Contra la meritocracia (otra vez)

Hoy nos resulta inconcebible la segregación racial con escuelas y barrios separados según el color de la piel, por mucho que la llamada izquierda woke se esfuerce en lo contrario. La marginación a causa de la orientación sexual, la exclusión de la vida pública por motivo del sexo o género son igualmente inconcebibles.

Estas realidades culturales y políticas siempre fueron defendidas en nombre de la naturaleza. Era antinatural la mezcla de razas, la homosexualidad, la incorporación de la mujer a espacios tradicionalmente masculinos… Y en la actualidad entendemos que no era antinatural, que estas exclusiones no tenían nada que ver con la biología.

Sin embargo, nos resulta natural la exclusión social, la separación de las personas por barrios en función de su nivel de rentas. Lo seguimos considerando natural porque admitimos estas desigualdades en nombre del mérito, de las distintas capacidades individuales y sus correspondientes recompensas. ¿Pero se debe al mérito? Es realmente extraño que los torpes sean tan numerosos y coincidan siempre en los mismos barrios, donde se mantienen de generación en generación. Lo mismo en los barrios de rentas altas. ¿Acaso no se debe a que las cualidades de cada individuo son potenciadas en mayor o menor medida según el entorno social y familiar? Por mucho que, hace doscientos años, las revoluciones liberales acabaran con los privilegios, la desigualdad se sigue heredando de generación en generación. Si a esto le añadimos la utilización de los recursos públicos para abrir aún más las brechas de desigualdad, promoviendo en los centros educativos de los barrios de trabajadores la desaparición del currículo y las asignaturas, en beneficio de las comunidades de aprendizaje y otros engendros de la vieja nueva pedagogía, el problema se complica mucho más. Se hurta a los trabajadores una de sus mejores conquistas: el derecho a la educación.

La meritocracia es el mito actual. Esta civilización nuestra, actual, que ya no cree en nada, sigue teniendo mitos propios. La meritocracia es nuestro mito en la medida en que es la superestructura ideológica de nuestro tiempo histórico individualista, diseñada para justificar la desigualdad en nombre de la naturaleza. Lo natural, lo lógico, nuestro actual sentido común nos dice que quien disfruta de un alto nivel de vida es porque lo merece, por su inteligencia, y quien queda excluido socialmente es porque su propia naturaleza (indolente) lo arrastra a ello.

La izquierda seguirá perdida mientras no logre contrarrestar esta lógica actual, este sentido común tan injusto. Para lograrlo, debe generar una ilusión que arrastre a una amplia mayoría, un horizonte utópico en el que merezca la pena creer para retomar el camino juntos. La izquierda debe dirigirse a los barrios obreros, atender a los problemas de las familias de rentas bajas que se abstienen en cada proceso electoral y que son carne de fracaso escolar. La tarea consiste en hacer efectiva la democracia en los barrios más humildes, incrementando el compromiso educativo de las familias con la instrucción del alumnado en los centros escolares. Hacer efectiva la democracia politizando estos barrios a partir de cada uno de los problemas reales con los que se enfrentan a diario. Explicar que las desigualdades actuales se refuerzan con su abstencionismo a nivel educativo, social y político.

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Javier Flores Fernández-Viagas
Javier Flores Fernández-Viagas (1979). Profesor de Geografía e Historia y escritor. Autor de publicaciones como La izquierda: utopía, praxis y colapso. Historia y evolución y Diez razones para ser de izquierdas… a pesar de la izquierda, ambos libros recientemente publicados por Almuzara. Ha militado en distintas organizaciones, como el Sindicato de Estudiantes, Izquierda Unida y CCOO, donde tuvo responsabilidades de carácter orgánico.

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