Golpear la democracia

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No soy la persona más autorizada para hablar de democracia porque, aunque creo que nuestra participación en sus instituciones es útil para nuestra causa, mi militancia es mi causa y los medios que podemos emplear en determinados contextos para alcanzarla pueden variar y, por tanto, la democracia podría pasar a ser un instrumento coyuntural o una nadería prescindible.

Cuando hablo de democracia hablo de la nuestra, la única que consideramos legítima en los regímenes capitalistas, sobre la que dijo Galeano que “el voto impone y el capital dispone”. Es quizá ese el punto que más rechazo me genere de nuestra democracia: la superioridad moral que ha situado a todo el mundo capitalista sobre una atalaya moral en la que, por suerte o por desgracia, cada vez nos vemos más ridículos.

Esta democracia es tan sumamente decorativa que hace unas semanas los medios anunciaban el acabose y los diputados sentados a la izquierda en el Parlamento patalearon muy fuerte porque el Tribunal Constitucional había dado un golpe de Estado y, si pretendían dar un golpe de efecto con semejante banalización del lenguaje, lo que consiguieron es que no pudiésemos albergar más indiferencia sobre la cuestión.

No sugiero que el bloqueo del Tribunal Constitucional esté bien, sea deseable o nos tenga que dar igual, sino que la conciencia, absolutamente nada formada, de la población intuyó que, a pesar de que las instituciones democráticas estaban siendo golpeadas, tampoco lo íbamos a notar mucho. Es una apatía muy bien sembrada, aquí tienen sus frutos.

Si los diputados sentados a la izquierda en el Parlamento pueden permitirse el lujo de inflamar el lenguaje para hablar de golpe de Estado en un escenario en el que las instituciones democráticas hacen uso de sus propios resortes legales para demostrar sobre cuanto barro se cimienta la atalaya sobre la que nos hemos situado, ¿por qué no podrán hacer lo propio los señores sentados a la derecha?

Así pues, no descartemos que en España tengamos un escenario como el vivido en Brasil, antes en Estados Unidos, en el que las instituciones democráticas se asaltan porque sobre ellas se establece el control de “los enemigos de la democracia”. Y aquí vamos deshojando la lógica endiablada en la que nos han introducido, con una compleja salida, los capitostes de la izquierda en España.

Si antes hablábamos de una conciencia intuitiva que generaba bastante desidia sobre el día a día de la política institucional por parte de un sector de la población (para nada desdeñable, a los porcentajes abstencionistas me remito) ahora podemos hablar de un sector de la población que, también intuitivamente, está dispuesto a asaltar las instituciones de la democracia cuando sientan que éstas pueden dejar de representar sus intereses de clase. Por supuesto, entre ellos habrá muchos tontos útiles aterrados por la llegada de comunistas, que no lo son, a las instituciones, temerosos de que les puedan expropiar sus propiedades mientras a su vecina del quinto la desahucia una entidad bancaria.

Y en realidad no les falta razón, a estos señores representados por una derecha conservadora que se abre paso en todo el mundo, para defender con uñas y dientes, incluso para tomar por asalto, las instituciones que están perfectamente pertrechadas para servir a sus intereses de clase. El error que cometen es presentarse a la lid en ausencia de enemigo. No hablo del caso de Brasil, cuyos vericuetos políticos no conozco lo suficiente, sino de EEUU y, especialmente, del temor que ahora se infunde a que estas revueltas lleguen a España de la mano de VOX.

Es algo que debemos tener claro, los comunistas, que si en algún momento asaltamos el poder real en cualquier sociedad en la que ocurra, la burguesía presentará batalla con todos los instrumentos de que disponga y con la mayor violencia posible. Lo asumo, como creo firmemente que la clase trabajadora deberá expresarse con mayor violencia cuando consiga asaltar el poder, para reprimir y ahogar a quienes intenten comprometer la mayor expresión de la defensa de sus intereses.

Por eso, no puedo evitar indignarme cuando, al calor del asalto institucional en Brasil, no hay una sola voz en la política española capaz de defender la posición del tablero de la clase trabajadora y, frente a la violencia de los manifestantes de la derecha conservadora defendiendo los intereses de la burguesía, lo mejor que podemos ofrecer es la defensa férrea de las instituciones que sirven a los mismos intereses. Para que sirva de ejemplo, Verónica Fumanal se sentía dichosa en una tertulia de la SER porque la UE es una garantía de que nunca ocurrirá lo que ha pasado en Brasil. Lástima que no se escuchen con mis oídos para darse cuenta de lo ridículos que suenan.  

Sé que no es el momento y que esto no pasa de ser un escrito con una idea marginal hoy, pero el problema no es golpear esta democracia, sino quién lo hace.

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