Descomposición en la sociedad totalitaria de consumo

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Vivimos un proceso de descomposición, el culmen de una transición desde una España que conservaba ciertas tradiciones mientras se sumergía en la variedad ofrecida por la totalitaria sociedad de consumo que, situándonos en el máximo esplendor del globalismo liberal, está mostrando lo que la misma comporta a nivel de corrupción de comportamiento para el conjunto de la  clase trabajadora, indefensa ante las ofensivas culturales y propagandísticas magnificadas gracias a las redes sociales, entre otras cosas.

Ninguna de estas parcelas que he enumerado suponen un problema por sí mismas – ¡Sí lo es la sociedad de consumo! -: redes sociales, fin de la tradición, variedad y diversidad… pero el conjunto de ingredientes ha sido dispuesto en su vertiente capitalista-liberal en una dirección muy clara: depauperar a la clase trabajadora (no es el objetivo per se, pero sí el medio para conseguir el objetivo) dinamitando las relaciones que componían la vida cotidiana de sociedades enteras. Así, la familia tal y como la conocemos no está amenazada porque una élite haya decidido abolirla en nombre del marxismo, sino porque el mercado laboral no ofrece alternativa a la precariedad y, con ella, la imposibilidad de construir un proyecto vital compartido. Nadie quiere traer al mundo a una criatura que no tiene garantías de poder alimentar. El capitalismo ha destruido las bases sobre las que se asienta la familia tradicional.

Insisto: no hay ninguna agenda marxista decidida a que la familia sea abolida y de los deshechos de esa descomposición surjan individualidades que no responden a la moralidad anterior y hacen bandera con sus elementos más íntimos e incluso con su propia identidad, al margen de la materialidad colectiva y compartida. Nada de eso ocurre en nombre del marxismo; ocurre porque el capital necesita que la clase trabajadora tenga el germen del elemento que la divide, mimetizándola con causas que, a priori, podrían ser perfectamente asumibles. De esparcir ese germen entre la clase trabajadora, confundiendo en ella el orden de prioridades que su acción (¡Nuestra acción!) debería llevar a cabo se encargan las cúpulas de las llamadas organizaciones de clase – incluso aquellas que se dicen comunistas – y frente a ese monstruo, que aún tiene más cabezas, todos podemos entender la dificultad organizativa que entraña para el conjunto de elementos, conscientes de la gravedad de los hechos ante la que nos encontramos, enfrentar a la bestia descrita, máxime cuando ni siquiera podemos hablar de «conjunto» entre esos elementos conscientes, sino de individuos que formamos parte de pequeños grupos trabajando en un sentido más o menos contrario a la tendencia general sin un horizonte común demasiado claro.

Pero el problema tiene una capa más todavía y es la propia politización que roza en el ridículo. La salsa rosa en la que vivimos ata de pies y manos a aquellos que creen que tomando partido por uno u otro personaje mediático están enfrentando al que de manera primaria y totalmente intuitiva consideran el enemigo.

El caso más reciente y flagrante de ese posicionamiento banal es el escándalo que ha salpicado al que fue Ministro de Transportes del actual Presidente del Gobierno y que parecía apuntar a diferentes personajes que formaban parte del Consejo de Ministros y de las altas esferas del partido en el Gobierno, sin olvidar que en aquellos días había un testigo silencioso de todo ello llamado Unidas Podemos compartiendo mesa y mantel con el PSOE. No eximo a Sumar de su rol de testigo puesto que es la misma cosa que Unidas Podemos, pero todavía más cursi e igual de útil para los intereses del PSOE. Por no desviarnos del sendero argumentativo: la respuesta al latrocinio llevado a cabo mientras las muertes diarias por COVID estaban en la cresta de la ola y asumíamos medidas de excepción que, efectivamente, cercenaban nuestras libertades de todo tipo de un modo intolerable en cualquier otra situación, la respuesta – como digo – no ha sido otra que contratacar contra la cabeza argumental de los peores fantasmas de este Gobierno desde el lado liberal: Isabel Díaz Ayuso. Ha quedado demostrado que no sólo su discurso es veneno cuando se asume por parte de cualquier trabajador, sino que además ha sido tan pulcra en el ejercicio de su cargo como lo han sido Ábalos o el tal Koldo. La conclusión lógica de esta sucesión de hechos que, si bien he resumido, ni he exagerado ni he alterado demasiado en pro de la narración, podría ser que en las instituciones está transversalizada la corrupción como método de funcionamiento para que aquellos situados en una posición de poder privilegiada puedan seguir amasando fortuna. Lejos de eso, a mayor gloria de gobiernos de progreso o de resistencias patrioteras autonómicas, todos han decidido no apuntar al lado que más les interesa en cada caso.

Así, en lugar de tratar de llevar un ligero análisis de la realidad que nos permita concluir correctamente, nos hemos adherido al equipo de Ayuso o al equipo de Sánchez. ¿Es esto política o es salsa rosa?

Y esta es la otra capa que hay que señalar: no es la aparición de las nuevas tecnologías, sino la forma en la que las terminales mediáticas las han utilizado para subvertir las formas tradicionales de conversación pública, de organización política y de debate, también de consumir noticias (consumir) y darles pasaporte, el modo de comunicar escogido para que la clase trabajadora consuma, sin tiempo para la digestión, todos los hechos relevantes (que no son tantos si se cuentan bien) que ocurren a lo largo del día… No hay mejor forma de aturdir el pensamiento crítico que saturando sus capacidades. Si hablásemos en términos informáticos, tendríamos que encontrar la forma de defendernos de un ataques DDoS (ataque de denegación de servicio distribuido), de las grandes terminales mediáticas, en las que hemos de incluir a las gigantes multinacionales como META o X/Twitter. Que las mencionadas organizaciones de clase no hayan estado prevenidas ante todo esto es indicativo de que no ha nacido un nuevo problema, sino que ha estallado un problema que debería haberse detectado hace, al menos, dos décadas.

Es extremadamente complicado resumir en un artículo de opinión como el actual, sin más valor que el otorgado por quien decida perder cinco minutos en leerlo y otros cinco en reflexionarlo, cómo hacer frente a tal madeja: corrupción del pensamiento crítico, distorsión de la realidad en el seno de las organizaciones de clase, aturdimiento mediático generalizado… pero todo ello nos puede permitir entender cómo ya hay generaciones sin referencias anteriores que ante el escenario descrito se adscriben, entienden y comparten que el mundo es como es porque una élite marxistizada ha decidido acabar con una vida feliz que ocurrió en un tiempo remoto, en un país que existe, pero ya no se parece mucho, queriendo hacer retroceder la rueda de la Historia buscando soluciones idílicas venidas de la mano de los hijos de un reducto de la burguesía que vivía mejor en ese tiempo remoto y no está satisfecha con la transformación del capitalismo en su fase globalizada y de dictadura del consumo, pero en ningún caso debería sumarse a dicho movimiento quien no puede estar satisfecho en este momento histórico y, sin duda, tampoco lo estará en ese escenario posible en el que la rueda retroceda.

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