El nuevo papel de la prensa

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El titular, vaya de antemano, es algo tramposo: el papel de la prensa es el que se viene denunciando tradicionalmente, no sólo desde el campo marxista de pensamiento y acción, sino desde ámbitos más heterodoxos que estudian su desarrollo y tratan —torpemente— de encontrar el equilibrio entre la libertad de prensa y la propiedad de ésta. Lo anticipo: bajo la propiedad privada de los medios, la tendencia es también monopolista, desplazando a pequeños medios —quizá menos sujetos a condicionantes de lealtad económica— a los márgenes de la información y privando, en consecuencia, de la accesibilidad a estos a la gran masa.

Nueva es la magnitud que ha adquirido el papel mediático en este periodo histórico que nos ha tocado vivir —también padecer— en el que no sólo el desarrollo técnico de las herramientas permite la conectividad con noticias al instante en todo el mundo, sino que esto supone la construcción de una realidad sin que el espectador tenga capacidad de reaccionar ni asimilar los hechos.

Pero no es tanto el desarrollo acelerado del campo técnico como la precipitación de la historia en eventos como la pandemia o la actual guerra en Ucrania (un conflicto ya mundial, aunque con intervención bélica limitada por parte de todos los contendientes excepto, claro está, Rusia y Ucrania) los que han dado paso a la necesidad de que los tentáculos mediáticos operen de manera más intensiva y con una eficacia mayor.

El efecto de la prensa es totalizador en tanto en cuanto ha conseguido ir dinamitando uno a uno cualquier reducto de pensamiento crítico que dé respuesta al relato oficial ante cualquier gran situación como las ya mencionadas.

Las operaciones a gran escala para ello son las que conocemos y venimos denunciando desde hace años: la elección de personajes con algunas capacidades políticas (en el peor sentido de la palabra), la alimentación mediática del ego y la posterior cruzada de este personaje contra lo previamente establecido para la imposición de su figura como líder útil frente a la víctima mediática de turno, desarticulada y atada de pies y manos. La superioridad del que triunfa se culmina con un intento de asociación de los escépticos con ese modus operandi con los enemigos tradicionales de la izquierda «si no me apoyas, estás con el enemigo» ¿Hay diferencia cuando no hay más que enemigos ocupando determinados frentes?

Las operaciones a pequeña escala tienen más que ver con la torpeza propia de los elementos conscientes que con las virtudes de la maquinaria del enemigo. En un momento de guerra, como decimos, en el plano bélico entre dos países europeos en la que nuestro país ha tomado parte, los marxistas que podrían aprovechar el uso de las redes sociales para potenciar su mensaje contra la OTAN y denunciar, analizando la situación, todos los elementos que han llevado a este punto de la historia, en lugar de eso – decíamos – las redes están sirviendo para que se abandonen posicionamientos contra la OTAN, haya lugar al relativismo extremo y éste se convierta en una postura válida, llegando a la indefinición propia y al avance de posturas del adversario, quien sí lo tiene muy claro.

Es un problema formativo y de conciencia que esto suceda, sí, pero también tiene que ver con cómo las nuevas tecnologías han potenciado las individualidades y, por tanto, han dado paso a que cada batalla ideológica no tenga como resultado una postura común adoptada democráticamente en el seno de una organización, sino que la libertad pase por el fuego amigo para tratar de imponer una visión X de la situación a golpe de ingenio. En parte, quienes forman parte de ese derramamiento de sangre amigo que podemos ver cada día en redes como Twitter son también víctimas de una maquinaria muy superior de lo que la frágil organización y conciencia de los comunistas en España puede soportar.

Y de este modo vemos cómo se desarticula, por un lado, las posiciones defendidas tradicionalmente por el marxismo español desde las instituciones; por otro lado, la capacidad de la base de rearmar esta posición desde otros ámbitos. Hablo del campo de la movilización social, hoy desarticulada (en el mejor de los casos) o auspiciada por la derecha.

Este efecto devastador entre elementos conscientes de la clase trabajadora se ve agravado más si cabe en el seno de la sociedad.

Así, vemos como una encuesta llevada a cabo por el CIS aseguraba el otro día que más del 50% de los españoles apoyaría la intervención militar de la OTAN en el conflicto si Rusia no se retira de Ucrania. Este es el máximo exponente de la tragedia social en la que nos está sumiendo la prensa: la mayoría de los españoles están dispuestos a morir en una catástrofe nuclear defendiendo los intereses imperiales de los anglosajones. Lo grave del asunto es que no es una posición meditada (¡evidentemente!) sino una expresión social de la propaganda mediática con la que nos llevan contaminando años, acentuada en los últimos dos meses. La mayoría de la sociedad desconoce qué implicaciones tendría la intervención militar de la OTAN en Ucrania y es casi seguro que se cree que esa sería la mejor forma de conseguir la paz y que, de una manera instintiva, sea la paz lo que realmente se quiera. Volvemos a lo que los medios, en toda su amplitud, han conseguido: la gente ya no se manifiesta contra la guerra como lo hizo para denunciar a Aznar y al imperio norteamericano cuando se invadió Irak, se pronuncia a favor de hacer la guerra para conseguir la paz.

Podemos ver, en consecuencia, que lejos de lo que cabría esperar de su papel, la prensa no está fiscalizando al poder (más preocupada de los oligarcas de allá que de los de acá), no está cuestionando el relato que imponen las instituciones, no está siquiera promoviendo valores democráticos, si es que existen tales valores. Estas son algunas de las premisas que ingenuamente se infunden entre los estudiantes de periodismo acerca del papel mediático.

La realidad es que se están reproduciendo los mensajes, sin ningún tipo de filtro, que lanzan el pentágono o los gerifaltes de la Unión Europea como los Borrell o los Von der Leyen. Y la otra realidad es que estos mensajes se imponen como verdad y la duda para con ellos se estigmatiza como “propaganda rusa”. Por tanto, sólo tenemos dos opciones: o asumir y reproducir la verdad mediática o ser propagandistas al servicio del Kremlin. No se me ocurre un modo mejor y más eficaz de mandar a la clandestinidad (de momento de manera figurada) a todo el que tiene una visión crítica, asociada a un sector político concreto, sin que el poder político se tenga que manchar las manos y todo se haga en nombre de la democracia y la libertad.

Esta guerra ha ido más allá del conflicto bélico y se ha escalado al plano político en el seno de los estados miembro de la UE. Especialmente grave es la censura de medios, una violación de nuestros derechos y libertades fundamentales, llevada a cabo en nombre precisamente de esas libertades.

Debo mencionar también como se ha evidenciado que incluso en el plano laboral ha tenido una afectación el carácter antidemocrático de la prensa: periodistas como Daniel Bernabé han tenido que decidir si servían a PRISA o a RT porque PRISA no contemplaba la posibilidad de que sirviese a ambas. Hemos normalizado que un compatriota periodista, Pablo González, se encuentre detenido en Polonia bajo la absurda acusación de ser un espía ruso y que lejos de ver la solidaridad de sus colegas de profesión se está encontrando acusaciones que respaldan el señalamiento polaco contra su persona, incluso algunos de esos colegas (como el fatídicamente célebre Hibai) han retirado el apoyo que le habían brindado en redes. Tenemos individuos que para ganarse el pan tienen que guardar lealtad política. Otro ejemplo es el del tenista Medvedev, quien para participar en torneos internacionales tendrá que renegar de Putin. Es de esperar que esta normalización de tener que posicionarse políticamente para poder trabajar se extienda a ámbitos más mundanos y a profesiones más comunes.

Pero yendo todavía más allá, alejándonos del papel mediático, estamos ante un escenario inimaginable hace no tanto. El papel de la soberanía de nuestro país dentro de la UE ha sido siempre limitado, pero al menos se había tratado de mantener las apariencias. Cuando esto no ocurría la respuesta social y política era rotunda (recordemos el ¡NO A LA TROIKA!).

Hoy el papel de nuestro Gobierno se evidencia sin complejos como un brazo político del poder de la UE, poco fiscalizado, poco democrático (¿qué españoles han elegido a Ursula von der Leyen como representante política y, en última instancia, como defensora de sus intereses?). Así vemos a Sánchez de gira mendicante en gira mendicante por toda la UE para convencer a sus socios de que le dejen aplicar en el seno del país que gobierna las políticas que desea y que, sin ser revolucionarias, tienen que contar con el beneplácito de ese monstruo decrépito al servicio de los intereses de EEUU que es la UE.

Si en este escenario no somos capaces de identificar enemigos muy claros y emprender de manera unitaria tareas políticas muy apremiantes estaremos condenados a vivir en el vertedero de la historia.

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