La liberalización de la izquierda y el antifascismo como distracción

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La revolución mediática de la política, es decir, la espectacularización de la misma, que se saldó con la aparición de nuevos —ya viejos— actores políticos, con renovadas formas, muchas lecciones que dar y pocas ganas de escuchar experiencias previas, ha dejado consecuencias de gran calado en la comunicación política y en cómo el oyente, espectador, elector o mero ciudadano percibe la actualidad, e incluso en la forma en que éste es manipulado.

Prestaré especial atención al elector que me interesa: ese enorme espectro que se comprende en la izquierda electoral y que abarca desde el votante del PSOE hasta el de Unidas Podemos. Este último grupo de votantes, al menos hasta hace no demasiado tiempo, cuenta entre sus filas con experimentados militantes que se significan incluso como marxistas, a los que se presupone un análisis elevado de las distintas eventualidades de la política nacional e internacional, e incluso a los que debemos considerar con una capacidad de impermeabilizarse frente a impulsos ciertamente idiotizadores del marketing político, por mucho que por distintas razones acabe depositando el voto de UP en la urna. Me atrevería a decir que incluso esta conciencia se está diluyendo en ese perverso tratamiento de minuto y resultado de absolutamente todos los aspectos de la vida política de nuestro país y en los estímulos que desde las organizaciones referenciales se están esforzando en trasladar.

Podríamos disculpar a los medios de comunicación en su fomento de este tipo de participación política, retroalimentado por masas enfervorecidas —aunque cada vez más pírricas­­— de fanáticos que se suman a partidos políticos, cuya afiliación no supone ningún tipo de compromiso real, con la exaltación y la feligresía del más radical de los yihadistas, y con su mismo acriticismo. Todo ello, por supuesto, dejando lamentables muestras en redes sociales. Incluso a estos personajillos fanáticos podríamos disculpar como víctimas de la mastodóntica maquinaria comunicativa en su afán desmovilizador que, para más inri, nos tiene enganchados a sus múltiples plataformas, generándoles sendos ingresos en nuestra adicción por la actualidad, que se sucede con más calma de la que nos relatan.

Quienes no tienen disculpa en el favorecimiento de este trato a la actualidad mediática son quienes aprovechan ese impulso reductor del análisis político desde puestos de dirigencia de organizaciones políticas que representan a la izquierda, incluso algunas de ellas denominadas marxistas-leninistas. Me preocupa especialmente, como estas últimas semanas el Gobierno se ha instaurado en el más absoluto liberalismo, después de mostrar durante la cuarentena una pretensión intervencionista para paliar las consecuencias de la crisis del COVID en nuestro país, propugnando desde todas las esferas de poder político y comunicación la necesidad de que seamos responsables a título individual, trasladando el peso de la culpa por el descontrol sanitario que vivimos en esta segunda oleada a cada individuo de la sociedad, sacudiendo así la culpa a cualquier administración, especialmente al Gobierno central, del cual deberíamos esperar la mayor de las responsabilidades. Podríamos excusar esta actitud de laissez faire en la incapacidad del ejecutivo central para tomar decisiones efectivas contra la pandemia, lo que debería acarrear dimisiones en tropel, no hubiésemos dudado en exigírselas a un gobierno de derechas en una situación así. Es más, podríamos excusar a los amilanados miembros de UP —del PSOE no cabe esperar nada, ni, por tanto, exigir— en una traición de hasta el último de los principios que abanderan en sus campañas preelectorales, lo cual se podría saldar con un derramamiento de sangre, metafórico, a nivel interno en las organizaciones de cada uno de los traidores, dejándoles incluso el gusto de que disfruten de la poltrona lo que queda de legislatura, pero expulsándolos a espacios más acordes a su acción política. Todo esto sería tolerable y deseable, pues apremia hacer un recuento de efectivos para la reconstrucción de espacios realmente de izquierdas, ni qué decir del movimiento comunista.

Lo que se vuelve inadmisible es la infantilización e idiotización por la que han abogado los representantes de Unidas Podemos y sus panfletos propagandísticos recién paridos, a la hora de dirigir a sus potenciales electores. Parece que ya no existe ningún escrúpulo a la hora de manipular la realidad, han decidido desviar la atención de su acción política fatídica prestando una exagerada atención a cualquier declaración o campaña que la derecha lanza en redes sociales. Así, vemos como el Vicepresidente Pablo Iglesias, ante unas declaraciones en las que Macron defendía la industrialización de Francia, sólo se le ocurre decir “algunos tildarían a Macron de socialcomunista”, en alusión a la campaña demonizadora de la extrema derecha. El Vicepresidente se centra en lo que diría la extrema derecha si el Gobierno de España decidiese hacer lo mismo que el Gobierno liberal francés, pero no se centra en lo que no hace el Gobierno de España, y es seguir ese ejemplo (¡hay que ver quién nos ha acabado pasando por la izquierda!) de industrialización, ejemplo que la UE no consentiría en nuestro país, pero que ni siquiera se ha llegado a proponer, no digamos ya a llevar ante los organismos de control europeo, aunque fuera por evidenciar a qué normas tan coartadoras estamos sujetos. Ante esto, cabe preguntarse entonces, si es el Gobierno no actúa más allá por miedo al qué dirán de la extrema derecha, o si directamente la extrema derecha es el pretexto perfecto para no actuar como correspondería a un gobierno de izquierdas y mantener complacidas así a las clases dominantes en la defensa de sus intereses y atenazados a los electores, empujándolos sin remedio y por oposición al fascismo, al redil de lo posible, representado por UP y PSOE, conservando intacta una imagen de izquierdas escudada en un supuesto antifascismo que no es más que un escudo para no actuar, no ya frente al capitalismo, sino como el más tibio de los socialdemócratas.

No es responsable, teniendo en cuenta que el peligro del fascismo, aunque en una fase primigenia, crece de manera organizada en nuestro país, alimentar para beneficio propio con estímulos que redundan y tienen su eco igualmente beneficioso para el marketing efectivo de VOX.

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