Sobre Pablo Iglesias y la memoria de los peces

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Hoy nos vuelve a sacudir una réplica más del terremoto político que comenzó hace unos días con el anuncio de una moción de censura en Murcia, y que, casi sin darnos cuenta, ha puesto patas arribas la política española, con elecciones en Madrid, amenazas electorales en Andalucía, deserciones en masa en ese partido que creó el IBEX y que ahora -según todo apunta-, ya dan por amortizado… Vamos, que se ha liado la Marimorena en medio de la mayor crisis sanitaria del último siglo, y para enredar la cosa todavía más, el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, nos anuncia hoy que dimite de su cargo para presentarse a las elecciones en Madrid, tendiendo una mano a Errejón y proponiendo, ya de paso, a la actual Ministra de Trabajo como futura candidata de Unidas Podemos para las próximas generales para las que, en principio, todavía quedan unos añitos.

Vista desde fuera, la jugada es sumamente arriesgada, de esas de doble o nada, ya que de salirle bien, el tipo puede dar un respiro a ese muerto mal enterrado que parece ahora Podemos, jugando además hábilmente la carta oportunista de la llamada a la unidad para dar la puntilla a Más Madrid. Pero como he dicho la cosa está difícil, y de salir mal, veo pocas justificaciones para Iglesias de seguir liderando un proyecto político que cita tras cita sigue desinflándose, dilapidando no sólo la enorme fuerza que llegó a alcanzar su partido, sino casi todo el patrimonio humano que la izquierda logró amasar en décadas de trabajo.

La cosa está fea para la izquierda desde luego, que derrotada política e ideológicamente, ha asumido como propias posturas que hace tan sólo unos años nos habrían podido parecer de un centro derecha descafeinado. Y es que desde la crisis del 2007 y el 15M han pasado tantas cosas que sólo echar la vista un poco atrás hasta marea, al punto de que eso que nos vendieron como nueva política ha envejecido ya de tal forma que difícilmente sobreviva mucho más tiempo. Y así parece que el flamante rey que nos vendieron al final ha resultado ir desnudo. Y tan sólo hace falta un pequeño ejercicio de memoria cercana para darse cuenta de ello.

Esta mañana, sin ir más lejos, escuchando a Iglesias anunciando su propia candidatura sin pasar por órgano alguno, he recordado aquel mito fundacional de Podemos que nos vendió él mismo cuando sacó su partido de la nada en unas elecciones europeas con un programa calcado al de Izquierda Unida con la excusa de que no iban a ir con los de IU porque «no era posible un acuerdo cuando se difería del método». Y es que, según Pablo Iglesias nos dijo, la unidad no era posible, pues el obstáculo de la elección de los candidatos era insalvable ya que Izquierda Unida, eligiendo su candidatura a través de su militancia o sus direcciones, no podía representar a los ciudadanos, ya que sin primarias abiertas, la brecha entre ciudadanía y políticos seguiría existiendo. Y ellos habían venido a romper eso. Porque ellos eran gente normal y corriente, y no casta.

¡Lo que ha llovido en unos años! Ahora, ni con listas abiertas ni cerradas (aunque lo mismo en las próximas horas se anuncia algún paripé para justificar la decisión tomada ya), el candidato será él, autodesignado sin pasar por control interno o externo alguno, como en este país ningún partido a la izquierda del Partido popular se habría atrevido a hacer. Pero bueno, será que la cosa ha cambiado mucho ya, y no vamos a entretenernos ahora con tonterías con la que está cayendo, ¿no?

Porque Pablo Iglesias lo dejó claro: Podemos vino para ganar, y no para conformarse con ser la muleta del PSOE o llegar a un ridículo 12% de los votos, que eso era cosa de izquierdistas tristes, aunque ahora las encuestas den porcentajes todavía más bajos o se aspire tan sólo a cogobernar con los socialistas allá donde se pueda. Porque bueno, todo el mundo sabe que la realidad es una cosa y la teoría otra, y por eso se acabó con lo de los topes salariales máximos en la organización, que los chalets, ya se sabe, no se pagan solos.

Y ahora, años después del experimento que vino a revolucionar la izquierda española sea tal vez hora de preguntarse qué queda de aquel proyecto que nos vendieron, y sobre todo, de pensar y reflexionar en qué situación estamos ahora, con una ultraderecha creciente y una izquierda menguante en lo electoral y en lo organizativo, y que sigue perdiendo influencia en la calle mientras su ideología es contaminada por discursos de la posmodernidad surgidos de las élites universitarias norteamericanas. Una izquierda cobarde y derrotada, y que ya no aspira a ir más allá de lo que pudo haber logrado José Luis Rodríguez Zapatero en su momento, aquel al que muchos jamás votamos porque teníamos un sueño a la izquierda del PSOE. Un sueño que ahora nos dicen que no es posible.

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