El ahogo

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Aceptemos que vivimos en un mundo capitalista y en nuestra situación muy lejos de otra opción. Solo nos queda adaptarnos para sobrevivir como podamos, y es que vamos sumergidos en una ola que no parece disminuir. Es más, cada vez parece mayor y cada vez estamos más inmersos en ella. Sobre nosotros hay tal cantidad de líquido que parece imposible asomar la cabeza. Ese mismo líquido no es más que los desperdicios de los grandes fustigadores. Los meados del poder y las bilis de sus fábricas.

El sueldo de un trabajador da para media vida, para media vivienda, para medio vehículo, para media nevera, para medio sueño y para nada de ocio. Por lo menos el ocio que nos venden y que viene plasmado en la declaración de derechos humanos. ¿Quién tiene dinero para ir al cine y que no le suponga un roto en el mes? ¿Para ir al teatro? ¿Para viajar?… vivir en pareja se ha convertido en una obligación para sobrevivir, a sólo un escalón sobre la miseria.

Nos han convencido que el ocio es cualquier cosa que se pueda pagar y han convertido el ocio en el negocio principal de nuestro país. Que esto es igual que agarrarnos a un trozo de plomo en medio del mar es algo obvio. Y lo hemos visto y comprobado este último año, los que aún no lo veían. El caso es que nuestra participación para que esto se dé es fundamental. Que aceptamos y participamos activamente en su normalización y no propiciamos lugares culturales dentro de nuestra sociedad más allá de los que sucumbieron y se convirtieron en una cuadra silenciosa de comedores de pasto y lugar de entrenamiento de lobos.

La casa de un obrero si nos ponemos a crearla desde cero, con los bolsillos vacíos y con el sueldo medio, necesita de un mínimo de dos de esos sueldos para vivir con una dignidad no mayor a la de cualquier animal, comida, agua y refugio. Lo peor es que aún siendo esto algo tan básico, no se da en todos los caso.

En cuanto al ocio, el más generalizado es el de pago y evitarlo es quedarse fuera de la sociedad quedando de una forma o de otra marginado.

La necesidad de un ocio público, gratuito y seguro es tan necesario como la sanidad o la educación, ya que convive directamente con las dos anteriores. Hemos normalizado y santificado el mileurismo y eso es dar gracias por un mendrugo de pan duro después de pagarlo a precio de bollo. Nuestros derechos son sus negocios y nuestra incapacidad para superar la trampa su fortuna.

No cabe organización entre seres no pensantes, no cabe organización entre subordinados, la organización se debe de dar entre mentes críticas. Se debe martillear la propia cabeza para expulsar el pensamiento predominante. Hay que utilizar las herramientas que nos ha proveído la historia para subir el peldaño y crear nuevos horizontes. En la sociedad capitalista actual, luchar sin capital es como defenderse con piedras contra tanques. Y eso hemos visto que no funciona. Jugamos con sus normas y en su tablero como dije anteriormente en otra ocasión. Lo que hacemos o lo que podemos hacer es porque nos permiten que lo hagamos. El poder es algo que hay que conquistar antes de buscar el cambio, y  el poder es el capital y la información.

Compramos que somos jóvenes treintañeros, o de cuarenta o cincuenta sin percatarnos que somos trabajadores precarios que subsisten con la esperanza de algún día llegar a poseer lo imposible. Nos venden individualidad y la compramos, nos venden un ritmo vertiginoso que acaba despidiéndonos y dejando solo restos de carne picada a nuestro alrededor. Y aún viéndolo lo compramos. Pero todas esas compras con lo único que podemos pagarla es con un cheque en blanco de nuestra propia vida.

Organización, organización y organización. Sin eso no tenemos nada.

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