiernos deben detener la comercialización «engañosa, agresiva e inapropiada» de sustitutos de la leche materna que realiza la industria a nivel global. Indicaciones ofrecidas por UNICEF junto a la OMS hace 40 años (!). Huelga decir, como ya he demostrado a lo largo de esta artículo, que la situación de la mujer ha cambiado a lo largo de estos largos 40 años y ni se ajusta a la realidad socioeconómica de la época, ni se asienta sobre el análisis de clase, por lo que la mujer se enfrenta a una falsa dicotomía y, a la vez, entra en continuas dudas y contradicciones que le impiden tomar una decisión libre; bien por la propaganda y la visión anacrónica de la lactancia materna a través de la presión social, familiar e institucional o porque su realidad no se asemeja en absoluto al ideal que le han vendido y en el que deposita sus mejores expectativas. Las mujeres se dividen durante esa etapa entre aquellas que pueden lactar y las que no y entre las que quieren y las que no. De acuerdo con Badinter, hasta finales del siglo XVI la costumbre de pagar a una nodriza le pertenecía a la aristocracia privando a los hijos de las nodrizas de sus madres, en este sentido, afirma Montaigne: «Es fácil ver por experiencia que ese afecto natural (el amor paterno) al que otorgamos tanta autoridad, tiene raíces muy precarias. Por una ventaja insignificante, todos los días arrancamos sus propios hijos a unas madres para que se encarguen de los nuestros; las obligamos a que entreguen sus hijos a alguna nodriza enclenque, a quien no le entregaremos los nuestros, o a alguna cabra» (Essais, Libro II, 1580).

Ni que decir tiene que ahora es el patrón el que arranca a los hijos de los brazos de trabajadoras amenazadas por la sombra del despido, o bien por la extenuación de largas jornadas laborales que impiden su descanso y conciliar la maternidad. ¿Podemos recriminar a estas mujeres que hagan uso del biberón y de la leche artificial? El Estado debería proporcionar la leche de fórmula gratuita, por no hablar de todas las asalariadas sin contrato que no tienen derecho ni a tramitar la baja por maternidad o aquellas que se enfrentan en solitario a la labor de alimentación y crianza de sus hijos. Si alguien ha llegado a estas líneas pensando que me estoy amoldando al sistema capitalista, caerá en un error. No soy utópica, ni tan idealista como para creer que cambios tan profundos para la mujer puedan darse a corto plazo, así que no voy a fantasear con la infantil postura de que amamantar a los hijos es un acto político anticapitalista, porque me parece tremendamente insultante. Por supuesto que tiene que favorecerse a las trabajadoras el tiempo y los medios necesarios para amamantar a sus hijos si lo desean, por no hablar de la socialización de la educación de los hijos, la apertura de centros infantiles en los puestos de trabajo, etc.; pero no puede castigarse bajo ningún pretexto a la madre que decida otra alternativa bajo el sistema actual hasta el punto de ser criminalizada. Si al principio hemos sostenido que el instinto materno es un mito, tendré que decir que las técnicas de moda como el colecho, la lactancia a demanda para fomentar el apego, o la lactancia como método de empoderamiento, no solo son un mito contemporáneo, es una mentira acientífica absurda que esconde un mercado suculento muy rentable. Este negocio, al que hay que destripar, quedará pendiente para abordarlo ampliamente en otro artículo dedicado exclusivamente al negocio de la teta.

Como el sistema no puede responder a las necesidades y a los problemas de la maternidad a los que se enfrenta la mujer, se tensiona la cuerda descargando sobre la madre el radio de acción mientras que otros intereses entran en pugna al intentar homogeneizarse un tipo de lactancia concreta: la lactancia materna. Es más sencillo, dependiendo de la clase social a la que pertenezca cada mujer, su relación con la maternidad y la lactancia será diferente, por lo que querer encajar en el molde de la esencia femenina por antonomasia, supone una cárcel para muchas.

Últimamente estamos observando una regresión a cierta forma de esencialismo y misticismo relacionado con la maternidad. Anuncios de productos con sustancias propias de la leche materna, los llamados partos respetados, el desprecio hacia los avances médicos y a las instalaciones hospitalarias, el rechazo a la anestesia epidural, del uso de goteros o incluso el calmantes en aras de lo natural ensalzando el poder del cuerpo femenino durante el proceso de parto. Todo esto acompañado de una bombardeo feroz de propaganda que nos traslada a espacios reaccionarios peligrosos.

«Los tradicionalistas ignoran los cambios tecnológicos que han hecho posible alimentar a un niño con biberón sin riesgos y hacerle crecer con otras personas que le cuiden que no sean su madre. Ignoran las consecuencias del cambio sufrido en la duración de la vida y en los ciclos vitales» (La creación del patriarcado, Gerda Lerner, 1990).

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