Sobre Yolanda Díaz, Maquiavelo y la izquierda derrotada

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Llevamos semanas asistiendo a un espectáculo sin claros precedentes en nuestra reciente política patria. Y todo a cuenta de aquella Reforma Laboral que nos coló Mariano Rajoy en 2012, la misma que desde su aprobación toda la izquierda se comprometió a derogar en caso de que tuviesen la mínima oportunidad. Y es que la dichosa Reforma tenía tela. La derecha la defendió como un instrumento necesario para «acabar con la rigidez del mercado de trabajo», algo que traducido al lenguaje normal viene a ser simplemente abaratar y facilitar lo máximo posible el despido en un país que sufre un problema crónico de desempleo.

El caso es que la izquierda parlamentaria hace ya unos añitos que llegó a la Moncloa, y como suele ocurrir, de aquello de derogar, pues nada de nada. Y a pesar de todas las promesas electorales y del acuerdo de Gobierno de progreso, la derogación de la Reforma parecía estar durmiendo el sueño de los justos, esperándose, tal vez, a que la gente se olvidase de aquellas nimiedades que ya no importan, pues al fin y al cabo nos hemos acostumbrado a la precariedad de todas formas.

Pero justo cuando pocos esperaban algo ya, de repente y sin aviso resucita la cosa. Y al Lázaro que empieza a andar lo dirige nada menos que la política mejor valorada por las encuestas, la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que en medio de un nuevo proyecto para recomponer la izquierda a la izquierda del PSOE, va y rescata una vieja reivindicación, poniendo contra la espada y la pared a su socio de Gobierno y ganándose los halagos del sindicalismo de clase, de sus propias bases y de algún que otro ex dirigente de izquierdas al que se le atragantó el podemismo en su momento. Redondo todo, oiga.

Lo que sucedía en realidad no era difícil de explicar, ya que Díaz (que es más de Maquiavelo que de Carlos Marx, por mucho que la derecha se  empeñe en colgarle cuernos y rabo), tan sólo aprovechaba hábilmente la oportunidad histórica que le brindaba la Reforma olvidada para un beneficio indudable para su carrera, y que – en el caso de salir bien- podría servirle para aglutinar a las izquierdas en un objetivo común, diferenciarse del PSOE, alejarse del estereotipo de izquierda domesticada e institucional y, sobre todo, dar oxígeno a la izquierda alternativa ante el previsible hundimiento total de Podemos. Y todo esto quedando ella misma de referente, ¿Alguien da más?

Yolanda Díaz, que duda cabe, es inteligente y muy hábil en esto de la realpolitik. Y sabe medir los tiempos, diferenciar realidades y deseos, además de que es de las pocas personas capaces de ver la realidad fuera de la burbuja en la que otros altos cargos de Unidas Podemos viven, entre pelotas y aduladores varios que solo tienen como misión endiosar a los jefes que les aseguran sus abultadas nóminas. Por eso mismo, ella es diferente. Y mientras sus limitadas compañeras de Podemos se empeñan en priorizar como objetivos la última moda surgida de las universidades elitistas norteamericanas, ella centra su discurso siempre en lo material, que es lo que al final importa a la gente.

Y por todo esto reapareció de nuevo el tema de la Reforma. Y en el SOE (que tampoco son tontos), fueron y les respondieron que sí, que era lo justo y que ellos lo dijeron primero. Y como sabían lo que se jugaban con una Yolanda Díaz que encima cae bien a sus propios votantes, decidieron pelearse por la paternidad de la iniciativa hasta que llegó la aguafiestas de Natalia Calviño para recordar que somos una colonia en la práctica y que en Europa estas cosas no iban a gustar. Desde ese momento en el PSOE todo fueron contradicciones bochornosas, y que si que sí que si que no, mientras enfrente Yolanda sonreía manteniéndose firme en su postura. La victoria parecía que iba a ser épica…pero no fue así. Porque justo cuando algunos pensaban que los socialistas iban a dar su brazo a torcer, la propia Díaz despertó a la verdad cual San Pablo al caerse del caballo, y va y reconoce que la Reforma no es posible «técnicamente» de derogar, asegurando (eso sí) que la modificarán, pero sin tocar la cuestión del despido. Vamos, que básicamente mantendrán la parte que más consecuencias negativas para la clase trabajadora ha tenido y tiene la maldita Reforma.

Los responsables de redes del partido ya han sacado su argumentario, y todo apunta a que van a justificar su éxito en un debate semántico sobre si lo que se va a hacer es o no derogar la Reforma. Pero no se engañen como uno de esos trolls acríticos que inundan Twitter, porque el sentido de la Reforma se va a quedar. Y lo va a hacer ante el silencio de sindicatos y las carcajadas de la patronal; y lo hará también mientras, una vez más, la izquierda domesticada nos vuelve a decir que lo negro es blanco y lo blanco, negro. Y en definitiva nos volverán a marcar un gol, porque ya ni portero tenemos siquiera, incapaces como somos de ilusionar en esta izquierda de perdedores que ha asumido el discurso del enemigo y reconoce que no es posible el cambio.

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