¿Por qué un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre?

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Querría abrigar la esperanza de que mi folleto ayudará a orientarse en el problema económico fundamental, sin cuyo estudio es imposible comprender nada cuando se trata de emitir un juicio sobre la guerra y la política: el problema del fondo económico del imperialismo.
Lenin, Imperialismo fase superior del capitalismo.

El aforismo «el pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre» no es sólo una frase hermosa, un simple recurso poético que alude a la solidaridad o a la hermandad. Contiene un significado más profundo y revolucionario.

Sin duda a los comunistas nos mueven motivaciones no sólo analíticas y prácticas, también sensibles, como la solidaridad o la empatía o el rechazo a las injusticias. Pero suele ocurrir que los izquierdistas desclasados y posmodernos manosean estas frases, a las que acuden para llenar de conmiseración su vacío de argumentos. En especial cuando los horrores son tan evidentes como el genocidio premeditado del pueblo palestino. O como en Ucrania desde 2014 o en la traición al Sáhara y tantas veces antes.

De esta manera, esa izquierda inocua y aceptable por el capital acaba eliminando el verdadero sentido de esos mensajes. Lo convierten en algo similar a las limosnas con que los católicos calman el remordimiento de sus pecados. 

Entonces, ¿qué significado tiene esto del pueblo que no es libre si oprime a otros? Intentemos razonarlo repasando el significado que adquiere en palabras de Marx y posteriormente de Lenin. 

De dónde procede

Se atribuye sin acierto a Engels o al propio Marx el origen de la expresión. Ambos la usaron, así como Lenin, aunque verdaderamente su procedencia se encuentra unas décadas antes y desde el Perú. El limeño Dionisio Inca Yupanqui la pronunció dentro de un emotivo discurso enunciado ante las Cortes de Cádiz en 1811.

Como delegado de los pueblos de Hispanoamérica, «como Inca, Indio y Americano», explicó en la isla de San Fernando que «un pueblo que oprime a otro no puede ser libre». 

«Vuesa Merced -dijo a continuación Yupanqui- toca con las manos esta terrible verdad. Napoleón, tirano de Europa, apetece marcar como esclava a la generosa España, que resiste valerosamente, sin advertir que castiga con la misma pena, que por tres siglos hace sufrir a sus inocentes hermanos».

Es decir, Dioniso Yupanqui denunció en las Cortes españolas que era incongruente y grotesco quejarse de ser sometidos por las tropas francesas y solicitar el apoyo del Perú, si desde siglos antes los mismos españoles estaban sometiendo a los pueblos indígenas americanos.

Marx y los nacionalismos

Yupanqui condensó en una frase la situación análoga de las clases populares, ya fuesen incas o españolas, en el contexto del colonialismo decadente hispano. Situación que se agudizaría décadas más tarde en las «guerras de rapiña» (como describió Lenin) del imperialismo propio de la fase del capitalismo durante la Primera Guerra Mundial, y que Marx observó en una etapa inicial del desarrollo capitalista.

El razonamiento comprendido en el axioma que analizamos contiene, pues, una contradicción que debemos analizar apoyándonos en la lógica dialéctica.

Marx empleó la expresión en su correspondencia, en referencia principalmente a Irlanda y a Polonia, sometidas respectivamente por Inglaterra y Alemania. Marx entiende que la burguesía obtiene provecho de enfrentar a los trabajadores de una nacionalidad con respecto a otros y explica a sus camaradas de la Primera Internacional que es una tarea «despertar en la clase obrera de un país dominante la conciencia de que para ella la emancipación nacional del país sometido no es cuestión de justicia abstracta o de simpatía humana, sino la condición primera de su propia emancipación nacional» (1), aunque esto implique apoyar puntualmente a ciertos movimientos burgueses, sin olvidar el objetivo prioritario de la emancipación obrera (2).

Puede parecer un contrasentido que, por un lado, se aluda a la liberación de los pueblos nacionales y, por otro, que en textos marxistas fundamentales, como el propio Manifiesto, se exprese lo contrario en frases como: los obreros no tienen patria.

«Proletarios de todo el mundo, uníos» es la frase final del Manifiesto (por cierto, original también de una descendiente peruana, Flora Tristán, revolucionaria y precursora del Feminismo, cuya obra La unión obrera formaba parte de la biblioteca particular de Marx). ¿Cómo casan ambos argumentos aparentemente contradictorios?

No hay tal contradicción. Simplemente hay que entender la dialéctica de la lucha de clases en las diferentes situaciones de cada país, entre las que las relaciones no son homogéneas, hay naciones sometidas y otras que las someten con intereses principalmente económicos, desde los albores del capitalismo hasta el imperialismo decadente actual. 

En palabras sencillas, no tiene sentido apelar a la unión internacional de las clases trabajadoras si las de un país oprime a las de otro.

Curiosamente, en mi opinión este razonamiento es fácilmente comprendido por los que somos trabajadores. Quizás sea porque los trabajadores hemos vivido en nuestras propias carnes, o la hemos visto sufrir en nuestro hogar y a nuestros mayores, la violencia de la explotación de la clase capitalista. Se aprecia también con más claridad en la lucha de las feministas, sería hipócrita reivindicar la emancipación de la clase obrera si dentro de ella una mitad sufre opresión por la otra.

Si observamos, el razonamiento dialéctico hunde sus premisas en el materialismo histórico: el objetivo principal de la libertad de la clase obrera pasa por entender, lógicamente, a las sociedades como un constante fluir de las contradicciones entre clases antagónicas. Pero ese internacionalismo proletario no se opone al capitalismo global del mismo modo en todas partes, por tanto atraviesa distintas etapas según las diversas particularidades nacionales o culturales, religiosas, etc.

La lógica capitalista, por su parte, tiene claro que no se respetan ni tradiciones ni honores patrióticos. Marx lo advierte, entre otros ejemplos, al comentar la primera edición de El Capital, cuando avisa a los lectores alemanes de que, aunque en la obra se hable de Inglaterra -en el capitalismo incipiente- no se crean salvados por la distancia (3).

Lenin y el análisis dialéctico

Lenin, como sabemos, desarrolla esos principios marxistas adaptados a los tiempos que le tocó vivir y describe las características de su fase superior, el imperialismo. Continuador del análisis económico de El Capital, Lenin observa en el medio siglo que transcurre desde la magna obra marxista la concentración monopolista, el papel principal de los bancos, la relación del capital financiero con las industrias y el reparto del mundo entre las grandes potencias.

En los conflictos que surgen por los choques de intereses imperialistas -y dentro de ellas entre los países sometidos-, Lenin señala, al modo de Marx, el azuzamiento de unas naciones contra otras a través del «envenenamiento» nacionalista, del chovinismo, aunque sin olvidar el derecho de las naciones a su determinación.

A esta contradicción la denomina planteamiento histórico concreto de la cuestión: «la teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se trata de un solo país (por ejemplo de un programa nacional para un país determinado), que se tengan en cuenta las particularidades concretas que distinguen a este país de los otros en una misma época histórica». (4) 

Lenin propone al proletariado ruso una doble tarea, o una misma tarea con dos facetas: oponerse a todo nacionalismo y en primer término contra el nacionalismo ruso, esto es, reconocer el derecho de las diversas naciones a su autodeterminación, pero al mismo tiempo propugnar la comunidad internacional de las luchas proletarias.

En definitiva, todas las batallas políticas que acometan los trabajadores deben estar acompañadas del mismo denominador común, la realidad observada desde el materialismo y la lucha de clases. En el desarrollo del capitalismo global, observamos cómo las circunstancias no son iguales en las diversas partes del mundo; antes bien lo contrario, las más simples evidencias empíricas nos demuestran que las desigualdades son manifiestas. Por tanto, el objetivo último de la unión internacionalista estará plagado de etapas, cada una de ella con su especial peculiaridad.

La tarea más complicada será, lógicamente, discernir cuáles de esas etapas son las que favorecen al objetivo principal y cuáles no. Para ello el materialismo es nuevamente la herramienta útil. Tendremos que analizar los ocultos intereses económicos (al modo de Marx en el capitalismo incipiente, al modo de Lenin en el capitalismo de fase imperialista) que se esconden tras los trampantojos de los Gobiernos aparentemente pacifistas, las televisiones compradas por las grandes compañías y los bonitos deseos de solidaridad de los políticos progresistas.

Conclusiones

En la terrible experiencia que estamos presenciando en nuestros días, el genocidio premeditado del pueblo palestino, así como vimos recientemente en Siria o más cerca aún en el conflicto de Ucrania o en el abandono del pueblo saharaui, la expresión «el pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre» adquiere una dimensión especial para la clase trabajadora europea y la española en concreto.

La exteriorización popular incontenible de las multitudinarias manifestaciones en apoyo a la legítima defensa palestina, pese a la censura de las autoridades oficiales, sugiere que la clase obrera de estos países empieza a comprender el razonamiento dialéctico que se oculta tras la hermosa frase.

Desde los orígenes del socialismo científico podemos analizar las cuestiones sociales desde la perspectiva materialista y sabemos que el motor que mueve los conflictos, incluidas las guerras bajo aparentes motivaciones patrióticas o religiosas, es la lucha de clases.

Pero la lucha de clases no es homogénea en todo el mundo. A través del desarrollo de El Capital realizado por Lenin, sabemos también que es la rapiña el principal motivo de las guerras imperialistas. Si en época de Lenin era la pugna por las fuentes de recursos (hoy también lo sigue siendo en parte, en casos como los yacimientos de litio, metal necesario para las imprescindibles baterías de los modernos aparatos actuales), en nuestros días es la batalla comercial de los grandes fondos de inversión, verdaderos propietarios de las compañías multinacionales. Entre ellas, hay que señalar, las de la lucrativa fabricación de armas.

El poder de esos fondos de inversión ha llegado a ser tan enorme que alcanza una fuerza superior a la de muchos Estados, supuestamente soberanos. En el caso de España, su soberanía está supeditada a los mandatos de la Unión Europea, a su vez delegada, en el Viejo Continente, a los intereses de los Estados Unidos. O quizás sería más exacto, delegada de los intereses de las grandes compañías que cotizan en las bolsas del entorno atlántico.

Por tanto, para romper esa dinámica, la clase trabajadora europea y la española en concreto debe entender que sus respectivos Gobiernos trabajan en realidad para esos intereses económicos, y no por el interés de su propio pueblo, por muchos ropajes progresistas con que se disfracen.

En el caso de España, el Gobierno «progresista» colabora en ese interés imperialista, pese a que traten de calmar los remordimientos izquierdistas de sus engañados votantes con llamadas a la paz, exigencia del reconocimiento del Estado Palestino o críticas a Netanyahu.

Por tanto, la lucha del pueblo palestino es también la lucha del pueblo trabajador español y europeo. En la libertad del opresor imperialista norteamericano está el futuro de la clase obrera europea. No seremos libres mientras seamos cómplices del genocidio.

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1- Carta de Marx a Meyer y Vogt 

2- Marx y la Nueva Gaceta Renana, F. Engels

3- De te fabula narratur (a ti se refiere el cuento), Prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de El Capital

4- El derecho de las naciones a la autodeterminación, Lenin. 

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