Comer gusanos

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Comer ciertos insectos ya es una práctica permitida por las autoridades alimentarias de la Unión Europea. El pasado mes era autorizado el cuarto tipo de insecto, la larva de escarabajo del estiércol, a petición de una empresa francesa.

En realidad, lo permitido es su comercialización, puesto que a las entidades europeas les debe importar poco si sus ciudadanos comen insectos o lo que puedan, dado que un 22% de su población vive en riesgo de pobreza (España es semifinalista de esta competencia, en cuarto lugar). Por tanto, lo que se autoriza aquí es la posibilidad de lucrarse en ese suculento (económicamente) negocio. Incluso grandes figuras mundiales como Bill Gates han advertido que las personas deben acostumbrarse a comer carne sintética para combatir el cambio climático.

Pero no somos conscientes de que este no sería el primer gusano que nos podríamos tragar.

Ya hemos ingerido otros, los que había en los anzuelos que nos han ido colocando. Y hemos picado todos, de manera que para la opinión pública es intolerable cuestionar los conceptos de la sostenibilidad y el desarrollo global. Hacer crítica de los objetivos globales sostenibles, conocidos como Agenda 2030, es hoy un anatema. Conlleva el riesgo de ser difamado con alguno de los sambenitos propios de la lógica estrecha, como rojipardo, ultraderechista, conspiranoico, etc.

Sabemos que no hay mucho lugar a la crítica hoy, en especial en ciertos temas tabúes en los que más vale no entrar, berenjenales en los que esa lógica mezquina hace de la generalización su arma para disparar a quien le parezca importuno.

Pero la actualidad está ahí y se empeña en materializarse en carne y hueso, aunque sólo la señalen quienes no se deben a listas ni a organizaciones, o los que no han perdido la costumbre de razonar. Y miren por dónde resulta que una noticia nos dice que varias empresas lecheras formaron un cartel para pagar a los ganaderos por debajo del precio de producción de la leche. Sí, un cartel o cártel, una organización ilícita para evitar la competencia (la RAE recomienda la acentuación llana).

Señala Mundo Obrero que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia multó a conocidas empresas (Pascual, Nestlé y otras) por intercambiar información comercial sensible para coordinar la compra de leche, para reducir «la competencia y el poder de negociación de los ganaderos». La misma nota informativa, curiosamente, señala que este abuso se debe a la lógica del capitalismo, señalando acertadamente la concentración y la tendencia al monopolio (arruinar a los pequeños para beneficiar a los grandes), pero también se esfuerza en señalar -en la frase que abre el artículo- que el problema del campo son los intermeriarios, «ni la Agenda 2030 ni la UE«.

Se diría que tal vez este análisis se limita al ámbito doméstico o nacional. Reduce la cuestión a la especulación de esas empresas en el mercado interno, pero ¿no hay más allá?

Esa concentración de las grandes superficies, absorbiendo el pequeño mercado, ¿se produce simultáneamente en varios Estados por coincidencia? Del mismo modo, el uso del latifundio y la hiperexplotación de la clase trabajadora en ellas, unida a la búsqueda del máximo beneficio en la agricultura, ¿coincide en diversos países por un contagio inexplicable?

Es muy llamativo esto. El análisis materialista es certero al señalar las cuestiones internas, es de clase, pero parece evaporarse cuando cruza los Pirineos o se adentra en las aguas de Mediterráneo (y aguas atlánticas sobre todo), allí ya no hay cuestión de clase ni intereses de oligopolios, se analiza en cambio sobre altos ideales, el fin de la pobreza y de la contaminación, de la desigualdad, de la violencia, etcétera, etcétera.

¿No hay carteles en el ámbito europeo y occidental? ¿No es cierto que, por poner un ejemplo entre cientos, sólo cuatro empresas -4 empresas- controlan la inmensa mayoría del comercio mundial del cereal? Y por cierto, esas cuatro empresas son occidentales (Archer-Daniels Midland, Cargill, Bunge y Dreyfus), el ABCD de Estados Unidos, Holanda y Francia, con excelentes acciones en las bolsas del entorno atlántico.

¿Se pierde el análisis materialista cuando se trata de observar que la compañía BlackRock ha empezado a introducir sus tentáculos en el asunto agrícola y alimentario y ya invierte en la compra de terrenos, no solo para la especulación inmobiliaria (uniendo en la cuestión de la renta del suelo, analizada en El Capital, los problemas del campo y de la vivienda)?

Es al parecer un análisis materialista, sí, pero no dialéctico. Al menos no lo es en su capacidad de hilar las tramas y observar la cuestión en su completa perspectiva. Es un análisis constreñido a lo abstracto (en el sentido de su incapacidad para llegar desde el abstracto, local o nacional, a lo concreto de su comprensión a nivel global).

Llegará tal vez el día en que razonar por encima de los silogismos más simples de la lógica formal sea otro sambenito más, motivo de escarnio público. No es exagerado imaginarlo. Igual que no parece tan lejano el día en que comamos saltamontes y larvas. De todos modos, ya llevamos tragados una buena cantidad de sapos.

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