Quien defiende a un ladrón

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Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón y si es para que coman sus hijos yo aporto otros cien más por la valentía demostrada.

Lejos queda las historias de los Robin Hood que roban al rico para paliar el hambre del pobre. Y es que el pobre no necesita de figuras legendarias, si no de conciencia y respeto. Y ese respeto empieza por respetarse uno mismo.

¿Cuándo un obrero se pierde el respeto a sí mismo?

El obrero se pierde el respeto cuando no se reconoce frente al espejo o no se quiere reconocer. Cuando se cree las historias que le cuentan sobre la clase media, a las alturas que estamos del juego. Cuando se autodenomina capitalista, sin capital y sin poseer medios de producción. Cuando se puede informar y no lo hace. Cuando defiende a los terratenientes, a los explotadores, a los señoritos, a los fascistas. Un obrero se pierde el respeto cuando enarbola la misma bandera que lo arrodilla. Cuando reza al dios que lo flagela. Cuando traiciona a los de su clase. Ahí el obrero se pierde el respeto a sí mismo y a todos nosotros.

No me asustan los explotadores que nos quieren de rodillas. No me asustan los señoritos que nos tratan como perros, porque a esos se les combate. De esos se espera casi todo, porque con esos no hay trinchera que compartir. Lo que realmente asusta es la cantidad de obreros como tú y como yo, pobres como ratas que se vanaglorian de ser de “derechas”. Que repudian de su clase, de su carne, de su madre y de su padre. Que celebran las horas al sol de los pobrecitos por cuatro duros o de las jornadas interminables dejando en segundo plano a la familia. De los que explotan a los otros y miran para otro lado cuando ven explotados.

Esos que defienden al que nos roba la libertad y los derechos, esos que siendo obreros rechazan la lucha obrera y se dejan amarrar a la puerta del cortijo del señorito, o aquellos que se hacen llamar sin ideología. Esos son los que más marcada la tienen, pero la ideología de la servidumbre. Que aunque coman todos los días con su permisividad ante los atropellos de los cuatro poderosos, son igualmente culpable de que se dilapiden los servicios públicos y los derechos. 

Lo que ellos no saben o no quieren enterarse es que un día si se les tuercen las cosas o al capital le sale bien la jugada se pueden morir en la puerta de un hospital. O puede que sus hijos no dispongan de una educación pública y de calidad. Esos que defienden a ese tipo de ladrón no tiene vergüenza ni perdón. 

No señaléis con el dedo hacia arriba, el que te pone la zancadilla lo tienes al lado. Puede que cuando compras el pan, o la fruta. Puede que te los cruces en la escalera o en tu puesto de trabajo, puede que en la cola del paro o en la sala de espera de la consulta del médico. No pasa nada, cada uno que tenga la ideología que quiera. Sí, sí, pero estos cuando se pone la cosa aún más fea son los primeros que apuntan con el dedo al vecino comunista.

Estos reaccionarios fervorosos agrupan la historia solo bajo la suela de sus zapatos. Y en una sociedad donde prima el individualismo no pueden ver más allá de su sombra. Por lo que mientras coman caliente todos los días no van a pensar en el bienestar social, pero si algún día le falta un plato de comida en la mesa… las culpas serán para el de fuera, el diferente y sobre todo para el pobre.

Y aunque algunos digan que no hay tanto pobre de derechas, hay más de los que debería.

Así que para esos que se dicen anticomunistas, solo me salen las palabras que dijo Sartre “Un anticomunista es un perro”.

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