Feliz año nuevo y bienvenidos a la tercera ola

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Los expertos lo advertían. Aunque tampoco es que hiciera falta ser epidemiólogo para darse cuenta, ya que cualquiera que haya prestado atención a la evolución de esta pandemia podía sospecharlo. Pero las autoridades no quisieron verlo porque el objetivo era salvar la Navidad y todos los beneficios económicos que ella conlleva. Calles llenas de gente que no respetaba las distancias de seguridad en nuestras grandes ciudades tampoco sirvieron para dar la voz de alarma, y ahora la tercera ola es inminente. Y sus miles de muertos también.

Y es que todos los indicadores nos llevan a la tragedia. La incidencia del COVID aumenta, la presión hospitalaria también, y todo esto ocurre mientras que paradójicamente el gobierno y la sociedad relajan las medidas de prevención, tal vez por hartazgo, tal vez por el espejismo del inicio de la inmunización que prometen las primeras vacunas, o tal vez por meros intereses económicos que, como siempre, beneficiarán a unos mucho más que a otros.

Y de nuevo hemos antepuesto el interés personal al beneficio colectivo y no hemos sabido parar. Como tampoco hemos querido aprender del éxito de China en el control de la pandemia, imitando a un país que pasó su fiesta más importante -el Año Nuevo chino- cerrado a cal y canto y que gracias a ello ahora disfruta de la tranquilidad que nosotros tardaremos años en recuperar. Será que salvar a su gente es cosa de malvadas dictaduras y nuestra libertad individual está por encima de todo, ¿No?

Pero miren el precio de esa supuesta libertad convertida en una pesadilla repetida en la que los cadáveres volverán a apilarse en mortuorios desbordados, y quién sabe si incluso nos veremos obligados a volver a un nuevo confinamiento total. Y mientras tanto, nuestros políticos, de todo color o signo, volverán a lanzarse acusaciones los unos a los otros por un desastre que es responsabilidad de todos, pero sobre de un estado débil y decadente incapaz de hacer frente a una crisis que se llevará otra vez por delante la vida de miles de inocentes que han tenido la mala suerte de vivir estos tiempos ridículos en los que subordinar intereses individuales al colectivo aparenta ser signo de progreso.

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