España persevera en perder su soberanía: 1.100 millones más para la guerra y fin del Tratado sobre limitación de armas

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Que la inmensa mayoría de españoles no quiere guerras es algo que el Estado prefiere ignorar. Ni las multitudinarias manifestaciones que constatan el rechazo popular, ni las protestas contra el indecente gasto en armas, ni el clamor contra las relaciones comerciales con Israel (ayer con una nueva masacre que dejó reventadas o quemadas a más de 50 personas en Rafah, muchos de ellos niños, refugiados en tiendas de campaña). Ese clamor parece no llegar al Gobierno progresista. Nada de eso le interpela.

La cuestión va más allá de una trama de intereses económicos entre grandes fabricantes de armas e intermediarios. Por supuesto hay intereses económicos muy beneficiados, pero el significado completo hay que entenderlo en el marco de las complejas relaciones internacionales. En la manera en que el imperialismo está llamando a sus antiguos socios a sacrificarse, si con ello logra detener el auge de los competidores que amenazan con disputarle su hegemonía.

Volodimir Zelenski visitará hoy España y será recibido por el rey Felipe VI y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. La reunión tiene como finalidad que Sánchez y Zelenski firmen un acuerdo de seguridad que han negociado de forma bilateral los dos gobiernos, a solicitud de los países del G7 y otros europeos, para implementar la ayuda en materia de seguridad (armamento, tropas, apoyo económico, etc).

Ese acuerdo comprende ciertas cuestiones, entre ellas que España suministrará armas a Ucrania por valor de más de 1.100 millones. Esta cifra habrá que sumarla a la ya indistinguible cantidad de dinero que se ha suministrado y la que la Unión Europea exige por decreto de los presupuestos de cada Estado.

¿Esto contraviene las promesas del Gobierno sobre el Escudo Social y de poner en el centro a la gente? Se diría que sí, aunque tal vez no nos explicaron que se trataba de un escudo militar y del centro de una mira telescópica.

De hecho, en la votación del Congreso del pasado 23 de mayo, se aprobó la suspensión del Tratado sobre las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE) , gracias a los votos a favor de PP, PSOE, Vox y Sumar.

Casi la totalidad de diputados votó a favor, como se ve en esta imagen de la página del Congreso.

Este acuerdo, fijado en la década de los 90 y como forma de aliviar las tensiones entre los miembros de la OTAN y el Pacto de Varsovia, establecía una serie de limitaciones en la cantidad y tipo de armas que los países podían mantener. Cantidad de carros de combate, piezas de artillería, aviones o helicópteros de ataque, etc.

La sorprendente unanimidad de los diputados en la votación se debe a que España acata de este modo el mandato de la OTAN de noviembre de 2023, cuando la Alianza Atlántica justificaba la necesidad de suspender el Tratado en el abandono del mismo por parte de Rusia. Argumento que un espectador objetivo consideraría muy poco consistente, simplemente observado un mapa que refleje el número de bases militares que han proliferado en torno a las fronteras rusas, ante la evidente escalada de amenazas en su entorno, la entrada de países antes neutrales en la OTAN, las sanciones económicas, la relación de EEUU y la UE en el Maidán, las relaciones también con otras revoluciones de colores, los propios antecedentes históricos de la OTAN, etcétera etcétera.

España se une así a otros ilustres europeos en el cese del Tratado, tal como Alemania, que ya efectuó ese mutis en el pasado noviembre, cuando su ministra de Exteriores, la verde y caqui Annalena Baerbock, retiró a su país del acuerdo, no por la indignación ante el inconcebible atentado de los gasoductos Nord Stream que dejaba a su pueblo a los pies de la debacle económica, sino por el peligro de Putin.

¿Es tanto el peligro del pérfido Putin y de los imprevisibles rusos que ya no hay otra opción que la guerra total? Según la rigurosísima e integrísima prensa europea, sí, ya no hay marcha atrás. Los anuncios de la Federación Rusa y de su presidente sobre aceptar el plan de paz para Ucrania sugerido por China, anunciado hace un par de semanas en una entrevista en Xinhua o el más reciente planteamiento de detener la guerra por parte del propio Putin si se mantien las posiciones sobre Ucrania tal como se encuentran, esos anuncios han sido desatendidos.

La guerra por delegación de Ucrania para la Alianza y el conflicto híbrido que combina la masiva acción militar con las sanciones económicas, los castigos a los intereses bancarios y la propaganda informativa tienen un extraordinario ingrediente más en la sumisión devota de los Estados afines al atlantismo.

Estos Estados, caso paradigmático de España, hace tiempo que han perdido la poca soberanía que les quedaba. Si ya veníamos destinados a ser el retiro turístico y desindustrializado de Europa -hasta el punto actual de no poder pagar un alquiler ni percibir un salario digno-, ahora sumamos el vasallaje absoluto, la entrega de la Sanidad, de la Educación, de las pensiones, todo lo que se irá por el sumidero ante el enorme gasto militar, sumado a la inflación y al deterioro de la economía derivado de las sanciones y sabotajes a las relaciones con Rusia y China.

Un verdadero suicidio, un sacrificio en pro de la hegemonía de los USA, en el que España se pone a la cola a la espera del desplome final. Como diría el Marx preferido de los progresistas y wokes, Groucho, más madera, es la guerra.

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