¿No hay plata?

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NO–HAY–PLATA, decía el nuevo presidente de Argentina en su discurso de investidura, remarcando cada palabra, lo que provocaba el aplauso de los asistentes. ¿Qué aplaudían exactamente?, me pregunto.

¿No está claro, aunque no se diga, que para algunos sí habrá plata y que serán los de siempre los que no la tendrán? ¿No se entiende que el aviso es sobre un tremendo recorte social que empeorará aún más la situación del país?

Parece que no. Resulta admirable comprobar cómo los mecanismos psicológicos de la ideología dominante permiten que exista una capacidad de disciplinamiento tan poderosa, tan sutil a la vez, que es capaz de provocar que asumamos con absoluta docilidad mentiras tan grandes como que un país de la grandeza de Argentina carece de recursos para sostener a su pueblo. 

Y no, no nos riamos de nuestros hermanos argentinos, porque el cuento habla también de nosotros. Repasemos algunas de nuestras grandes mentiras europeas, todas ellas de rigurosa actualidad: la sostenibilidad requiere de ajustes de cinturón, no hay trabajo, la sanidad pública es imposible sin el sector privado, la riqueza la crean los empresarios…

Por poner otro curioso ejemplo, nos preguntábamos en una entrada anterior de esta columna qué pasaría si el dinero que se está dedicando a armamento se dedicara a sanidad o educación.

Es decir, el engaño está globalizado. Es un denominador común de los países que pertenecen al entorno de la Alianza Atlántica. En el caso de Argentina la gravedad se acusa por la dependencia -nivel de deuda- particular, pero como decimos es una cuestión generalizada en Europa y América. La cuestión es tan evidente que incluso Putin, enemigo público número uno de Occidente, lo advierte con claridad.

En declaraciones recientes, Putin expresó: «pasar al dólar es una decisión soberana de cada país, pero Argentina tiene un elevado nivel de inflación; hay muchos problemas con la devolución de esos fondos, es comprensible, pero se trata de una pérdida significativa de soberanía para el país, pues la vinculación al dólar producirá que se pierda una herramienta nacional para equilibrar la situación, sin la cual estarán abocados a reducir los gastos presupuestarios, graves recortes en salarios, pensiones, prestaciones, gastos médicos, carreteras, no tendrán otro camino».

Si incluso tu «peor enemigo» te señala lo que estás haciendo mal, es que lo estás haciendo rematadamente mal y sin posibilidad de solución, y solamente le resta sentarse a esperar ver el paso de tu cadáver por el río. La pérdida de soberanía de los Estados dependientes de la OTAN es más palpable ahora -siempre la hubo- porque el imperialismo norteamericano tiende a su fin. Y en su caída arrastrará todo lo que sea preciso, dado que su lógica y su naturaleza es la rapiña y el expolio.

De todas esas grandes patrañas que hemos enumerado en lo que llevamos de artículo, destaco principalmente una, aparte de la mentira de la soberanía, porque está íntimamente relacionada y hasta el propio Milei la menciona en aquel discurso de su nombramiento: la riqueza la crean los empresarios.

La soberanía de un país (esa a la que Argentina va a dar el tiro de gracia con la dolarización, la misma que en los países de la UE mantienen encadenada a los intereses bélicos y de rapiña de los Estados Unidos), no es sólo un concepto abstracto al que sólo podemos acercarnos desde el pensamiento, también es una realidad concreta que puede evaluarse desde los datos empíricos. Es, por ejemplo, la capacidad de un país para obtener los recursos necesarios para su propia producción.

Y ¿quiénes son los encargados de crear la producción de un país? Nos dicen que son los empresarios. Pero si así es, entonces, ¿por qué si las grandes empresas presentan cada año más beneficios, en cambio la riqueza del país disminuye, de manera que llega a perder su soberanía? ¿Tendrá, por ejemplo, carestía de litio Argentina, uno de los recursos naturales más solicitados hoy día para la fabricación de baterías, si es uno de los países que forman el triángulo geográfico de mayores yacimientos junto con Chile y Bolivia?

Por tanto, la cuestión de la soberanía se interpretará de modo muy distinto si tenemos en cuenta o no su aspecto social. Y los Estados desvelarán su verdadero rostro de herramienta de dominación sólo bajo el prisma social.

Un Estado dominado por el neoliberalismo se esforzará en hacer creer que su soberanía depende, principalmente, de su capacidad de endeudamiento, de esa «plata» abstracta, y de la estabilidad que pueda manejar en ese equilibrio. Obviamente, la materialidad le hará darse de bruces con la realidad antes o después: el dinero ficticio y la deuda no producen petróleo, no producen gas, no producen mascarillas cuando hay una pandemia, no producen litio para los modernos artefactos tecnológicos. Tampoco habrá soberanía si, bajo la excusa de la carencia de esos recursos imprescindibles, se eleva el precio de los productos básicos hasta el punto de que las personas no puedan adquirirlos, o el precio de la vivienda sea inaccesible para la mayoría.

Es decir, la soberanía de un pueblo se evapora cuando su realidad económica está atravesada por los intereses de las empresas, cuya lógica responde al beneficio en las bolsas donde el dinero no conoce nacionalidades ni culturas. La verdadera soberanía tiene sus raíces en la realidad social. Sin la perspectiva de las clases sociales, el engaño capitalista puede perdurar hasta que nos expriman la última gota.

Sí hay plata, sí hay trabajo, sí hay riqueza, sí hay posibilidad de sanidad y educación universales. Lo que no hay es conciencia de clase.  

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