Premio al mejor relato

La izquierda ha ganado la batalla cultural, ha impuesto su relato. No sé cuántas veces se ha escuchado esto en los últimos años. Sin embargo, la izquierda lleva décadas embargada en una melancolía provocada por la sensación de derrota. Los Estados del bienestar europeos han sido maltratados durante décadas por la aplicación de políticas neoliberales, ante la carencia de otras fórmulas para abordar las crisis económicas y la desaparición de los regímenes del campo socialista.

¿Realmente ha ganado la izquierda? Más bien ha ganado la nueva izquierda que, desde hace medio siglo, está centrada en avanzar en el logro de derechos civiles ampliando los derechos de ciudadanía. Esta izquierda no supone ninguna amenaza para las élites económicas. Es más, puede incluir a estas en muchos de los consensos que propone, pues esta izquierda se proyecta en términos de derechos individuales. Es la lucha por los derechos individuales y colectivos, por la particularidad en el marco de una sociedad que se reconoce cada vez más diversa. Así los planteamientos woke llegados del mundo anglosajón.

Aquí es donde concentra todas sus fuerzas la nueva extrema derecha, en la batalla cultural contra la nueva izquierda. De ahí que se insista en la victoria cultural de la izquierda frente a una nueva (extrema) derecha que lucha sin complejos contra ese relato. Cuando un portavoz de la nueva extrema derecha lanza una soflama contra la cultura de la cancelación, toda la izquierda se vuelca en su contra para defender los derechos civiles. Es una manera de mantener ocupada a la izquierda en una batalla cultural por el logro del relato que más atraiga a unas clases medias menguantes y ya politizadas. Así la izquierda permanece lejos del centro de la diana, adonde da miedo apuntar, pues el centro es la economía, la producción y el reparto de la riqueza, y las contradicciones económicas surgidas en los años setenta del pasado siglo siguen sin respuesta.

El paradigma económico neoliberal, el panorama de unas políticas públicas cada vez más débiles y deterioro del bienestar resulta incuestionable, porque formular una respuesta política a la crisis social y económica del modelo levantado en Europa occidental es realmente complicado. En este contexto la izquierda podría optar por centrarse en la praxis política, en lugar de vomitar a Gramsci en unas batallas culturales de horizonte tan limitado. La segunda mitad del pasado siglo XX demostró que a la izquierda la praxis se le da bien. La formación de los Estados del bienestar fue pura praxis alejada de todo dogma ideológico. El balance de Yolanda Díaz, la abogada laboralista en el ministerio de Trabajo, resulta bastante positivo. Y no hay nada más práctico que una abogada laboralista, una sindicalista en el ministerio de Trabajo realizando reformas favorables al reparto de la riqueza, reformas que equilibren en alguna medida las relaciones entre capital y trabajo.

En unas semanas tendremos las elecciones municipales y no hay un ejercicio de praxis mayor que el de la política municipal, que debe desarrollarse a partir de lo que ocurre bajo la piel del cuerpo social. Los europeos de la segunda posguerra mundial eran así, una gente eminentemente pragmática que huía de los grandes ideales, a los que se asociaban las grandes catástrofes de la primera mitad del siglo XX. En los comités de liberación nacional que articularon la resistencia contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, ya se promovían programas políticos para el reparto de la riqueza en clave solidaria al tiempo que se huía de cualquier dogmatismo político o ideológico. La actual sociedad global también huye de cualquier dogmatismo y encuadre partidista. Quizás un alarde de praxis solidaria por parte de la izquierda, centrado en las condiciones materiales, en los problemas de los que menos tienen, tan generoso que olvide la afiliación partidaria y las próximas elecciones, quizás esta sea la única fórmula para ampliar sus apoyos. Y una praxis así hasta podría contribuir a recuperar un horizonte utópico, porque quizás en política los medios justifiquen el fin.

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