Patolenguaje II

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En una anterior entrada comentaba algunos aspectos de esa forma de construir la realidad por el poder. En este quiero ver un aspecto peculiar del mismo: la aplicación letológica sobrevenida que se hace de ciertos términos.

Cuando veíamos una película de indios y vaqueros en que el jefe decía señalando el humo en el horizonte que se acercaba el caballo de hierro de los blancos, o que los palos hablaban, sabíamos que se refería al tren y al telégrafo.

No teniendo los pueblos nativos estos elementos dentro de su acervo, se referían a ellos por similitud. De igual modo que si decían “hombre blanco hablar con lengua de serpiente” le estaba llamando mentiroso y no sólo serpiente.

Una característica deseable del idioma es la economía, de tal modo que lo que puedas decir con una palabra no emplees dos, y menos tres o una descripción. Se evita así la redundancia y busca que el simbolismo del lenguaje conecte con la realidad: que la palabra sea eficiente.

Así, no dices “medio de transporte que circula sobre raíles”, sino “tren”; no dices “grupo de gente que marcha junta en una dirección al mismo tiempo”, sino “desfile”; no dices “hembra adulta de la especie humana”, sino “mujer”, aunque la evidencia biológica sea eso: evidente.

Cualquier otra forma de decir mujer, aparte de una pedantería y falsedad, se convierte en una forma de ocultarla. En una palabra se comprimen seis. Se prima la economía y la claridad.

Estas formas descriptivas de hablar no son la anomia o letología del hablante, que Jung señalara a principios del XX, sino una deliberada ocultación del sujeto principal de la oración -la mujer, p.e., pero también algún grupo que se quiera sacar del foco por algún motivo.

Cuando hace unos días Gemma Lienas se preguntaba si a los “hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres” ya no se les llamaba gais -economía del lenguaje aplicada- le cayeron críticas e insultos de todos los lados, incluidos desde de su propio partido, de modo que borró el tuit para darse un respiro, supongo.

Algo que con frecuencia han hecho otros, como el concejal de Banyoles Miquel Cuenca, que tras mostrar su interés y animar a leer el libro Nadie nace en un cuerpo equivocado tuvo que sacar un comunicado disculpándose.

Y no han sido los primeros ni los últimos, porque en la censura y la agresión verbal el mundillo Trans muestra una especial violencia con insultos y amenazas, algunas de muerte, como las sorprendidas codirectoras de @EstirandoChicle han comprobado en propia carne hace nada.

Pero volviendo a la letología de parte del colectivo LGTBIQ+, hace unos días Víctor Gutiérrez (@victorg91), haciendo uso de ese ocultamiento que la patolengua permite, publicaba un tuit en que defendía el uso descriptivo de “hombres que tienen sexo con hombres” para no usar gais.

Y lo hacía asegurando que esa forma de referirse a las relaciones gais (HSH) es correcta. Y tiene razón: es “correcta”, porque así se ha ido imponiendo como terminología para que conductas sexuales de riesgo entre gais no queden asociadas en exclusiva a este colectivo.

Si esto es un objetivo en el que podemos coincidir: romper la asociación gay-enfermedad, ignorar las conductas de riesgo asociadas a la conducta homo no colabora en nada a evitar que el contagio de ITS (VIH, clamidia, herpes, VPH, gonorrea, sífilis o hepatitis B).

Las conductas homosexuales masculinas las tienen los gais, no hombres abstractos con otros hombres abstractos cualesquiera, sino con los que son gais, sean fijos o discontinuos.

Algo similar, lo de retocar el lenguaje para ocultar los hechos, ocurrió en 2006, cuando en el acuerdo de Chicago se adoptó la denominación Desarrollo Sexual Diferente (DSD) para denominar a las anomalías ocurridas durante el desarrollo sexual embrionario.

Era la forma “despatologizante”, y fue una de esas concesiones a la moda de negar la realidad en lo tocante al sexo; cuando a la realidad le importa un comino si la llamas ADS o DSD o ES y va a su bola genética y hormonal. Y es que la realidad pasa de tonterías.

Hablar de las HSH o de las “mujeres que tienen sexo con mujeres” (MSM) para no decir lesbiana, sin que de las personas que tienen sexo con personas (PSP) -¿bisexuales?- sepamos nada -todavía- no contribuye en nada a identificar dónde hay un problema ni a atajarlo.

Cuando en los 80 apareció el VIH y se cebó en dos grupos (gais y drogadictos) antes de saltar a cualquier otro las medidas de atención, educativas y preventivas se dirigieron a estos grupos, no a “personas que hacen cosas peligrosas”, sino a los grupos de riesgo identificados.

Retorcer el idioma, desfigurar palabras como mujer, madre, gay, lesbiana por descripciones artificiosas en las que cualquier cosa y su contraria tiene cabida sólo sirve para borrar, o al menos intentarlo, esas realidades de la vida; y a esa absurda deriva se apuntan algunos gais.

Toda una historia de reivindicaciones desde antes y después de Stonewall para ser reconocidos los homosexuales como tales en su orientación sexual, para ahora acabar camuflados entre “hombres que tienen sexo con hombres”. Para este viaje no hacía falta ningún Orgullo.

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