Patolenguaje

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Orwell escribió en 1946 que el inglés estaba deteriorándose como lengua para expresar ideas y la causa era el uso artificioso del idioma puesto al servicio de la ideología política. Entendiendo esta política como la recreación de una realidad adecuada al objetivo último del partido de turno. Las palabras perdían sentido como reflejo de la realidad externa a los sujetos para serlo de la nueva inventada por las élites. Se las había vaciado hasta hacerlas irreconocibles y sospechosas, se construían frases huecas de modo que cualquier idea se volvía reversible: podía decir y no decir al mismo tiempo.

La preocupación de Orwell no era nueva. Lewis Carroll había ya indicado cómo el lenguaje es lo que quiera que sea el Poder en la conversación entre Humpty Dumpty y Alicia:

– Cuando yo digo una palabra -afirma Humpty Dumpty- significa aquello que yo quiero que signifique; ni más ni menos.

– La cuestión es -contesta Alicia- si uno puede hacer que las palabras signifiquen cosas distintas.

-La cuestión es -replica Humpty Dumpty- quién es el que manda, y se acabó. (Alicia a través del espejo, 1872).

Exactamente: “Y se acabó”. Quien manda, manda. Y manda lo que quiere, porque para eso tiene el poder.

Quien manda construye la realidad sobre ella misma en base a renombrarla. La pobreza ya no será miseria y hambre, sino alguna variante tipo «pobreza energética» o «pobreza farmacéutica»; como si quien no puede encender la calefacción pudiera comprar merluza de pincho. Los despidos no serán tales, sino reajustes de plantilla; y la tortura, técnicas de interrogatorio avanzadas; las mujeres ya no serán hembras humanas, sino sujetos menstruantes o útero portantes, que además no tendrán la exclusiva biológica de menstruar o tener útero, ya que cualquier hombre podrá reclamarlo como propio con sólo «sentir» que es su «derecho humano que sea así».

Usado así el lenguaje, como pide Humpty Dumpty, cualquier palabra significará lo que el poder quiera que signifique, y los actos de violencia contra la mujer se hacen aceptables en tanto los eufemismos «defensa de los derechos humanos», «libertad», «respeto», «inclusividad», «visibilidad», etc., se nos presentan como bienes absolutos sin analizar en qué contexto y a costa de qué derechos humanos reales se están construyendo.  Los nuevos sentidos dados a palabras asentadas en el imaginario, a los conceptos consolidados como buenos per se son un desactivador de la crítica. Como el uso de esa muletilla: “Estamos en el lado bueno de la Historia”

Al final de todo, se espera que quien hable lo haga desde los parámetros del lenguaje que ha creado la neolengua, que dice tanto como oculta. Lo que Orwell denominó en 1946 como patolengua; que vendría a ser un modo de decir algo evidente y que oculte el hecho al tiempo que crea una verdad alternativa que oculta las causas y sólo se fija en el resultado. Un ejemplo lo tendríamos en el los tuits que, en los últimos días con motivo de la enésima masacre en Gaza a manos del ejército israelí, o el aniversario del bombardeo nuclear en Hiroshima y Nagasaki por los Estados Unidos, han publicado Mónica García (Más Madrid), Ione Belarra e Irene Montero (Podemos) o Javier Solana (PSOE), que queriendo mostrar una impostada solidaridad con las víctimas recurren al patolenguaje para hacer su jeremiada tuitera callando quiénes son los autores de esas muertes.

Esta vaguedad discursiva que permite decir sin nombrar las causas recuerda a aquel sketch de Gila de «Alguien ha matado a alguien», de modo que todos saben quién es el asesino sin que el interesado se dé por aludido.

Orwell, que era muy crítico con esta deformación de la realidad pensaba, ingenuamente -en mi opinión-, que bastaba con no olvidar los sentidos reales de las palabras -esos que nos habían ido dando la historia- para que no perdiésemos claridad de pensamiento; algo que Celia Amorós ha pedido con insistencia, al recordarnos que debemos conceptualizar bien para pensar bien, pues los conceptos son palabras cargadas de historia y sentido. Y si bien pensar, escribir, ajustar las palabras a los conceptos a transmitir son actos básicos para no perder el sentido de lo que se trata y con ello hacer política, en el patolenguaje chocamos con una deliberada intención de corromper los conceptos ocultando las palabras, o dándoles otro sentido, en ocasiones tan absurdo como “parto masculino” o “lactancia humana”, de modo que hay que retroceder, mirar con cierta distancia las palabras y qué quieren decir para evitar caer en ese charco que palabras aparentemente inocuas juntas -parto, masculino, lactancia, humana- nos ofrecen como silogismo sofista.

Un ejemplo lo aclarará, espero:

– Las mujeres son humanas.
– Las mujeres lactan.
– La lactancia es humana.

Coda: Si los hombres son humanos y la lactancia es humana, ¿los hombres lactan? Pues para los patolinguístas queer Sí.

Pero no basta con pensar bien, conceptualizar bien, conocer el lenguaje y las palabras, ni evitar charcos sofistas, porque, como nos recuerda  Humpty Dumpty, el Poder dice cuál es «La cuestión». Y eso no se arregla sino con alternativas políticas que además de «2pensar y conceptualizar bien» sumen voluntades que hoy están dispersas en muy variadas iniciativas políticas. Y no queda apenas tiempo para armar una opción única de izquierda y feminista.

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