Érase una vez en… España

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En los márgenes de lo que deberíamos admitir en un representante político está que se enorgullezca de su ignorancia y nos lo haga saber al resto. No puedo pensar otra cosa cuando veo a niños bien como Pablo Gómez Perpinyà, representante de Más Errejón —cuando lo que necesitamos es menos— dar lecciones de Historia en la Asamblea de Madrid por haber consumido una serie de HBO, con tono altivo e intentando dejar en mal lugar a Díaz Ayuso. Es tan torpe, que una pésima comunicadora como Díaz Ayuso le barre en la siguiente intervención. La conclusión del sainete es que hemos visto como dos púgiles, aparentemente enfrentados, acaban alimentando la leyenda negra en la URSS. Es lógico, ninguno de los dos hubiese llegado tan lejos en ella siendo tan poca cosa.

Pero esta actuación penosa del tal Pablo Gómez se corresponde con una actitud demasiado frecuente en los últimos tiempos, y que tuvo como cinta inaugural a Pablo Iglesias regalando la colección de otra producción de HBO a Felipe VI (la representatividad del republicanismo en España ha caído en pésimas manos), las excusas que luego presentó ante el numerito fueron que identificaba a su formación con uno de los personajes de Juego de Tronos porque, cito textualmente, son «ese elemento que desde el exterior está desafiando la articulación del poder».

No negaré que me produce cierta vergüenza ajena rememorar estos episodios que la izquierda caniche se está empeñando en convertir en habituales y heroicos, cuando no son más que una muestra perfecta de decrepitud, propiciada por la renuncia continua a referentes históricos reales, por ese miedo que quienes cobardean en su ocupación de la dirigencia del bloque de izquierdas tienen de que les cataloguen como “comunistas” o “revolucionarios”.

Ahora bien, ni siquiera el ridículo que tales actos constituyen son el verdadero problema de fondo. El problema de estas muestras es que evidencian una cosa: van descubriendo la Historia a medida que las millonarias plataformas audiovisuales estadounidenses la van contando y, por supuesto, la cuentan con el mismo componente de propaganda ideológica que estas productoras deciden contarlo. Es decir: siempre con el comunismo como mayor antagonista.

Mientras la izquierda se siga viendo representada por estos dirigentes creados en los laboratorios políticos de imagen de los grandes grupos de comunicación, no veremos una transformación política, social, económica y cultural socialista hasta que Netflix no se decida a producir una serie que abogue por ello y convenza a los Pablos y a los Errejones. Haré un spoiler a quienes lean el artículo: nunca existirá tal serie.

Quién sabe, quizá estos chicos impresionables, ahora alucinados con la propaganda anticomunista, el siglo pasado hubiesen ido a combatir contra el Vietcong si hubiesen ido a ver Rambo en el cine.

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