Il cavaliere picarón sin caballo

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Con Berlusconi siempre hemos perdido.

Su biografía es imposible de escribir, pero también de concebir. No sería capaz ni Netflix, ni Melville. Ha construido edificios, ciudades y luego un imperio. Entró en política y fue la encarnación de la derecha italiana (y de la mayoría del país) durante decenios, los dos gobiernos más duraderos de la historia italiana. Mientras tanto también revolucionó el mundo del fútbol, financió uno de los equipos más revolucionarios en la historia del juego y es que encima murió estando en el Gobierno, de por sí socio de una minoría o padre noble. Ha muerto siendo senador, institucionalmente rehabilitado.

Pero hay otra versión de la historia: ha acumulado sucesos oscuros, ha forzado y ha manipulado la ley y cuando no podía manipularla, se hacía redactar leyes nuevas, ad personam. Ha entrado en política cuando ya sus embrollos personales eran imposibles de gestionar, ha tenido Italia en un ajedrez perdedor, nos ha hecho avergonzarnos delante del mundo entero. Sus secuaces más fieles eran mafiosos, fue un hombre sexista (y me quedo corta). Hasta vendió a Kaká.

No es sofismo o equidistancia, está claro: Berlusconi se lleva consigo una buena dosis de culpa por el atraso político, institucional y cultural de Italia. Por eso con él, siempre hemos perdido, en esa guerra de 30 años.

Y da igual como lo quieran ver, para nosotros, hijos de los ’80-’90, criados con el bombardeo de la tele berlusconiana, para nosotros que nos hemos construido una conciencia política en plena era berlusconiana, la verdadera, la del mantra del liberalismo desenfrenado, de los chistes verdes, de las chicas «guapas y tontas» en la tele (o que lo parecían), pero también de la sangre del G8 y de las sombras de los procedimientos judiciales… Pues para nosotros, sobre todo para esta generación a la cual pertenezco, que nos hemos rebelado políticamente y sobre todo culturalmente de todas las maneras posibles y con toda la -quizas demasiado poca- fuerza de la que éramos capaces, la muerte de Berlusconi, no puede ser una noticia como cualquier otra.

Es el fin de una época y llega, como a menudo sucede, cuando el tiempo ha mitigado el choque y ha edulcorado la memoria. Quizás esté bien así. A condición de que no se borre y ni se anule la toma de conciencia de lo que, durante 30 años, Silvio Berlusconi ha representado en la vida política, social , civil, contribuyendo de manera decisiva a la disgregación de la cultura, de la ética y de las instituciones de mi país, cuyas consecuencias seguimos pagando a día de hoy y a un precio altísimo.

La muerte de una persona merece respeto, sí, pero no hipócritas carruseles y santificaciones póstumas, a las cuales estamos asistiendo desde hace días en todos los canales de la televisión italiana, incluyendo la pública. Las verdades históricas no se borran, así como no se puede pretender cambiar, de la noche a la mañana, el estado de ánimo de quien ha estado orgullosamente siempre al otro lado. Y quizás la mejor manera, más honesta y también más digna, para decirle adiós es contar lo que fue y ha representado para millones de nosotros en vida, sin falsedades ni hipocresías.

El razonamiento de Il Cavaliere obedecía al cambio de paradigma que se produjo en Italia a partir de 1992 con el desmoronamiento del sistema alumbrado en 1948 y la consiguiente recomposición política. «¿Por qué, -venía a preguntarse-, tendríamos que seguir viviendo con las férreas reglas de otra época, impuestas, además por nuestros adversarios? ¿Alguien acaso pidió cuentas a los capitostes comunistas –los políticos y los intelectuales– por sus estrechas relaciones con la Unión Soviética o por sus viajes a la Cuba de los Castro?».

Desde siempre su sello fue atacar sin miramientos a la izquierda y denunció sistemáticamente el comunismo. Daba igual que hubiera caído el Muro de Berlín: en su opinión, el marxismo cultural seguía ostentando toda su fuerza. Y eso, para él, era malo.

Un día de marzo de 1998, según cuenta Bruno Vespa en Storia di Italia da Mussolini a Berlusconi, mientras era líder de la oposición, Il Cavaliere pagó de su bolsillo 2.500 ejemplares del Libro negro del comunismo, blandió uno durante un mitin, al tiempo que proclamaba: «La izquierda sigue constituida por personas que han elogiado la ideología de la opresión masiva, la ideología que ha provocado crímenes contra la humanidad, y siguen gobernando con métodos vinculados a esa ideología». Lo que viene siendo darle la vuelta a la tortilla.

Dicen que fue muy bueno gestionando equipos de fútbol, pero se equivocó queriendo hacer lo mismo con un país.

Los políticamente correctos y los religiosos dirán que está mal alegrarse de la muerte de alguien, pero con la misma firmeza diré que jamás me uniré a los que quieren convertirlo de golpe en padre de la patria.

Por respeto a quien se lo merece, por los que ya no están, pero también por nosotros, por lo que somos y por lo que creemos.

Al menos eso, concedédnoslo.

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