¿El liderazgo femenino?

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“Si las mujeres mandasen, en vez de mandar los hombres, serían balsas de aceite los pueblos y las naciones” cantaban las amotinadas vendedoras del mercado pidiendo guerra ante la subida de la contribución municipal y el arresto de una compañera por los alguaciles.

Esa idea de la bondad de la mujer era el resultado de la idea de la maternidad como su función única en la vida, en la que cuidar y resolver los conflictos con amor y comprensión era la antítesis de la violencia con la que los hombres enfrentaban los problemas.

La historia desmentía esta visión angelical en personajes como Leonor de Aquitania, Isabel I de Castilla o Catalina de Médici, sin que llegase a hacer mella en la idea popular de la mujer como ejemplo de dulzura y compasión en cualquiera de las actividades que desempeñase.

Con el tiempo estas ideas como características intrínsecas de la mujer fueron mutando hacia la de una actitud según el cual la mujer afrontaría los conflictos de una forma constructiva frente a la testosterónica de los hombres.

En la de la mujer, según ese enfoque, primaría su instinto maternal y cuidadora de la prole en contraposición a de la del hombre, más predispuesto para la acción y a resolver los conflictos mediante el enfrentamiento: ganar o morir.

Esta idea es la que estaba detrás de la intervención en el Forbes Power Summit Woman de la ministra Yolanda Díaz, cuando habló de la necesidad de un liderazgo femenino, de incorporar a la mujer a la dirección y no tomar las políticas de IGUALDAD en la empresa como un adorno.

Que si como declaración es perfectamente asumible, deja de serlo cuando se dice que “El liderazgo debe ser diverso y femenino” y se asocia a “cuando  un niño/a … se levanta con fiebre” y “que estas dinámicas no estigmaticen a las personas cuidadoras”.

Con lo que lejos de reclamar la paridad en las actividades de cuidado familiar da por supuesta que éstas seguirán siendo de la mujer y a lo que aspira es a que no supongan una barrera para ésta. Se conforma con la situación.

Esta asociación del liderazgo femenino con criterios de empatía, diversidad, comprensión, etc., en una forma sui géneris de lo que en los estudios de liderazgo sería una adaptación de la teoría del rasgo, pues asocia las características en función del sexo y no de la situación.

La teoría del rasgo defendía que la posesión de rasgos de personalidad como la iniciativa, responsabilidad, energía, etc., diferenciaban al buen del mal líder. Hasta aquí sin problemas, salvo que en aquel momento s. XIX-XX esos atributos se asociaban exclusivamente al hombre.

Y si se daban en una mujer era calificada de “virago, machuna y sáfica”, de modo que se le restaba feminidad a la que mostrase asertividad en su comportamiento. Sólo un auténtico hombre era enérgico, y si no sería por afeminamiento o calzonazos declarado.

Ya desterrada esa idea del “hombre enérgico” y sustituida por esos rasgos “femeninos” que hacen de la función de dirigir una actividad más humana y por ende más eficaz, como es propio del comportamiento de la mujer, tenemos la “teoría” del liderazgo femenino.

Teoría que viene a apuntar la de los rasgos (masculinos o femeninos) que afirma que existen como tal y son específicos de cada sexo. Han reinventado el neurosexismo olvidando lo que Cordelia Fine dice: “coja cualquier diferencia de género, mírela de cerca y … ¡puf! desaparece”.

Este enfoque del liderazgo con perspectiva de género está en la línea del artículo de Avivah Wittenberg-Cox de abril de 2020 en Forbes -al inicio de la Covid19- cuando presentaba a mujeres presidentas o primeras ministras como las mejores gestoras de la pandemia.

Mencionba a Ángela Merkel (Alemania), Katrín Jakobsdottir (Islandia), Erna Solberg (Noruega), Mette Frederiksen (Dinamarca), Sanna Marin (Finlandia), Tsai Ing-wen (Taiwan) y Jacinda Ardern (Nueva Zelanda,) que por su liderazgo femenino obtenían los mejores resultados sanitarios.

El tiempo desmontó algunos de esos supuestos, pero entonces hubo quien dio por cierto que esa atribución al liderazgo femenino de ser más empático, integrador y comunicativo era la antítesis del liderazgo masculino, y por ende más eficaz.

Se olvidó mencionar Wittenberg-Cox que había países como Portugal con Rebelo de Sousa que estaba entre los que mejor gestionaba la pandemia, pero cuando quieres vender un producto -liderazgo femenino- no vas a dejar que la realidad te estropee la venta.

Wittenberg-Cox, como Yolanda Díaz, consideran que hay rasgos de personalidad femeninos que son diferentes a los de los hombres en el liderazgo y por tanto más eficaces, lo que no se ha demostrado en ningún caso como criterio general.

Quienes defienden el concepto de liderazgo femenino asociándolo a algo “más humano”, integrador, empático y un tanto idílico suelen omitir la historia de mujeres como Thatcher, Clinton, Meier, Gandhi, Albright, Lagarde, etc., cuyos estilos tienen poco de armoniosos y empáticos.

Y en el caso español, I. Montero, Y. Díaz, Díaz Ayuso, I. Belarra, Borrás, Ponsati, Gamarra, Monasterio, Olona o Álvarez de Toledo y tantas otras. ¿Os parecen líderes a imitar? ¿Tienen perspectiva de género? ¿De qué género?

Al mismo tiempo que mantienen que ese hecho del liderazgo femenino es claramente superior frente al bronco del liderazgo masculino de sujetos como Aznar, Bolsonaro o Trump y olvidan a Pepe Múgica u Olof Palme.

Y en la empresa encontramos a Botín (B. Santander), Salarich (PSA y B. Santander) –responsable del anuncio más sexistas que se recuerdan en automoción, aquel en que Claudia Schiffer se quitaba la braguita dentro del coche- o Alcocer (FCC). ¿Veis diferencias?

El liderazgo no es masculino ni femenino, es liderazgo; y el que lo hayan ocupado los hombres históricamente no lo ha empeorado más de lo que su competencia o incompetencia ha determinado. Del mismo modo que el que lo haya hecho una mujer -menos veces- no lo ha mejorado.

Las características del/a buen/a líder son similares con independencia del sexo, y están dadas por la competencia técnica, la integración del equipo, la capacidad de decisión, conocer el entorno y los medios de que dispone, entre otras condiciones; no de armonías ni empatías.

Y menos de “perspectivas de género” entendidas como el buenismo del cuidado que en cuanto tiene la oportunidad se abandona por la pragmática realidad de quien tiene la sartén por el mango y le hace pasar a la otra parte  por las horcas caudinas del veto en las listas.

Lo de “perspectiva de género” está bien cuando vendes “empoderamiento femenino” en cursillos de a 3.000 € el kilo de armonía, como es el caso de la CEO Avivah Wittenberg-Cox o tu programa político se basa en biquiños y sonrisas mientras limpias la navaja de la sangre de Montero.

1 COMENTARIO

  1. Lo que no se analiza en este articulo entre liderazgo masculino o femenino es que en el masculino a través de la història la oposición femenina no existía, cosa que el liderazgo femenino se da en un entorno copado por el poder masculino

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