Militancia en tiempos de posmodernidad

1

Ayer, poniendo orden entre unas fotografías que tenía casi perdidas por ahí y que me había comprometido hace ya años a clasificar, me reencontré con una muy curiosa. Era una imagen tomada en un teatro de Sevilla durante las elecciones generales de 2015 en la que aparecía junto a Alberto Garzón en el cierre de un mitin al que había acudido tanta gente que casi había más personas fuera que dentro del enorme local. En esas elecciones, yo era candidato al Senado en unos comicios en los que los medios nos habían dado por muertos ante la irrupción de Podemos, pero lejos de rendirnos ante lo que todos nos decían que estaba claro, la militancia reaccionó en campaña como nunca había visto hasta entonces. Y eso que fui miembro de la organización durante más de dos décadas.

En aquella campaña Garzón se daba baños de masa allá donde iba y los candidatos de las provincias llenábamos espacios en cada acto. La militancia, salía día sí y día también, a pegar carteles y, al menos en Sevilla, fue la primera vez que tuvimos apoderados e interventores de sobra en la jornada electoral. Salíamos a darlo todo porque sabíamos que no eramos UpyD o cualquier otro partido-invento del sistema que se podía caer a la mínima adversidad como ahora parece que le va a pasar también a Ciudadanos. No. Nosotros eramos distintos, ya que nuestra actividad superaba con creces lo meramente electoral y además nuestro mayor capital no eran los votos sino la militancia, una militancia que no iba a irse a casa aunque nos quedásemos sin diputados en el Congreso.

Y es que, humildes en votos seríamos, pero teníamos una estructura organizativa que podía ser la envidia de cualquier otro partido, y que cuando era necesario sabía ponerse en marcha para influir en la política nacional desde fuera del Parlamento, con cuadros preparados para movilizar y que estaban detrás de la organización de las huelgas, manifestaciones y protestas más importantes de la Historia reciente de nuestro país, desde las grandes movilizaciones contra la Guerra de Irak o la OTAN, hasta las huelgas generales. Las que se ganaron y las que se perdieron.

Hoy la cosa ha cambiado y mucho, y ahora somos unos cuantos miles de ex militantes los que no formamos parte ya de la organización, que parece haber apostado por un concepto nuevo de participación en la política alejado de las rancias estructuras de los partidos tradicionales. Para afirmar esto no les hablo de mi experiencia personal sino de estadística pura y dura, que ya saben ustedes que las matemáticas no fallan, y estas nos dicen que sólo desde la última asamblea, Izquierda Unida ha pasado de tener un censo de 22.000 afiliados a 18.000, con una presencia cada vez menor en la calle y los movimientos de masas, aunque eso sí, con un ministro que nos recomienda cada día la fruta de temporada en el Gobierno “más progresista de la Historia”.

Pero no piensen por mi mala leche que pretendo señalar con esta reflexión a la dirección de Izquierda Unida, pues ni mucho menos. Ellos han optado por otro modelo y han cumplido a la perfección su objetivo, así que nada hay que reprochar, menos por parte de alguien que como yo no forma parte del partido. Mi crítica va mucho más allá de los Garzón de turno, ya que este modelo de partido no necesita militancia sino influencers, y apuesta por sustituir el trabajo en la calle por los tuits, la agitación colectiva por los personalismos, y la elaboración -también colectiva- de la línea política por la ocurrencia de tal o cual dirigente, que ya no es la representación del pensamiento reflexivo de la militancia, sino un famoso rodeado de palmeros dispuestos a justificar cualquier cosa que diga, incluso aunque ayer hubiera dicho blanco y hoy negro.

Porque la deriva hacia este modelo de militancia no va de Garzones, ni Yolandas, ni Irenes, ni Pablos, ya que este problema hunde sus raíces en lo más hondo de la crisis actual de la izquierda, que no es otro que la adopción como propios de algunos de los principios que definen a la posmodernidad. Una posmodernidad que ha entrado con fuerza en la izquierda occidental desde las universidades anglosajonas, y que apuesta por la descomposición de lo colectivo en favor de un individualismo narcisista en el que la comunidad es sustituida por un conjunto de individualidades atomizantes y que tienen su reflejo en lo ideológico, pero también en lo organizativo.

Así, las viejas estructuras organizativas asentadas en la militancia que nos dijeron que no servían, han ido poco a poco despareciendo por una novedosa idea de organización que nos prometieron asaltaría los cielos. Pero no ha sido así, y de hecho, ahora la realidad que se está configurando parece indicarnos justamente lo contrario. Porque la nueva y genial manera de organizarse ahora es tan débil que difícilmente lograría sobrevivir de un revés electoral como el que, muy probablemente, se avecine. Si eso ocurre, cabría preguntarse qué pasará en España con la izquierda a la izquierda del PSOE, contaminada ya en todo por las modas de la posmodernidad, pero que todavía resiste en núcleos y asambleas de base en todo el país. Desde luego que de no ser por lo trágico, me atrevería a decir que será fascinante descubrirlo.

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.