Chips de friegaplatos, el gas ruso y unas lecciones básicas de Rosa Luxemburgo

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Unos años antes de ser asesinada, Rosa Luxemburgo impartía clases sobre economía política en Berlín. Por su brillantez teórica, su capacidad de oratoria y su compromiso, era la persona idónea para formar a los nuevos cuadros.

Al parecer Luxemburgo redactaba notas que le servían de base para sus lecciones y tuvo la intención de publicarlas. No pudo verlo en vida, pero las notas conservadas se editaron como un libro, Introducción a la economía política. El texto es un manual de gran valor, en especial para los lectores que pretendemos aclararnos en esa materia.

Una de las virtudes de este texto es que presenta, de manera muy didáctica, el método empleado por Marx para su obra principal. El modo en que la autora descompone las tesis de los economistas clásicos no sólo no ha perdido actualidad, sino que, como veremos, puede ayudarnos a comprender el mundo que estamos viviendo.

La opacidad de los expertos afines al sistema: Luxemburgo comienza advirtiendo a sus alumnos sobre la escasa claridad de los expertos, que considera intencionada. «El lenguaje oscuro y confuso de los sabios burgueses respecto a la esencia de la economía política -escribe al inicio- no es un accidente, sino que en él se expresan tanto la propia falta de claridad de los señores como su aversión tendenciosa y encarnizada a la verdadera explicación del problema«.

Lilith Verstrynge, responsable en Podemos y actual secretaria de Estado de la Agenda 2030, considera que las medidas económicas anunciadas por Von der Leyen son positivas.

Esos expertos hablan de «la economía de cada nación«, como si «los pueblos llevaran cada uno su economía particular«. Sin embargo, una simple observación a las estadísticas comerciales sirve para comprobar que existe «un intercambio recíproco de enorme desarrollo» ante el cual resulta incoherente «hablar de economías nacionales como si se tratase de esferas económicas autónomas que hubiesen de considerarse cada una por sí«.

Incluso en la distancia de las décadas que nos separan de los tiempos vividos por la autora, en nuestros días se realiza un ejercicio semejante. Los ministros del ramo y sus asesores nos hablan de la soberanía de Ucrania, o de la voluntad unánime de la Unión Europea bajo un «sentido común», como si no estuviesen guiados por intereses superiores. En el colmo de la posverdad, el modelo mental se reduce a simplificaciones como «la guerra de Putin», una guerra iniciada por su antojo y surgida de la nada como si antes no hubiese existido el menor roce.

«Detrás de esos misterios del comercio exterior -prosigue la docente más adelante- tienen que existir relaciones económicas totalmente diferentes entre las diversas economías nacionales, relaciones muy distintas del simple intercambio de mercancías«.

La polémica del gas, que tanto preocupa hoy a la Unión, es un paradigma de este engaño que, a través de décadas, nos expone Luxemburgo. Propongo al lector que haga una simple búsqueda en internet sobre los accionistas de las grandes empresas energéticas. En esa búsqueda encontrará que, por ejemplo, la empresa Gazprom es la mayor de Rusia y una de las más grandes del mundo. Es propiedad en un 50% del Gobierno ruso y el resto cotiza en bolsas europeas. Puede proveer de gas a toda la UE y proyecta para ello líneas de gaseoductos, uno de las cuales, Nord Stream 2, choca con los intereses de EEUU y otros grandes suministradores de gas. Que las primeras sanciones de la OTAN fuesen contra esta empresa debe ser una extraordinaria coincidencia.

El engaño no acaba aquí, es mucho más retorcido. En cuanto a España, el oligopolio energético es un trío de grandes empresas cuyos propietarios varían desde bancos a fondos de inversión, algunos de ellos entroncados en BlackRock, la gestora de fondos más grande a nivel mundial y con sede en Nueva York. BlackRock tiene la capacidad de convocar a presidentes de naciones, como ha hecho por ejemplo con Pedro Sánchez. Precisamente Sánchez manifestó recientemente (demostrando su absoluta disposición a la Alianza Atlántica) que España debía «acabar con la dependencia del gas ruso». Pero, como bien explica Antoni Puig en un artículo en este mismo medio, Sánchez oculta que el principal importador mundial de gas ruso, durante los meses de julio y agosto, fue España, que compró más gas ruso que países tan poblados como India y China.

Von der Leyen en el discurso de esta semana ante el Parlamento Europeo, explicando que los rusos están tan acorralados que ya usan los chips de los lavavajillas para fabricar armas.

Por tanto, ¿podemos decir que hay un sentido común en todas estas sanciones y medidas? ¿Son tomadas por naciones como entidades autónomas que deciden en interés de sus respectivos pueblos? ¿Hay un orden geopolítico de naciones o en el fondo es un caos de intereses empresariales sin patria?

Luxemburgo al rescate: «es esta (anarquía del capitalismo) quien hace que la economía social determine resultados inesperados y enigmáticos. Ella hace que la economía social se haya convertido en un fenómeno extraño a nosotros, cuya ley tenemos que desentrañar lo mismo que investigamos los fenómenos de la naturaleza exterior, las transformaciones de la corteza terrestre o los movimientos de los cuerpos celestes«.

Este modelo mental es una herramienta más de la ideología dominante. Esta engañifa, esta ridícula pantomima, ¿por qué se permite y es secundada por nuestros grandes expertos, incluso entre referentes «de izquierdas» de extensísimo currículum y preparación?

Acudo a un ejemplo expuesto por Luxemburgo en la obra que nos ocupa, que por cierto es de un humor irónico muy fino: «un erudito de reputación que pretendiese exponer públicamente hoy la opinión de que no es la tierra la que gira alrededor del Sol, sino el sol y todos los astros los que lo hacen alrededor de la tierra, tendría la seguridad de provocar homéricas carcajadas en todo el mundo ilustrado y, finalmente, ser sometido a una verificación de su estado mental a pedido de sus atribulados parientes. Cierto es que hace 400 años semejantes opiniones no solo se difundían impunemente, sino que aquel que se atrevía a contradecirlas públicamente se exponía a acabar en la hoguera. El mantenimiento de la tesis errónea de que la tierra era el centro del universo respondía a los urgentes intereses de la Iglesia católica y todo ataque a la supuesta majestad del globo terráqueo en el ámbito del universo era a la vez un atentado a la violenta dominación de la Iglesia y a sus diezmos recaudados sobre la prosaica gleba«.

Sobre este ejemplo, concluye: «de ese modo, las Ciencias Naturales eran entonces el punto más sensible del sistema social dominante y la mistificación en el terreno de las Ciencias Naturales un instrumento imprescindible de subyugación. Hoy, bajo la dominación del capital, el punto sensible del sistema social no reside en la creencia en la misión de la tierra en el espacio celeste sino en la creencia en la misión del Estado burgués sobre la tierra. La primera palabra, el concepto fundamental de la economía nacional de nuestros días es una mistificación científica que corresponde a los intereses de la burguesía«.

Y en conclusión: «es evidente ahora por qué es imposible para los economistas burgueses determinar claramente la esencia de su ciencia, poner el dedo en las heridas de su orden social, denunciar su caducidad. Por eso los abogados oficiales de la dominación del capital tratan mediante toda clase de artificios verbales develar los hechos, de desviar la mirada del cogollo de la envoltura exterior de la economía mundial a la supuesta economía nacional«.

La crítica debe situarse fuera de este marco mental. Se comprende así -continuando con las explicaciones de la autora- que Marx situara su propia teoría económica fuera de la política oficial y que a su obra principal le pusiese el subtítulo de «crítica de la economía política».

El análisis de las situaciones (así en época de Luxemburgo como hoy) debe situarse fuera del marco ideológico que el sistema propone machaconamente a través de su burda propaganda. Ya estamos comprobando que surgen manifestaciones y movimientos en Europa y en todo el mundo contra las sanciones de la UE, así como contra la guerra.

La Primera Ministra de Finlandia, ya avalada por España como socio de la OTAN (y que hace poco revindicaba el derecho a la felicidad individual), reclama que las sanciones de la UE provoquen daño y miseria a los rusos como pueblo.

La crítica económica y política debe enfocarse desde un método científico, que englobe todos sus aspectos en una totalidad dialéctica. Por el bien de la clase trabajadora mundial. Porque de otro modo (a través de propuestas peregrinas como impuestos a multinacionales, consejos de ahorros energéticos que rozan el esperpento, y en especial las idealizaciones de los intereses nacionales) a los trabajadores y trabajadoras del mundo nos seguirán pastoreando como a borregos.

La conciencia de clase, que en tiempos de Luxemburgo consistía en abrir los ojos ante los engaños de intereses nacionales que ocultaban pretensiones imperialistas y que condujeron a la Primera Guerra Mundial, es igualmente necesaria hoy en la versión actualizada de esos intereses imperialistas, que en nuestros días consisten en el beneficio de los fondos de inversión enraizados en EEUU y su afán por instigar a sus aliados europeos a la escalada bélica suicida.

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