Hablemos de genocidio

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El término genocidio, convertido después en delito internacional, fue acuñado en 1944 por Raphael Lemkin, un jurista judío-polaco que huyó del holocausto. Comprende cualquier acto que consista en la “matanza y lesión grave a la integridad física o mental de los miembros de un grupo, sometimiento internacional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro”.

En 1948, la Convención de Genocidio de las Naciones Unidas definió el genocidio como cualquiera de los cinco “actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.

Esto respecto al lenguaje jurídico. En lenguaje común, sin embargo, el término tiene un significado diferente, y en la RAE aparece como “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, religión o política”.

Aclarado esto, ahora os diré por qué considero el patriarcado en el que vivimos desde hace diez mil años como el perpetrador de un genocidio contra las mujeres. 

Efectivamente, las mujeres no somos una nación, etnia, ni grupo social, religioso o cultural. Somos la mitad de la humanidad y además las que gestamos y damos la vida, por lo que sería suicida exterminarnos, pero creo que lo que nos sucede en este minúsculo punto azul, como diría Carl Sagan, sí puede calificarse como genocidio. 

Más concretamente, siempre hemos dicho que somos el 52% de la humanidad, porque así ha sido hasta hace poco, pero la estadística ha ido variando y se calcula que ahora somos el 49,5%. Dos políticas han sido determinantes en estas cifras, en dos de los países más poblados del mundo. La ley del hijo único en China, vigente desde 1.982 hasta 2015 (ahora se permiten 2) es una. Obviamente la ley no dictaminaba el sexo del infante, pero el machismo llevó a preferir que el único hijo fuera un ser humano de pleno derecho y no un subhumano de segunda, como se nos considera a las mujeres. Esto ha provocado el aborto selectivo de fetos XX durante más de tres décadas y una drástica reducción de la población de mujeres en algunas zonas del país. Parecido es el caso de India, en esta ocasión por la maldita dote. Esa costumbre bárbara, en teoría prohibida desde hace años, está tan arraigada en el país que nada ha sido capaz de erradicarla. Como se nos considera a las mujeres un subproducto y una carga, las familias han de pagar para que otro se las lleve a la suya, en muchas ocasiones cantidades ruinosas para sus precarias economías. Por ello el nacimiento de una mujer es una desgracia y se evita por todos los medios. Si a esto sumamos una tasa desorbitada de feminicidios de mujeres casadas, perpetrados por los maridos o los familiares de estos, si se cansan de ella o no rinde lo que quieren en todos los aspectos que se esperan de un animal de cría y de carga, nos encontramos con muchas regiones en la misma situación de “escasez” de mujeres. 

Pero centrémonos en la definición original de Lemkin: lesión grave a la integridad física o mental. A las mujeres, todas las religiones y el 99,9% de las culturas pasadas y presentes, extintas y vigentes, nos han considerado y consideran seres humanos de segunda, si es que nos consideran seres humanos. Y han actuado en consecuencia, relegándonos de la vida pública, negándonos la educación y los derechos más básicos, y esto en su forma más extrema sigue sucediendo en muchos lugares del mundo. El feminismo nació y sigue existiendo porque, con leyes o sin ellas, las mujeres seguimos sin disfrutar de plena igualdad con los hombres. Y en todos los países del mundo, bajo todos los regímenes, se nos sigue asesinando solo por el hecho de ser mujeres. El mes pasado 10 mujeres asesinadas en España, ayer día 8 de agosto, 3. Tres mujeres asesinadas en un día, supongo que habrá otro gabinete de crisis del gobierno más progresista de la historia para volver a culparnos a todos de lo que está pasando. Y sí, ya sabemos que es responsabilidad de toda la sociedad, pero a los políticos les pagamos unos sueldazos no para que señalen lo obvio, sino para que pongan soluciones. ¿Pero qué soluciones va a proponer para salvar nuestras vidas un gobierno que no sabe definir lo que es una mujer?

Y esta es la última -por ahora- piedra de los cimientos de este genocidio que no cesa, el borrado. Ya no podemos aspirar a ser también el estándar de humanidad, porque ya no somos ni el estándar de mujer. Después de todo lo que nos han negado a las mujeres ¿a quién le importa una cosa más?. Después de todo lo que nos han negado a las mujeres, ahora nos niegan la existencia. 

Para mí esto es un genocidio, a falta de una palabra aún más terrible que contenga todo el odio y el desprecio que se nos tiene a la todavía mitad de la humanidad. 

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