De Putin no es santo a Putin es Satán

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Por simple probabilidad matemática, un ciudadano de la Europa meridional o de la occidental tiene más posibilidades de verse involucrado en un ataque relacionado con la OTAN que afectado directamente por un ataque ruso.

Los datos de la historia reciente así lo indican. No puede descartarse de manera absoluta la probabilidad de ser atacado por Rusia (matemáticamente nadie puede garantizar que nunca le tocará la lotería) pero es un evento muy improbable. 

En cambio, la estadística bélica norteamericana conduce a pensar que un ataque relacionado con la OTAN es bastante más probable. Hablamos de Europa (con permiso de nuestros hermanos latinoamericanos, de larga experiencia en esa estadística). Si ampliamos el campo un poco más, hacia la antigua Yugoslavia, o hacia Siria y Palestina, la probabilidad tiende a la certeza, aunque no se compre el boleto.

Por supuesto que no puede interpretarse la realidad social desde las matemáticas. Pero como veremos en esta entrada, hay motivos puramente numéricos que desmontan los argumentos de los gobernantes europeos contra Rusia. 

Y es que los medios nos fatigan hoy con una especie de revival del miedo al apocalipsis nuclear de la Guerra Fría. En el delirio posmoderno que elude el análisis materialista, la visión occidental personaliza y encarna la causa de esta tensión bélica en Putin, quien estaría peligrosamente desatado tras «iniciar» la «invasión de Ucrania».

La inquietud mediática ha trascendido de la opinión pública a la gestión ejecutiva. Y así, los gobiernos de la Unión van a ampliar, de manera «unánime y decidida» la ayuda a Volodimir Zelenski en una serie de entregas de 1.500 millones de euros mensuales durante 2023. Una guerra que, nos dicen, la UE no desea, pero que por prevención financia.

Observen que, para justificar semejante gasto en tiempos no precisamente boyantes, es necesario el apremio de un temor grande, como es el plan preventivo de un ataque a gran escala, incluso nuclear.

Un breve análisis puede mostrarnos que vivimos una actualización de aquella equidistancia progresista de la Guerra Fría, entonces situada en una suerte de pacifismo neutral, tan útil a los Estados Unidos en los noventa. Hoy esa equidistancia, renovada, sirve como puntal al imperialismo norteamericano en su decadencia. Se aprecia en tres aspectos: 

  • la falsedad de la teoría de la pugna entre imperialismos 
  • la campaña de rusofobia y sinofobia, enfocada en una supuesta defensa de las libertades individuales
  • la ocultación de los verdaderos motivos (económicos y de clase) a los trabajadores, enmarcada en una lógica antimaterialista y antidialéctica.

¿Imperialismo ruso?

En un artículo publicado hace un par de años (1), el analista político Stansfield Smith realizaba una interesante exposición de datos que disecciona la capacidad imperialista de Rusia con respecto a Estados Unidos, siguiendo las tesis de Lenin.

Como sabemos, Lenin describió las características del imperialismo capitalista moderno (2) y definió al imperialismo como la etapa de desarrollo capitalista en la que se establece el dominio de los monopolios y del capital financiero, en la que la expansión del capital financiero adquiere una importancia relevante y se reparte el mundo entre las grandes compañías internacionales.

De manera escueta, podría decirse que según Lenin el imperialismo capitalista se reconoce en la concentración de capital en monopolios, la fusión del capital bancario con el industrial para crear una oligarquía de capital financiero, exportación de capitales como mercancías y la formación de organizaciones capitalistas que se reparten el pastel económico global.

Pues bien, si resumimos los datos que aporta Stansfield en su artículo, podemos confeccionar una tabla como la siguiente:

Es decir, siguiendo un método materialista como el empleado por Lenin (no bajo el prisma de una visión idealista que, por ejemplo, base sus argumentos en las voluntades personales de mandatarios), puede afirmarse que Rusia no desempeña un papel principal en el dominio de los monopolios y el capital financiero, ni la exportación de capital ruso es relevante, ni las compañías rusas protagonizan la división de los recursos mundiales.

Si bien Rusia es un país capitalista -concluye el autor-, intimidado por Estados Unidos debido a su independencia (como Venezuela, Irán, la Libia de Gadafi, Nicaragua) no forma parte del peligro imperialista que atenaza hoy la voluntad legítima de los pueblos del mundo.

Precisamente, el único aspecto porque el que podría apreciarse alguna característica imperialista en Rusia es por su poderío militar, por la capacidad de armamento y posesión de armas nucleares. Pero esta capacidad militar de Rusia hay que comprenderla en el contexto de la permanente expansión y agresión de la OTAN en su entorno. Además, si Rusia ha participado en contadas intervenciones militares antes de Ucrania no lo ha hecho por derrocar o directamente destruir gobiernos molestos a sus intereses.

En lo que se refiere al bombardeo, exterminio y saqueo de Estados legitimados por su propio pueblo, Rusia no sólo se encuentra muy por detrás de los Estados Unidos sino de otras potencias menores pero también aliadas a la OTAN como Gran Bretaña o Francia.

Mapa sobre la expansión de la OTAN desde los 50 a la actualidad, imagen empleada en el artículo citado.

Este artículo aparece mencionado en el segundo número de la revista Pensamiento Comunista (3), en el que el lector encontrará abundante material que cuestiona la teoría de los dos imperialismos.

Así pues, ¿qué intención tienen las interpretaciones que desde la supuesta izquierda nos proponen una lucha entre imperialismos?

Cuando proviene desde la izquierda que toca poder en las administraciones de los miembros de la UE, como ocurre en España, la respuesta es clara: ni les interesa analizar la realidad desde una óptica materialista (porque ello conduciría a desvelar las iniquidades del imperialismo americano), ni les interesa emplear la lógica dialéctica (que abriría los ojos a la clase trabajadora a la realidad y permitiría la búsqueda de alternativas).

Como si no se supiera, llevan años recordándonos que Putin «no es tampoco un santo», cuando alguien señalaba alguna atrocidad cometida por EEUU, como fue el apoyo al golpe del Euromaidán y la violencia suscitada tras el golpe en los siguientes 8 años.

Dentro de su entrañable inocencia antimaterialista, nos recuerdan que ni Putin ni Rusia son ya comunistas, como si la realidad social dependiera de las voluntades -comunistas o no- de los mandatarios. Y de paso ignorando que en la maravillosa libertad occidental se censura y persigue a quien cuestione el apoyo a la ultraderecha ucraniana, y que en la totalitaria Rusia el principal partido de la oposición es el Partido Comunista de la Federación Rusa, cuya opinión sobre la guerra de Ucrania al parecer ignoran totalmente.

Parafraseando al gran maestro de la socialdemocracia española, nuestros ministros de la «parte izquierda» del Gobierno parecen querer decirnos: preferimos morir en la libertad de un ataque de falsa bandera de la OTAN a morir de aburrimiento en el totalitarismo diplomático de Rusia o China.

Para nuestra nueva izquierda el cambio a un nuevo orden mundial no se está produciendo, o al menos creen que se postergará lo suficiente como para seguir confiando en los millonarios fondos que otorga la Unión Europea para la ejecución de sus proyectos de su imprescindible política útil. Para ellos no hay nada más allá del endeudamiento que nos encadena a los intereses de las empresas que cotizan en las bolsas afines a la Alianza Atlántica, fuera hay un vacío que les produce horror y les recuerda a Venezuela o a Cuba, escenarios inhóspitos para las esperanzas del pensamiento pequeñoburgués.

Como veremos en la continuación de esta entrada, la parte ideológica realiza también su función imprescindible en este juego, mediante las campañas de rusofobia o sinofobia, y la ocultación de la realidad a la clase trabajadora.


  1. ¿Es Rusia imperialista?, Stansfield Smith, publicado en Monthly Review.
  2. Lenin, Imperialismo fase superior del capitalismo, lectura en Fundación Federico Engels
  3. Número 2 de la revista de Pensamiento Comunista, El imperialismo hoy.

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