Sobre la República que nos robaron y la que nos queda por construir

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El presente artículo forma parte del especial que lanza El Común en conmemoración del 90 aniversario de la proclamación de la II República Española, proyecto referente de la izquierda transformadora de este país, que sigue aspirando a un régimen de democracia plena casi un siglo después de aquella experiencia.

Esta semana se han cumplido noventa años desde la proclamación de la II República. Es un número redondo, no tanto como un centenario desde luego, pero lo suficientemente importante como para que esto hubiese sonado y mucho en tertulias, publicaciones y actividades, que aunque han existido, la verdad es que este aniversario ha quedado un tanto deslucido. Las razones de ello serán muchas, y no es mi objetivo aquí divagar sobre ellas, sino tan sólo apuntar un par de cuestiones. La primera es subrayar una verdad incómoda para los cientos de miles de republicanos y republicanas que existimos en este país: Somos minoría. Y ni encuestas de dudosa fiabilidad, como tampoco tener la razón, cambian sustancialmente el que los que aspiramos a un cambio social en positivo -en el caso en que se diese la poco probable situación de que el régimen del 78 se hundiese de repente-, tendríamos una correlación de fuerzas a favor como para que la cosa fuese a mejor.

Lo segundo que quería yo advertir con este humilde artículo es que si queremos algún día cambiar esto, tendremos que mirar atrás para comprender lo ocurrido con la II República. Y es que, como nada nuevo hay bajo el Sol, el aniversario ha traído consigo un repetido debate sobre la viabilidad del fracasado proyecto republicano, repitiéndose hasta la saciedad para crear un pensamiento hegemónico, que aquello no fue posible porque sencillamente una república no funciona. Y así, confundiendo interesadamente causas y efectos, se señala la conflictividad social y la inestabilidad política, que en efecto caracterizaron al periodo, como si esto fuese intrínseco a un sistema condenado a fracasar por sus propias contradicciones, obviando el contexto y las causas que hicieron que la República cayese, entre las que destaca sin lugar a dudas un golpe promovido por la oligarquía y ejecutado por los militares en una historia que no es original ni en España ni en otros países.

Pero si no queremos caer en un anacronismo grosero, lo que tocaría es contextualizar el periodo republicano en un momento convulso, en medio de una crisis mundial y con una lucha de clases abierta que se expresaba en estallidos sociales, no sólo en España, ya que de hecho las oligarquías hicieron crecer en esos años como la espuma al movimiento nazifascista en Europa como freno al movimiento obrero creciente. Un movimiento obrero que tenía un referente al que aspirar, y que tenía en la Unión Soviética a un país con un modelo de estado que hacía temblar a los poderes económicos de todo el planeta.

En España, a ese contexto internacional había que añadirle la descomposición del sistema de la restauración que había sostenido la oligarquía durante décadas de manera artificial con el apoyo de caciques y falseamientos electorales. Una oligarquía que ya el 14 de abril, y a pesar del exilio del rey, empezó a conspirar para derribar el nuevo sistema. Esa España adolecía de graves problemas estructurales, y se situaba en evidente atraso económico, teniendo además desequilibrios regionales (norte-sur y campo-ciudad), nacionalismos periféricos, problemas sociales, pobreza, analfabetismo… que convertían al país en una bomba de relojería a punto de estallar, y que tenía que superar en un solo proceso revolucionario lo que ya hicieron ingleses en el siglo XVII, franceses en el XVIII y rusos en el XX. Una transformación  ideológica, social y económica total, y todo eso con una oligarquía nacional en contra y un contexto internacional desfavorable.

Pero aun así, y con todos sus errores, la República no cayó, sino que la tiraron. Y la tiraron después de un largo proceso de conspiraciones que se fraguaron desde círculos políticos, económicos y militares que veían peligrar con ella sus privilegios centenarios. Lamentablemente estos no fueron los únicos responsables, porque a la República la tiraron del mismo modo las propias fuerzas republicanas que desoyeron los ruidos de sables, y que por miedo a la clase trabajadora no fueron capaces de implementar medidas más drásticas para frenar a la reacción. Por si esto no fuera suficiente, a la República le terminaron de dar la puntilla las potencias extranjeras nazifascistas que intervinieron en España, pero también las llamadas democracias liberales que lo permitieron, abandonando a su suerte a una de las democracias más avanzadas del mundo por temor a molestar a Hitler.

Por eso, mirar atrás hacia la experiencia republicana sin ser capaces de ver sus errores, limitándonos a intentar ganar moralmente una guerra que al final perdimos, hace poco por la construcción de un nuevo modelo de país. Nuestra obligación como republicanos no es esa, sino estudiar lo ocurrido, y analizar el pasado para construir el futuro, extrayendo las valiosas enseñanzas que nos legaron aquellos que nos precedieron, una de las cuales, la más importante sin duda, es aquella que ya apuntó el revolucionario francés, Louis de Saint-Just la de que «aquellos que hacen revoluciones a medias, no hacen más que cavar sus propias tumbas.»

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