Las elecciones a la vuelta de la esquina: intento de crítica a nuestra política

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Una oleada de huelgas y luchas obreras está cruzando importantes países europeos.

En Reino Unido, las huelgas para la adecuación de los salarios al coste de la vida después del confinamiento y las políticas de austeridad han marcado su récord afirmándose como la más grande movilización del país desde 2011.

En Francia, millones de proletarios están en huelga y se movilizan en contra del gobierno Macron y la reforma que prevé la subida de la edad de jubilación a 64 años.

En Turquía las protestas nacidas a raíz del trágico terremoto de febrero en la frontera con Siria han contado con la participación de decenas de millares de proletarios que han acusado al gobierno nacionalista de Erdogan por la gestión de las ayudas, en gran parte cubierto por el Partido Comunista de Turquía.

En Grecia, el desastre ferroviario del 1 de marzo ha tenido como respuesta una gran movilización obrera y popular, con más de una semana de huelga general, promovida por el PAME, con motivo de denunciar las responsabilidades políticas de privatizar, en el caso de Pasok y Syriza.

En análisis de estos acontecimientos, los comunistas deben confluir en la resolución por la que el resultado de la falta de conciliación de los intereses del beneficio del capital y del bienestar de los pueblos, demuestran y empujan hacia un nuevo movimiento obrero del siglo XXI.

Pero, ¿y qué pasa en España o en Italia?

Las elecciones administrativas en Italia han confirmado el reforzamiento de los partidos del Gobierno, pero también el enorme crecimiento de la abstención electoral por parte de los sectores proletarios y populares. La caída de la afluencia que, desde el 2018 en Lombardía, por ejemplo, ha bajado a un 40% (de un 70%), testimonia el sentimiento difuso del desapego, de la resignación y de decepción de amplios sectores de la población.

Todos los sondeos que tienen en cuenta la extracción social han evidenciado el mismo dato: la abstención es sobre todo un fenómeno que interesa la clase proletaria. A la misma vez, el peso electoral de la pequeña burguesía crece proporcionalmente con la abstención de la clase obrera. La importancia adquirida por las reivindicaciones de los sectores pequeños-burgueses, que consiguen imponer su propia agenda dentro del debate público mientras la clase trabajadora es totalmente excluida, da más sentido si cabe a cuanto está aconteciendo.

En comparación a lo que ocurría hace unos decenios, cuando la burguesía se veía obligada a contraponerse a los partidos de clase y de masa (pensemos en los partidos “populares” aquí en España o la Democrazia Cristiana en Italia), hoy las propuestas burguesas se dirigen en medida predominante a las franjas pequeño-burguesas, justamente porque son la mayoría votante.

Además del fenómeno de la abstención, al menos otros dos datos merecen ser reseñados en un balance de este momento electoral y político.

El primero es el significado político de la victoria de la galopante derecha (o centro-derecha, como les gusta hacerse llamar para no dar el cantazo). Parece ser que la historia ha sido removida de la memoria colectiva. Se trata de una señal de un significado considerable, que testimonia por enésima vez que, en la sociedad de hoy en día, la memoria política es totalmente aniquilada y se licúa en un eterno presente. Esto, además, demuestra la torsión reaccionaria y el estado putrefacto de la sociedad capitalista contemporánea, cuya tentativa ideológica de presentar a la democracia burguesa como la mejor forma posible de gobierno chirría frente a la evidencia del vaciamiento del significado de la participación política, a través de sus mismos medios, como por ejemplo, el voto.

El segundo dato significativo es el estado de absoluta irrelevancia de las formaciones de la izquierda del Partido Democrático (Italiano, pero podría valer perfectamente el español), sin diferencias cualitativas reales perceptibles entre las varias opciones en el campo. Si el intento de unificación de las fuerzas del Partido de la Izquierda Europea (la coalición con la “Unión Popular” parece significativa, pero más emblemático aún es, en este sentido, el apoyo de los sindicatos mayoritarios, sostenidos por exponentes del mundo académico y cultural, de alcance internacional e internacionalista) coge menos votos que hoz y martillo, presentada sin ningún proyecto político, real, más allá de la mera auto-representación, es la demostración de que estamos todos a cero, todos. Que la izquierda de clase, en su acepción más amplia y general, no va más allá de un voto de nicho y de opinión, identitario, residual.

Si una lección hay que sacar, es que no se puede seguir rascando el fondo de un barril de un patrimonio ya agotado, y que la solución a la “cuestión comunista”, ha de ser buscada fuera de las caducidades electorales, y no levantada sistemáticamente y de manera instrumental únicamente en vista de estas caducidades.

En Italia, el Gobierno Meloni se proclama y confirma garantista de los intereses de los monopolios capitalistas en el marco de una crisis económica y social, de las instancias de la pequeña burguesía empobrecida por la crisis y por planes imperialistas de la OTAN y de la Unión Europea. Las principales decisiones económicas del gobierno de derechas, encabezado por Giorgia Meloni, continúan en el espacio de las políticas antipopulares de gestión de la crisis llevadas a cabo por el anterior gobierno de Mario Draghi. La expresa voluntad de la Meloni, de estar preparada a “decisiones impopulares” con tal de aprobar la agenda de Confindustria, encuentra su confirmación en las medidas de eliminación de la renta mínima, en la promoción de una ley de balance de lágrimas y sangre para la clase trabajadora, y en la ulterior liberalización de los contratos temporales, removiendo cada débil obstáculo y vínculo a las empresas para seguir prorrogando los contratos temporales más allá de los doce meses.

La aprobación del decreto de un escudo penal para delitos fiscales, además de representar un verdadero insulto a todas las trabajadoras y los trabajadores de cuyos bolsillos procede el 70% de la entrada fiscal total, representa un enésimo regalo a las empresas morosas y a los empresarios que basan sus beneficios en la evasión fiscal y en la explotación de la clase obrera.

El renovado compromiso del gobierno Meloni, que ha contado también con el voto favorable del Partido Democrático guiado por la Schlein, al lado del gobierno ucraniano y de los planes imperialistas de la OTAN y de la UE, con el envío de armas y financiaciones a Kiev, confirma la absoluta fidelidad euroatlántica por parte del actual poder ejecutivo.

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