Comuniones en la extremaunción de la Educación Pública

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«Era importante mantener al pueblo a raya mediante recursos morales, y el recurso moral más importante con el que se podía influenciar a las masas seguía siendo la religión. De ahí la mayoría de puestos otorgados a curas en los organismos escolares y de ahí que la burguesía se imponga a sí misma cada vez más tributos para sostener toda clase de rituales religiosos». Prólogo a la edición inglesa de Socialismo utópico y científico, Federico Engels.

Unos 250.000 niños reciben cada año en España su Primera Comunión, según datos de la Conferencia Episcopal, en eventos que suelen tener lugar en torno al mes de mayo y a los 9 años de edad de los pequeños. La OCU estima que cada familia dedica una media de 3.600 euros en la celebración, entre gastos de vestuario, reportajes fotográficos y banquetes. En especial es el banquete la partida de mayor gasto, pues las comuniones se han convertido en una pequeña boda en la que los anfitriones gastan una importante suma en cubiertos y los invitados acuden elegantemente vestidos y con regalos igualmente costosos.

No es un detalle baladí que en esos gastos hay una diferencia entre niños y niñas. Los vestidos de organdí de las niñas y sus complementos son más caros que los atuendos castrenses de los niños, además de la peluquería. Toda esa parafernalia propone un reclamo irresistible. ¿A qué niña no le gusta pasar un día siendo agasajada como una princesa Disney o qué niño como Felipe VI el día de las Fuerzas Armadas?

Y para los papás y mamás supone la satisfacción de mostrar que sus hijos van haciéndose mayores, y que lo hacen además en un entorno económicamente desahogado y socialmente aceptable, tan correcto que incluso un sacerdote les bendice ofreciéndoles el cuerpo y la sangre de Cristo.

Pero la fe acaba en ese día.

Se diría que el goce espiritual exacerbado en esa fecha tan especial no tiene continuidad en la vida de los españoles. Según un informe del CIS, un 70% de españoles se considera católico, pero la mayoría de ellos no va nunca a misa.

Sin embargo, como hemos visto en los datos de la Conferencia Episcopal, la cifra de primeras comuniones es bastante considerable, pues cruzada con los datos de natalidad del INE alcanza la mitad de los niños en los últimos años.

¿Cómo se entiende esto? Podría deducirse que, como sucede muy a menudo en las cuestiones religiosas, todo es cuestión de apariencia. Puede que las familias no cumplan con la disciplina católica, pero lo que no pueden saltarse es el compromiso social.

La presión social, muy rigurosa en los colegios religiosos, se extiende a los niños y niñas de los demás colegios. Es difícil de explicar a un niño que no tendrá esa fiesta ni esos regalos que ha visto a sus primos o amigos. La socialización a esas edades es muy importante y las familias acaban cediendo a un compromiso que, finalmente, acaba siendo una cuestión de apariencia.

Agua de mayo para los colegios concertados y privados.

Ese compromiso social presenta una excelente oportunidad para crear una especie de cartera de clientes de los colegios religiosos. Por si pareciera poca la proporción de alumnos que ya estudian la asignatura de religión aún en los colegios públicos (el 60% de alumnos entre infantil y Bachillerato), la preparación para las primeras comuniones solicita una serie de requisitos: haber sido bautizado, asistir durante dos años a unos cursos de enseñanza adicional religiosa llamados catequesis y, por último, confesar sus pecados ante un sacerdote. Esto es, convertir en rutina los rituales religiosos y en habitual la presencia de instructores de la fe en el entorno infantil.

Estos preparativos y catequesis pueden ser realizados en los colegios donde ya estudien los niños o acudir a la extraordinaria oferta catecúmena que ofrece la multitud de colegios religiosos concertados o privados. Son 1.685 los centros católicos de Educación Primaria en España. La gestión educativa es uno de los pilares económicos de la Iglesia católica, junto a los activos inmobiliarios y los centros de salud. En total la Iglesia genera una riqueza de 32.500 millones de euros en la suma de todos esos intereses económicos, en manos de órdenes religiosas como maristas, jesuitas o salesianos, nombres que hasta al más laico lector les sonarán como referentes educativos.

Esa privilegiada posición empresarial (estas órdenes no dejan de ser gestionadas como empresas, dado el volumen de negocio que soportan) permite desplegar una oferta educativa con instalaciones, profesorado y medios ante el que sólo un Estado puede competir. Precisamente el Estado aportó en el 2021, según datos del INE, el 57,0% de los ingresos corrientes de los centros privados no universitarios; el 40,4% de los ingresos viene de las cuotas pagadas por los hogares y el 2,6% restante de donaciones. Esto se refleja, como veremos a continuación, en una discriminación educativa.

A Dios rogando y líneas acaparando.

Hace unos días se anunciaba el cierre en plena escolarización de una línea de 3 años en un colegio sevillano, lo que impedirá que las familias de ese barrio no dispongan de opción pública, al desaparecer la oferta de una escuela que, en dos años, ha pasado de tres a una línea de dicha etapa.

No es un caso aislado. Bajo la excusa de un descenso de natalidad, muchas líneas educativas de centros públicos acaban siendo clausuradas. Lo que supondría una oportunidad para mejorar el nivel educativo de nuestros pequeños (disminuir la ratio y, además, mantener el imprescindible tejido público laboral de muchos docentes y monitores) es sin embargo contemplado como una justificación para traspasar alumnos a intereses privados.

Asociaciones de padres de alumnos han advertido del preocupante descenso de plazas de escolarización que dan lugar a una rebaja en la oferta que se traduce en la pérdida de líneas y un empeoramiento de la enseñanza pública.

El detrimento de esta necesaria rama del sector público deviene en una discriminación de orden clasista. En las zonas de rentas más bajas los colegios públicos son el 90% de la oferta educativa, como media a nivel nacional, mientras que en las zonas de mayor renta el 60% de centros son privados o concertados. Dos de cada tres alumnos en España van a un colegio público, de los cuales un 27% son de un menor nivel socioeconómico, y solo uno de cada 10 pertenece al 20% de mayor renta. En la privada, sólo el 2% pertenecen a familias más desfavorecidas y hasta el 56% son hijos de familias que pertenecen al 20% de mayor nivel socioeconómico. En los centros concertados se repite la fórmula, solo el 11% de los alumnos pertenecen a grupos más desfavorecidos.

Resignación cristiana ante el desmantelamiento público.

Por desgracia, los usuarios de los servicios educativos públicos hemos observado que, pese a disponer de un Gobierno de Progreso, el deterioro de la Educación Pública ha progresado adecuadamente, según la pauta curricular que interpreta las necesidades educativas (al igual que las sanitarias, las de vivienda o cualquier otra) como negocio y no como bien común.

Sólo la organización y la protesta sirven para poner algún freno a este despropósito. Lo que debería suponer un escándalo y la puesta en pie de guerra de los barrios que pierden líneas escolares, es en cambio acogido con indiferencia. Se estima como un problema que atañe en todo caso a los docentes, quienes ya se encargarán de defender sus empleos.

La cuestión es mucho más profunda. No sólo nuestros pequeños recibirán durante años (los años en los que son más influenciables) la carga catecúmena que les impone, por poner dos ejemplos extraídos del currículum de la asignatura de religión, que si son felices es porque Dios lo quiere así, o que los relatos de la Biblia deben creerse para poder ser mejores personas. También los padres asumiremos, resignadamente, que ante el compromiso social es mejor ceder.

En un mundo cada vez más individualista e irreflexivo, admitiremos que es mejor no señalarse y que en esta vida, al menos la terrenal, es preferible estar del lado aventajado y cómodo. Tal vez así nuestros hijos les toque la lotería de mejorar y pasar al lado socialmente favorecido. Para que haya unas cuantas personas bendecidas deben existir otras muchas que carguen las cruces.

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