Para la estadística de los hogares, poder marcharse una semana de vacaciones es una referencia que sirve de indicador para conocer el nivel económico. La Encuesta de Condiciones de Vida es una de las operaciones anuales que realiza el Instituto Nacional de Estadística sobre los ingresos de los hogares españoles.
Les doy un dato: esa ECV señala que un 33,1% de la población residente en España no se puede permitir ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año. Una de cada tres personas. Si el año natural tiene 52 semanas, un tercio de nosotros no puede hacer eso que hoy llaman desconectar, ni siquiera un 2% del tiempo anual.
La situación empeora al referirse a otras necesidades. Un 26,5% de la población residente en España se encuentra dentro del índice AROPE (acrónimo en inglés de At risk of poverty or social exclusion). Esto supone que una gran parte de esa población padece graves carencias materiales que pueden afectar a la alimentación, no pueden permitirse pagar un dentista o solucionar el imprevisto de una avería en el coche o una reforma en la casa, y ello les obliga a buscar formas de ingreso complementarias o aumentar su ahogo con créditos.
Sin embargo, otros datos indican que las empresas en general obtuvieron resultados muy positivos, en especial las del IBEX, las cinco principales entidades bancarias españolas lograron beneficios de récord, también batieron sus mejores marcas los supermercados y el número de ricos creció.
Aclaro que todos estos datos se refieren a 2023. Pero habría que ser muy optimista, o poder permitirse el más fantástico de los coaches emocionales (u ostentar una liberación en algún partido de coalición progresista, que viene a ser semejante) para apostar que las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras han mejorado en lo que va de 2024.
Irónicamente, las estadísticas de hogares miden el grado de lo que llaman cohesión social. Según los sociólogos, se trata del grado de consenso de los miembros de un grupo social o la percepción de pertenencia a un proyecto común.
Llámenme catastrofista, resentido o negacionista de la política útil, pero cualquiera puede intuir que esa cohesión social brilla por su ausencia, y que las diferencias entre clases sociales se están agudizando y el contexto económico (en el que suenan tambores de guerra y nos llaman a sufragar los inmensos gastos en armas) indica que todo va a tender a empeorar las condiciones de vida para la clase trabajadora.
Pero esto, ¿cómo se consiente? Para dar una posible respuesta les invito a hacer un pequeño juego.
Veraneo de pobres, agosto de especuladores
En una red social me encuentro con un curioso video, que cuenta miles de visitas. Un señor de porte atlético, con una camisa blanca muy ajustada y enérgicos movimientos de manos, como un vehemente director de orquesta, ejecuta una especie de ponencia magistral, en la que nos obsequia con la siguiente lección, que comparto tal cual con ustedes:
«debes empezar a tomar perspectiva de tu negocio porque si tú estás en cada tarea, eso te deja sin tiempo. Para ello debes delegar en un asistente. Esto va a liberarte de muchas tareas porque va a ser una persona multitasking. Y luego te vas a ir a las ventas, y vas a contratar a un closer, que haga esas ventas high ticket por ti. Eso te va a sacar también de otras tareas, vas a tomar mucha perspectiva. Y después también te vas a liberar del soporte al cliente contratando a otros coaches, mentores o formadores que estén en tu programa».
El lector habrá comprobado que nuestro mentor, con tan sofisticado lenguaje, y siguiendo otra moda actual, el adanismo, acaba de inventar la contratación de asalariados.
El pequeño juego que les propongo es que imaginemos a los actores que participan en ese ejemplo de emprendimiento, situadas como en una pirámide (con esto no quiero decir que su propuesta apeste de lejos a estafa piramidal, señor influencer) e imaginemos sus respectivas vacaciones, que en orden decreciente serían más o menos:
- En la cúspide estarían los avispados que «toman perspectiva» y pueden delegar el fastidioso inconveniente de trabajar. Estos probablemente puedan permitirse desconectar más de una semana, un mes o dos, o todo el verano, y evadirse en paisajes de aguas cristalinas y chill outs con velas, chaise longe de mimbre y toda la parafernalia ibicenca.
- En el tronco intermedio estarían los abnegados delegados multitasking y los closers que gestionan los high tickets (en español, pelotazo). Este grupo, en el mejor de los casos, conformaría la parte de la estadística vacacional que puede subir a su estado de whatsapp documentos gráficos de al menos una semana en la playa.
- En la base, los miles de personas que ven esos videos buscando una mejora desesperada, los infelices que pagan la cuota para ingresar a esos cursos, los closers y asistentes de grado bajo, etc, componen parte de ese tercio de la población que según la ECV no sabe qué es desconectar.
Una base compuesta por una legión de personas que sólo pisan la playa gracias a autobuses organizados, esa ¿tercera parte? de la población compuesta por desempleados o empleados inestables que viven en permanente búsqueda, e incluso empleados que, aun con la suerte de tener vacaciones en su empresa, les sobrevino el imprevisto. El verano de este sector puede resumirse en la inquietud permanente de calcular el tiempo que enchufan el aire acondicionado.
Seguramente se intuye la respuesta a la pregunta que nos hemos formulado, ¿cómo es que se consiente esto?
La minoría privilegiada, los capitalistas, en momentos de crisis, acumula más capital gracias al empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Si en algún momento el estado de bienestar permitió un cierto grado de concertación social, la gravedad de la crisis actual llama a apretar hasta el límite las tuercas de las acciones políticas que favorezcan unos ciertos intereses, los de las empresas y bancos afines a la alianza atlántica. Y si las acciones políticas no funcionan, acuden a las guerras. Siguiendo el modelo capitalista, nuestro Estado ejerce de mero gestor y vigilante de esos intereses.
Sucede además que, en nuestro caso particular español, hemos sido destinados por la UE especialmente a ese sector turístico y hostelero. Podría decirse que no es nada extraño que proliferen aquí los personajes como el influencer del ejemplo. Nuestro Gobierno, las instituciones estatales, nuestra legislación, el aparato de fuerzas represoras, todo conforma un caldo de cultivo que nutre todo un ejército de oportunistas, tahúres, vendedores de crecepelo y trileros de todo pelaje.
En esta misma columna pueden encontrar la entrada Por qué no han cambiado el paradigma de la vivienda ni lo van a hacer, no voy a reiterarme. Pero baste recordar que la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, se estrenó a finales del año pasado manifestando su intención de proteger al «pequeño propietario» y postergando las medidas para bajar el precio de los alquileres.
España, un after chill out para rentistas
Mientras escribo estas palabras, busco en la página de Airbnb los pisos turísticos que se encuentran en el entorno donde vivo (copio el mapa en la imagen de más abajo) y aparecen al menos diez viviendas turísticas, dentro de un entorno que les aseguro es cualquier cosa menos turístico, un barrio obrero cada vez más sucio y descuidado por los responsables. Imaginen el mapa en un entorno más atractivo.
Una familia con niños que no pueda permitirse unas buenas vacaciones, probablemente recurra a este tipo de páginas para gastar el escaso ahorro que haya podido guardar, impelida por la presión social de tener que desconectar. De manera que el trasvase de capital de un grupo social a otro, y por tanto la acumulación de ese capital por un grupo (y su posterior uso en la adquisición de nuevas formas de acumulación, en nuestro ejemplo podría ser la compra de nuevas viviendas), se facilita por la tecnología y -sobre todo- por el abaratamiento de los costes de la mano de obra, como vamos a ver a continuación.
Si seguimos la lógica del influencer que descubrió el trabajo asalariado, para poder vivir una vida cómoda y desconectar si queremos los meses de julio y agosto enteros, nos bastaría con avivar el seso y no perder más tiempo en adquirir varios pisos. ¿Cuántos? Dados los precios actuales de la vivienda, bastaría con cuatro o cinco en una de las zonas llamadas «tensionadas», o incluso diez -10- en las «no tensionadas».
Porque recordemos que el actual Gobierno estableció por ley que para tener la consideración de pequeño propietario, se puede poseer hasta diez viviendas en zonas consideradas no tensionadas (más información en otra entrada de esta columna, Actualidad de la contribución marxista al problema de la vivienda).
Una vez que disponemos de esto, ampliamos nuestra perspectiva y comenzamos a delegar. Contratamos a una persona multitasking que se encargue de las tareas de recibir/despedir a los turistas, limpiar las habitaciones o el mantenimiento general. Personal dispuesto no nos va a faltar, pese a que otro paradigma que se ha cambiado, nos aseguran, es el del mercado laboral.
Esto si nos decidimos por el alquiler turístico. Si se trata de alquileres de larga duración, existen empresas que ya gestionan todos los pormenores del mundo del alquiler por una cómoda tarifa, en un servicio que se llama alquiler integral o alquiler con garantías. Se refiere, lógicamente, con garantías para el propietario, consistente en buscar inquilinos con avales o ingresos estables que aseguren los pagos. Y también en preocuparse del mayor terror posible para el propietario, la pesadilla que les despierta en mitad de la noche, el riesgo de okupas.
Incluso la tarea de buscar esos chollos habitacionales puede delegarse, pues ya las páginas especializadas en el mercado de la vivienda, como Idealista, ofrecen viviendas en venta que ya tienen incorporada la licencia turística. Así pues, como diría nuestro mentor, el que no emprende es por flojo o porque carece de perspectiva.
Por tanto, que nadie se mese los cabellos ni se haga el sorprendido porque nuestra sociedad se haya convertido en un paraíso para rentistas y especuladores. Durante la pasada legislatura del Gobierno, el teóricamente más progresista, las empresas incrementaron su beneficio 7 veces más que los salarios, en concreto las de IBEX aumentaron sus beneficios más de un 40%. Invertir en acciones de estas empresas es un valor fiable para diversificar en otros objetivos aparte del ladrillo.
Si, como vemos, nuestro Estado no es más que un agente que media entre los intereses de los especuladores y la necesidad básica de los trabajadores de vivir en algún sitio, o de «desconectar» en verano, y como hemos dicho no posee soberanía propia sino está a lo que ordene la Unión Europea, ¿podemos esperar algo positivo? Si por positivo entendemos que el precio del alquiler de un piso en un barrio obrero no subirá, de momento, más de las tres cuartas partes del salario medio, la respuesta es sí.
Es obvio que durante el juego he ignorado a propósito, por mantener un tono irónico, la diferencia fundamental entre las clases sociales. No es lo mismo la vida la de una persona que depende de cobrar su salario el siguiente mes para poder mantenerse, que gestionar la posesión de 5 o 10 viviendas y poder especular con ellas, con la ley de su parte, y permitirse subcontratar las tareas a un empleado y despreocuparse.
Muchísimo menos es lo mismo para quien puede permitirse vivir de los beneficios de las acciones, por ejemplo en fondos de inversión como BlackRock, que es uno de los mayores tenedores de vivienda en España. No es la misma clase social.
Los políticos vendeobreros, que en poco se diferencian del tahúr influencer de camisa blanca y neolengua ridícula, se esforzarán en disimular esta diferencia social. Aunque en realidad es sencillo distinguirlos, son los que nos hablan de sanidad pública o educación universal, pero a la vez nos dicen que es prioritario defendernos del enemigo en el «frente oriental», o por delante lloran por los niños palestinos masacrados y por la espalda comercian armas con sus ejecutores. Marionetas sujetadas por las manos de la UE que, además, anestesian la movilización social.
Es por eso que en sus discursos políticos jamás aluden a la lucha de clases. Aceptarán y fomentarán otras formas de dividir a la clase obrera en cualquier otro aspecto, pero nunca en lo referido a la posesión de los medios de producción, ni tampoco consentirán el cuestionamiento de la sacrosanta propiedad privada del suelo.