Hoy ha muerto la esperanza

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Hoy ha sido uno de esos días en los que una muerte es capaz de despertar de repente la memoria colectiva de todo un país. Y miren ustedes que de muertes ahora vamos sobrados como para que eso vaya a ser noticia. Pero es que el que ha muerto no era un cualquiera, a pesar de que no se puede decir que el personaje hubiera alcanzado mérito alguno sino más bien lo contrario. Pero es que, si lo piensan bien, resulta que ni en el demérito se podría haber dicho que el tipo fuese un campeón. Porque al final, Gónzalez Pacheco, aquel torturador al que se conoció en vida como “Billy el Niño”, no fue nadie especial ni siquiera en lo malo, pues no fue sino un criminal como tantos otros, y al que ni siquiera la crueldad con la que trataba a sus enemigos –y que no era poca- podría hacerle alguien peculiar. Así, tristemente hemos de reconocer que González Pacheco no destacó en habilidad alguna, ni buena ni mala, pues no era más que otra pieza de esa máquina genocida que fue el franquismo, y en la que hubo miles de Pachecos torturando, violando y asesinando por toda España.

Podría decirse que lo que ha hecho especial a un ser despreciable que nunca lo fue, no son precisamente sus crímenes, sino sus víctimas. Unas víctimas que no lo olvidaron jamás y que hasta el último momento han reclamado que se sentase delante de un tribunal para rendir cuenta de sus acciones. Y que desvelaron al país cómo resguardado en la Dirección General de Seguridad de la madrileña Puerta del Sol, este sádico era capaz de golpear en la barriga a una mujer embarazada, asfixiar a sus detenidos con bolsas, o hasta simular dispararles con el cargador vacío después de horas de puñetazos y patadas que él mismo proporcionaba con placer. Esos ríos de sangre quedaron impunes gracias a una transición que igualó a tiranos y a demócratas con tal de pasar página, pero fueron muchos los que intentaron hasta el final que pudiese ser juzgado, llegando a recurrir a la Justicia argentina dada la negativa a reabrir el caso por la española. Testimonios escalofriantes y contrastados de torturas y vejaciones que son imprescriptibles según la legislación internacional y que en España fueron ignorados por nuestra Justicia, no impidieron que  Pacheco viviese sin apenas sobresaltos hasta el final de sus días, disfrutando de una cómoda pensión aumentada generosamente por el estado merced a unas medallas que ningún gobierno –progresista o conservador- se atrevió realmente a tocar, y permitiéndose incluso facturar centenares de miles de euros en una empresa privada de seguridad.

Cuando conocí la noticia de su muerte, escribí un mensaje a una de sus más célebres víctimas, Lidia Falcón, para saber cómo estaba. No respondió, y al rato, en un grupo privado de mensajería  que comparto con ella, nos informó de que no deseaba hablar, ya que estaba muy afectada porque el fallecimiento de Pacheco acababa con toda esperanza de hacer justicia. Apenas minutos después, un veterano comunista de mi barrio que fue torturado y encarcelado durante años por su militancia, me llamó por teléfono con la voz quebrada por el llanto y casi sin poder hablar me hizo entender que pensaba lo mismo que Lidia. Y es que la muerte de un criminal como Billy el Niño no es motivo de alegría, ni mucho menos. La hora nos llegará a todos, hayamos sido buenas o malas personas, pero para vergüenza de nuestra democracia, hoy no sólo ha muerto un criminal, sino la esperanza de que algún día este malnacido tuviera que responder ante la Justicia por sus fechorías.

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